De Nazaret a Nazaret

Thomas Lieth

Mateo y Lucas registran dos recorridos diferentes de la historia de la Navidad. ¿Se contradicen? ¡Por supuesto que no! Presentaremos un estudio cronológico al respecto.

En la Biblia, el nacimiento del Señor es narrado dos veces: en el Evangelio de Mateo y en el de Lucas. Si comparamos ambos relatos, no coinciden en todo. Aunque de algún modo resulta lógico, ya que de otra forma alcanzaría tan solo con la existencia de uno de ellos. Lejos de esta verdad, Mateo escribe en su evangelio episodios que Lucas no menciona, y viceversa.

Como objetivo, uniremos estos relatos con el fin de presentar un posible transcurso de la historia de la Navidad. Comencemos con la anunciación del nacimiento del Señor Jesús en el Evangelio de Lucas: “A los seis meses, Dios envió al ángel Gabriel a Nazaret, pueblo de Galilea, a visitar a una joven virgen comprometida para casarse con un hombre que se llamaba José, descendiente de David. La virgen se llamaba María” (Lc. 1:26-27).

El título de este estudio es De Nazaret a Nazaret. Lucas confirma que María vivía en Nazaret cuando se le apareció el ángel. Este es el primer mojón en el camino: a María se le anuncia el nacimiento del Señor Jesús estando en Nazaret, antes de que ella quedara embarazada; esta es la razón por la que sigue diciendo: “Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS” (Lc. 1:31).

Al momento de aparecer el ángel, María aún no estaba embarazada. Luego, como consecuencia de su confianza en Dios, expresada en sus palabras: “¡He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra!” (v. 38), el Espíritu Santo vino sobre María y quedó encinta.

Luego el ángel se apareció a José, cuando María ya había quedado embarazada. Esta es la razón por la cual leemos en el Evangelio de Mateo –ya que Lucas no menciona a José– que este quedó muy sorprendido por ese hecho: 

El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Mt. 1:18-20

Cuando dice que “José quiso dejarla secretamente”, hace referencia a que de alguna manera y en algún momento llegó a saber del embarazo de su prometida. Luego de esto se le apareció el ángel también a él. Este acontecimiento nos hace suponer que la visita de María a Elisabet –evento que narra solo Lucas– tuvo lugar cuando José aún no sabía del embarazo.

De modo que podría haber sucedido de la siguiente manera: en primer lugar, se le da a María el anuncio del nacimiento, “Concebirás en tu vientre”. Luego de sus palabras: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”, queda embarazada. A eso le siguió la visita a Elisabet (Lc. 1:39 y ss.). Y por último, en el versículo 56, dice: “Y se quedó María con ella como tres meses; después se volvió a su casa”. Esto significa que María regresó a Nazaret con tres meses de embarazo, sin saber cómo reaccionaría su prometido ante tal noticia, además de exponerse a una posible acusación por prostituta o adúltera, lo que se pagaba con la lapidación o, como mínimo, la expulsión. José, conmocionado a causa de esto, quiso separarse de María, pero el ángel se le manifestó diciéndole: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es” (Mt. 1:20). Ese es el segundo mojón: José, estando en Nazaret, recibió por medio de un ángel el anuncio del cercano nacimiento.

En este punto llegamos al nacimiento del Señor Jesús. ¿Y dónde nació? “¡En Nazaret, por supuesto, eso es evidente!”. Pues no, quien crea esto nunca participó de un culto de Navidad, y de seguro pensará también que Poncio era el hermano de Pilato. El nacimiento del Señor Jesús aconteció en Belén, tal como Dios lo quiso y había anunciado por medio de los profetas.

Es así como salimos de manera transitoria de Nazaret para acercarnos a Belén. Este es el tercer mojón: el nacimiento del Señor Jesús sucedió en Belén. Lucas nos cuenta cómo ocurrió: “Aconteció en aquellos días, que se promulgó un edicto de parte de Augusto César, que todo el mundo fuese empadronado. Este primer censo se hizo siendo Cirenio gobernador de Siria. E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad. Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Lc. 2:1-7.

María y José se vieron obligados a salir de Nazaret y viajar a Belén. Esta es una distancia de unos 130 kilómetros, atravesando en parte algunas zonas montañosas; es por esto que el texto dice: “Ellos subieron a Judea”, pues no se trataba de un trayecto plano. Además, no debemos olvidar que María estaba encinta cuando emprendió junto a José este largo viaje. Debieron transitar el camino durante casi una semana, y a causa de las concomitantes circunstancias y el riguroso viaje, no habría sido extraño que diera a luz a su hijo antes de llegar. Si ese hubiera sido el caso, el Salvador del mundo no habría nacido ni en Nazaret ni en Belén, sino en alguna de las ciudades que se encontraban en medio de estos dos sitios. Sin embargo, Dios guió de tal manera los acontecimientos que el nacimiento tuvo lugar una vez que María y José llegaron a Belén y pudieron encontrar finalmente un lugar donde dormir, tal como anunciaba la profecía de Miqueas 5:2: “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel […]”.

