El alejamiento del judaísmo hacia las naciones

Norbert Lieth

Un enviado especial: sobre la posición especial del apóstol Pablo. Parte 5.

“Entonces Pablo y Bernabé, hablando con denuedo, dijeron: A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles. Porque así nos ha mandado el Señor, diciendo: Te he puesto para luz de los gentiles, A fin de que seas para salvación hasta lo último de la tierra. Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que estaban ordenados para vida eterna. Y la palabra del Señor se difundía por toda aquella provincia” (Hechos 13:46-49).

En este momento, Pablo dirige su ministerio a las naciones, de forma cada vez más clara y explícita. 

Es cierto que solía comenzar su predicación en las sinagogas o en las reuniones de judíos, teniendo como principio: “…primero a los judíos, luego a los griegos” (Ro. 1:16), sin embargo, ocurrió que, luego de que los judíos de Israel, es decir, de Jerusalén, rechazaron el evangelio, se sumaron a ellos los otros judíos de las demás ciudades. Esta fue una clara indicación del endurecimiento de Israel, por la cual los gentiles encontraron la salvación, fundando sobre esa base su fe y no sobre el testimonio judío (Ro. 11:12, 25). Esta no es la última vez que se menciona en el libro de Hechos el alejamiento del judaísmo hacia las naciones (véase Hechos 18:6; 19:9; 28:28). Por esta razón, no deja de ser significativo que este libro termine de manera abrupta con la afirmación: “Sabed, pues, que a los gentiles es enviada esta salvación de Dios; y ellos oirán” (Hch. 28:28).

En consecuencia, siguen, en el orden de la Biblia, las trece cartas del apóstol Pablo a las iglesias gentiles.

El concilio apostólico
Pablo y los hermanos que estaban con él regresaron a Antioquía después de su primer viaje misionero (Hechos 14:26-28). Los judíos de Judea descendieron a esa región para exigir la circuncisión de los gentiles que habían creído, conforme al rito de Moisés (Hechos 15:1). Pablo se resistió, viajando a Jerusalén con el fin de arreglar este asunto con los apóstoles y los ancianos de ese lugar.

Allí se produjo el primer concilio de los apóstoles, donde Pablo intercedió en favor de los creyentes de las naciones. Esta reunión supuso otro giro significativo en la predicación a los gentiles. Se estableció que los creyentes de entre los gentiles no están bajo la circuncisión, por lo tanto, tampoco bajo la ley mosaica. Esto no los hace sin ley, sino que están bajo la obediencia de la fe del nuevo pacto, bajo la ley de Cristo y del Espíritu Santo (Ro. 1:5; Gá. 6:2; Ro. 8:2).

Cuando Pablo y sus colaboradores viajaron de regreso a Antioquía para comunicar la decisión del concilio, “…se regocijaron por la consolación” (Hch. 15:30-31).

Estos acontecimientos evidencian una vez más la nueva o ampliada acción salvífica de Dios y la comisión especial del apóstol Pablo.

El evangelio de la gracia de Dios
“Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hch. 20:24).

El “evangelio de la gracia” es mencionado por primera vez y de manera muy expresiva. La salvación es por gracia, no por obras (Ef. 2:8-9). William MacDonald escribe al respecto: “Ningún otro término podría describir mejor el evangelio que Pablo predicó […]. Es el mensaje abrumador de la gracia inmerecida de Dios hacia los pecadores culpables e impíos que no merecen otra cosa que el infierno eterno”.

El apóstol estaba enteramente comprometido con la predicación a las naciones, centrando toda su vida y devoción en ella. De forma incansable, llevó a cabo cuatro grandes viajes misioneros para difundir el mensaje del evangelio: todo el mundo conocido en ese entonces debía escuchar las buenas nuevas (Ro. 16:26; Col. 1:6, 23).

Por otro lado, Pablo dijo en 1 Corintios 11:1: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo”. Debemos comprometernos, de manera incansable, a alcanzar el mundo con el mensaje gozoso y redentor de Jesús: jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres, cultos e incultos, de todas las razas y clases sociales deben escuchar el mensaje de salvación. Si hemos de ser sus imitadores, la exhortación que Pablo se hace a sí mismo nos impone una gran responsabilidad: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16).

¿No deberíamos ser más conscientes y comprometidos? Después de todo, solo podemos hacerlo en esta vida.

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