Dios no ha desechado a Su pueblo

Norbert Lieth & Johannes Pflaum

En 2018, el Estado judío moderno celebra sus 70 años de existencia. Israel, rodeado de enemigos y aborrecido por el mundo, es un milagro de Dios. En esta y las próximas ediciones, se expondrá el rol del pueblo antiguotestamentario de Dios en la historia de salvación aun en la actualidad.

El famoso predicador bautista C.H. Spurgeon, en su tiempo, planteó la siguiente reflexión:

“¿Pero está vencido el judío? ¿Es un hombre vencido? ¿Está su tierra confiscada? No, él sigue perteneciendo a la nobleza del mundo. Atormentado, insultado, escupido, y aún así está escrito: ‘Al judío primero como también al griego’. Él tiene gran dignidad sobre nosotros, y tiene una historia que aún ha de completarse, una historia que es más grande y más gloriosa que la historia de cualquier nación que jamás haya existido”.

Israel tiene un futuro que no se lo puede quitar la Iglesia. Con nuestros propios ojos vemos cómo Dios reúne a Su pueblo en la tierra de Israel. El tema de la tierra en la Biblia y en los acontecimientos actuales, dejan inequívocamente claro que Dios realmente no ha desechado a Su pueblo de Israel: “Y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar” (Jer. 29:14).

Si examinamos atentamente las Escrituras, en el tiempo del fin, hay dos concentraciones de Israel o una concentración dividida en dos: la primera ocurre antes de la segunda venida de Jesucristo, la segunda después de Su venida.

La primera concentración del pueblo en su tierra original ocurre antes del último tiempo de tribulación: la higuera llega a tener ramas jugosas y comienza a dar hojas (Mt. 24:32), los sepulcros son abiertos, la osamenta reseca de los difuntos vuelve a la vida, y ellos regresan a su país (Ez. 37).

La segunda y definitiva concentración de Israel sucede después de la segunda venida de Jesucristo y está conectada con la redención del remanente del pueblo de Israel, y el comienzo del reino de mil años de Dios en la Tierra (Dt. 30:1-10; Is. 27:12-13; 49:22; Jer. 16:14-15; Ez. 34:11-16). En ese momento, las naciones restantes con gusto aprobarán el regreso de los hijos de Israel (Is. 49:22), lo que no fue el caso durante el éxodo después de 1945 (los británicos enviaban a los judíos a los campos de internación en Chipre y los árabes luchaban contra ellos cuando llegaban al país). Como consecuencia bíblica, no necesitamos esperar un regreso masivo o completo antes de la segunda venida de Jesús. Porque con la resurrección del Estado judío, ya están los requisitos finales para el último acto en el escenario de la historia del mundo.

La primera concentración de Israel, y con eso la fundación del estado en 1948, es un milagro de Dios ante nuestros ojos. ¡E Israel no ha tomado este país por sí mismo: es la tierra de Dios, y Él se la dio a Israel!

Dios habla de “mi tierra”, y Él no ha determinado esta tierra para ningún otro. Por eso, leemos en Joel 3:1-3: “Porque he aquí que en aquellos días, y en aquel tiempo en que haré volver la cautividad de Judá y de Jerusalén, reuniré a todas las naciones, y las haré descender al valle de Josafat, y allí entraré en juicio con ellas a causa de mi pueblo, y de Israel mi heredad, a quien ellas esparcieron entre las naciones, y repartieron mi tierra; y echaron suertes sobre mi pueblo, y dieron los niños por una ramera, y vendieron las niñas por vino para beber”.

Aquí tenemos la respuesta de a dónde llevará la política “tierra por paz” exigida por la comunidad de las naciones: al juicio de Dios. ¿Por qué? Él ha determinado que al final Su tierra no la recibirá nadie más sino solo Su pueblo Israel. Que el Estado de Israel actual siquiera exista todavía después de 70 años, es un milagro divino. Un autor conocido escribió al respecto:

“En 5,000 años de historia de la humanidad explorada nunca sucedió que un pueblo, después de 2,000 años, regresara a su tierra hereditaria como lo hizo Israel. Nunca sucedió que una ‘lengua muerta’ llegara a convertirse en el idioma del día a día como ha sucedido con el hebreo moderno. Nunca tan pocas personas han sido atacadas tan a menudo por potencias superiores como le ha sucedido a Israel. Nunca tan pocas personas han logrado, en el correr de pocos días, causarles derrotas decisivas a ejércitos tan poderosos como lo ha logrado Israel”.

Es interesante, en este sentido, que el hebreo se había perdido después de que Jerusalén fuera derribada y los judíos dispersados por los romanos en los años 70 y 135 d.C. El hebreo era usado tan solo en las sinagogas al leer de las escrituras del Antiguo Testamento, y era el lenguaje culto de los rabinos. Por lo demás, los judíos hablaban yiddish o la lengua del país donde vivían. No obstante, con el regreso del pueblo judío a su patria también revivió el hebreo. Hoy esta lengua nuevamente es el idioma principal del pueblo judío en Israel. El Dr. Roger Liebi escribe sobre esto: “¡Algo así nunca antes ha ocurrido en la historia del mundo! Nunca antes una lengua que estuvo muerta por más de 1,000 años ha sido recuperada como idioma nacional totalmente capaz de funcionar”.

Cuando el Señor Jesús ascendió al cielo, los ángeles les dijeron a los presentes: “Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? ¡Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo!” (Hch. 1:11).

Cuando Jesús regresó al cielo dejó atrás a un pueblo que hablaba hebreo, y Él regresará a un pueblo que habla hebreo. ¿No muestra eso la grandiosa actualidad de la palabra profética de la Biblia que va hasta los detalles más pequeños?

Nos hemos acostumbrado demasiado a la existencia del Estado de Israel, y ¡ya casi no recordamos los tremendos milagros que sucedieron allí cuando Dios llevó a Su pueblo de regreso a Su tierra! Él hizo eso con la única meta de que ese pueblo Le sirviera allí (cp. Hch. 7:7). Pueblo, tierra y servicio están inseparablemente unidos entre sí. Aún cuando hoy vemos la infidelidad y la culpa de Israel (Sal 106), el Señor trata con Su pueblo y lo llevará a que Le sirva en Su tierra. Nosotros tenemos el privilegio de ser testigos oculares de cómo para llegar a esa meta una y otra Él vez hace milagros en Su pueblo por gracia y juicio. “No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció” (Ro. 11:2).

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