La misma noche en que nació el Señor Jesús, un ángel se apareció a los pastores en el campo:

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. […] Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” . Lc. 2:8-11, 16. 

Ese es el cuarto mojón: los pastores estuvieron al lado del pesebre.

Hasta aquí todo parece comprensible, ya que Lucas nos proporciona un excelente resumen cronológico. De todas formas, hemos notado que la narración de este evangelio no es completa, sino que le pasa la palabra a Mateo para que sea este quien complete aquello que no ha sido mencionado. Vemos un ejemplo en el suceso con los llamados sabios del oriente. Vayamos de nuevo al Evangelio de Mateo: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle” (Mt. 2:1-2). Este es el quinto mojón: los sabios ven una estrella y parten hacia Jerusalén.

Sin embargo, lo que no sabemos es cuándo los magos se pusieron realmente en camino. ¿Habrán salido enseguida después de la primera aparición celestial, al día siguiente, o luego de haber investigado acerca de esta extraordinaria estrella? De todos modos, podemos sospechar que necesitaron de un tiempo para preparar un viaje tan largo. No lo sabemos, pues el texto no lo expresa con claridad. Sin embargo, podemos sostener que el contexto inmediato en este quinto mojón es que habiendo nacido el Señor Jesús, recibió la visita de los pastores al pesebre, mientras que, a por lo menos unos 1000 kilómetros de distancia, los sabios apreciaban una estrella que les señalaba el nacimiento del Salvador. Como respuesta, iniciaron un largo viaje a Jerusalén, donde esperaban ver al recién nacido rey de los judíos.

Dejemos hablar nuevamente a Lucas: “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre JESÚS, el cual le había sido puesto por el ángel antes que fuese concebido” (Lc. 2:21). María y José seguían en Belén, aunque es probable que hubiesen abandonado el establo para hallar un alojamiento normal. Ocho días después del nacimiento y de la visita de los pastores, el niño es circuncidado, tal como lo exige la ley. Este es el sexto mojón: la circuncisión del Señor Jesús ocurrió en Belén, mientras los sabios de oriente recorrían el camino para ofrecerle sus respetos al recién nacido rey de los judíos.

Y entonces leemos: “Y cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abriere la matriz será llamado santo al Señor” (Lc. 2:22-23). Este es el séptimo mojón: el Señor Jesús fue presentado en el templo de Jerusalén con el fin de cumplir lo ordenado en Levítico 12:1-4. De modo que después de pasado los cuarenta días, María y José se dirigieron a Jerusalén, a tan solo unos 10 km de Belén. Por ende, estuvieron por lo menos unos cuarenta días en Belén y toda su parentela –padrino, madrina, abuelas, abuelos, o quienes fueran– se encontraba en Nazaret, a 130 km de distancia, por lo que no conocían al niño Jesús. Recién ahora, luego de unos 40 días, la familia se reencuentra en Jerusalén, mientras que los sabios de oriente sufrían un embotellamiento del tráfico en alguna parte del Éufrates.

Si seguimos leyendo el Evangelio de Lucas, vemos que María y José regresan con su hijo a Nazaret: “Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret” (Lc. 2:39). ¡Por fin en casa otra vez! ¡Por fin de vuelta en su hogar, en su ciudad! ¡Por fin podrá recibir el niño los abrazos y regalos de sus parientes! 

Sí, cierto, si no estuviera el relato de Mateo…

Aún faltaba algo. ¿Qué de los sabios de oriente? ¿Acaso no habían alcanzado aún su destino? ¿No ocurrió además un asesinato de niños en Belén y una huida a Egipto? Sí, así fue, ¿pero cuándo y cómo? Como dijimos, se podría suponer por el relato de Lucas que habían regresado con su familia a Nazaret desde Jerusalén. Sin embargo, cuando leemos el texto de Mateo nos da la impresión de que este regreso se dio mucho después. Esta es la supuesta contradicción que pretendemos aclarar.

De nuevo, si contáramos tan solo con el Evangelio de Lucas, partiríamos de la base que la familia, inmediatamente después de la circuncisión y la presentación del Señor Jesús, regresó a Nazaret. En principio, este es el primer escenario, el cual no se diferencia tanto del segundo. De todas formas, si esto fue así, la familia de Jesús tuvo que haber estado de nuevo en Belén, ya que fue allí donde los magos rindieron homenaje al Señor. Pero esto no ha sido narrado.

Antes de continuar por este camino, observemos de manera breve un segundo escenario en donde la familia no regresa a Nazaret, sino de nuevo a Belén. Si este fuera el caso, Lucas habría omitido estos eventos narrados por Mateo, los cuales habrían tenido lugar en la declaración de Lucas 2:39: “Después de haber cumplido con todo lo prescrito en la ley del Señor […]”. He aquí el gran hueco, los sucesos que Lucas pasó por alto, para inmediatamente después decir: “[…] volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret”.

Eso significaría que María y José viajaron de nuevo con su hijo, que tenía apenas un mes y medio de edad, desde Jerusalén a Belén, quizá con la intención de asentarse en esa ciudad. En este caso, los sabios habrían aparecido más tarde, luego de los crueles infanticidios y la huida a Egipto. Es en ese momento que entonces, María y José habrían viajado otra vez a Nazaret.

Pero volvamos al primer escenario, es decir, a la idea de que toda la familia partió de Jerusalén hacia Nazaret, a la ciudad en la que María y José habían vivido en un principio, y en donde sus padres y demás familiares esperaban su regreso. En ese tiempo, los sabios de Oriente aún marchaban en dirección a Jerusalén. La familia de Jesús vivía de nuevo en Nazaret. Apenas habían transcurrido dos meses desde el nacimiento del Señor. Pero gracias a Lucas 2:41 nos enteramos de un importante detalle: “Iban sus padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua”.

Tanto María como José eran personas muy piadosas, por lo que al menos una vez al año marchaban hacia Jerusalén. Había tres peregrinajes anuales hacia Jerusalén que llevaban a cabo los judíos piadosos: por motivo de la Fiesta de los Tabernáculos, la Fiesta de las Semanas y la aquí mencionada Pascua. Si bien Lucas 2:41 habla de la Pascua en la cual el Señor Jesús tenía ya doce años, es muy probable que la familia la hubiese celebrado también los años anteriores. Esto significa que tan solo algunos meses después de su llegada a Nazaret, la familia viajó de nuevo a Jerusalén, ya sea para la Pascua u otras fiestas. Más allá de eso, el camino de Nazaret a Jerusalén recorre más de 100 km, de modo que no se trata de una excursión de un día. Como durante las fiestas, Jerusalén de seguro se encontraba al tope de gente, es probable que María y José se establecieran en Belén, sobre todo porque José era originario de este lugar y donde posiblemente contaba con familiares que los hospedaran.

Según este escenario, la familia de Jesús habría llegado otra vez a Belén con la intención de acudir a la celebración de la Pascua. Aquí hallamos al octavo y noveno mojones: el regreso a Nazaret y la nueva partida a Belén y a Jerusalén. De esta forma volvemos al Evangelio de Mateo para ver aquello de lo que Lucas no escribe: 

Entonces Herodes, llamando en secreto a los magos, indagó de ellos diligentemente el tiempo de la aparición de la estrella; y enviándolos a Belén, dijo: Id allá y averiguad con diligencia acerca del niño; y cuando le halléis, hacédmelo saber, para que yo también vaya y le adore. Ellos, habiendo oído al rey, se fueron; y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Mt. 2:7-9.

Como dijimos, no podemos saber cuándo los sabios se pusieron en camino ni en qué momento llegaron a Jerusalén, y luego, a Belén. Pero suponemos que partieron desde la región de Babilonia y Persia, lo que suponía un viaje de por lo menos seis meses hasta Jerusalén. Esto tiene sentido tanto para el primer escenario, en el cual la familia de Jesús ya se había establecido en Belén, como para el segundo, donde habiendo peregrinado hacia Jerusalén con motivo de alguna de las fiestas, se encontraron con los sabios en Belén, cuando el Señor Jesús tenía entre seis y dieciocho meses de edad.

De algo podemos estar seguros: por un lado, el Señor Jesús hacía mucho que no reposaba en un pesebre y, por otro, no tenía más de dos años de edad cuando recibió la visita de los sabios: “Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María” (Mt. 2:11). Este es el décimo mojón. No se menciona aquí un establo, ni una cueva, no habla de un pesebre ni de pastores de ovejas. Los sabios de oriente nunca visitaron un pesebre ni se cruzaron con los pastores. En ese tiempo, la familia de Jesús vivía en una casa. Seguido a esto, sabemos por el versículo 16 que Herodes ordenó asesinar a todos los varones hasta la edad de dos años, y que fue a causa de su ira que la familia del Señor huyó a Egipto.

Este es el onceavo mojón: la huida a Egipto: 

Después que partieron ellos, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José y dijo: Levántate y toma al niño y a su madre, y huye a Egipto, y permanece allá hasta que yo te diga; porque acontecerá que Herodes buscará al niño para matarlo. Y él, despertando, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, y estuvo allá hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliese lo que dijo el Señor por medio del profeta, cuando dijo: De Egipto llamé a mi Hijo. Mt. 2:13-15.

Así como el nacimiento virginal del Señor Jesús había sido predicho y se había anunciado que de la tribu de Judá y de la simiente de David saldría el Redentor prometido, y así como se profetizó también acerca del nacimiento en Belén, la estadía en Egipto era un componente firme en el plan de salvación. Oseas 11:1 dice así: “De Egipto llamé a mi hijo”.

Vemos como Dios no deja nada al azar, sino que procede con un objetivo en mente. ¿No nos anima saberlo? Podemos estar seguros de que no estamos a merced del azar o el destino, ni siquiera sometidos a las decisiones arbitrarias que pueda tomar algún aspirante al poder, sino que dependemos de la gracia y el amor de Dios. ¡Qué felicidad para la persona que tiene el privilegio de poder llamarse hijo de Dios! Como lo expresó Pablo en Filipenses 3:8: “Nada de eso es valioso, todo lo considero basura en comparación con el conocimiento de Cristo Jesús mi Señor, que todo lo supera”. En otras palabras: “¡Sin Jesucristo, no tengo nada!”. Aunque 2 Corintios 6:10 también resulta válido: “No teniendo nada, mas poseyéndolo todo”.

Volvamos a Egipto. La Palabra de Dios no nos dice cuánto tiempo pasaron José y su familia en esa nación, pero gracias a la historia sabemos que Herodes falleció poco tiempo después. Con su muerte, la familia del Señor regresó a Israel, de modo que la estadía en Egipto no pudo haber durado demasiado tiempo. Y es recién ahora que el Evangelio de Mateo nos informa que María y José se establecieron nuevamente en Nazaret. Este es el doceavo mojón: el regreso a Nazaret. Ya sea por primera vez desde el nacimiento del Señor Jesús –después de posiblemente dos años– o un nuevo regreso después de la visita intermedia a la Pascua:

Pero después de muerto Herodes, he aquí un ángel del Señor apareció en sueños a José en Egipto, diciendo: Levántate, toma al niño y a su madre, y vete a tierra de Israel, porque han muerto los que procuraban la muerte del niño. Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel. Pero oyendo que Arquelao reinaba en Judea en lugar de Herodes su padre, tuvo temor de ir allá; pero avisado por revelación en sueños, se fue a la región de Galilea, y vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno. Mt. 2:19-23.

La manera en que se expresa el versículo 22 nos hace suponer fuertemente que José no quería volver a Nazaret con su familia, sino que prefería establecerse en Belén. En este pasaje dice que él tuvo miedo de ir a Judea –Belén se encuentra allí– porque Arquelao reinaba ese territorio. No fue por otra causa que por la revelación que José había recibido en un sueño, que volvió a Nazaret. Como ya fue mencionado, es probable que en realidad deseara vivir en Belén, o quizá incluso ya lo había hecho. Pero Dios, quien en su tiempo se había encargado de que María y José se mudaran de Nazaret a Belén, ahora les ordenaba que no volvieran allí, sino que regresaran a Nazaret. Pues, como está escrito, también esto era un componente firme en el plan de salvación: “Para que se cumpliese lo que fue dicho por los profetas, que habría de ser llamado nazareno”.

De esta manera hemos llegado de nuevo a Nazaret. Hemos ido de Nazaret a Nazaret. Además, vemos que la Palabra no se contradice, sino que se trata de una extraordinaria revelación de Dios para la humanidad. Todo el plan de salvación atraviesa la Biblia como un hilo rojo. Somos nosotros, los seres humanos, quienes estamos sordos a la voz de Dios, los que nos contradecimos continuamente, los que vivimos de pretextos. Dios, sin embargo, nunca se contradice, su hablar es claro, verídico, preciso, único, soberano, todopoderoso e inalterable.

Es fascinante la manera en que Dios, por medio de su Palabra, traza su objetivo en lo que respecta al plan de salvación. Él hizo que un emperador romano diera órdenes de efectuar un censo en el momento justo, lo que condujo a que el Señor Jesús naciera en el momento y lugar correcto. Utilizó a un tirano vanidoso y temible llamado Herodes para que se cumpliese su Palabra: “De Egipto he llamado a mi hijo”. Se valió de un hombre de poder, no menos cruel, llamado Arquelao, para que Jesús no creciese en Belén, sino en Nazaret, de modo que fuese llamado nazareno.

Nada sucede al azar. El cielo y la tierra pasarán, pero la Palabra de Dios continuará para siempre (Mt. 24:35). Y así, con una firme confianza en su Palabra, concluimos este estudio con el pasaje de 1 Tesalonicenses 2:13: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”.

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