¿De dónde viene el mal?

Basilio de Cesarea († 379)

Dios es el Creador de todas las cosas, y aun así, Él no es responsable del mal (Stg. 1:13). Pero entonces, ¿de dónde viene el pecado? Una explicación.

La maldad no existe por sí misma como cualquier ser viviente. Tampoco podemos representarla como ser independiente. El mal más bien es la falta del bien. El ojo fue creado. La ceguera, sin embargo, surgió a través de la pérdida de los ojos. Si el ojo no fuera de naturaleza débil, la ceguera no podría haberse presentado. Del mismo modo, el mal tampoco tiene una existencia propia, sino que es una consecuencia de las heridas del alma.

El mal tampoco es “no creado”, como dicen los impíos, quienes equiparan la naturaleza del mal con la del bien –como si ambas fueran sin comienzo y más antiguas que la creación, ni tampoco es “creado”. Porque si todas las cosas son de Dios, ¿cómo entonces el mal viene del bien? Tampoco lo feo surge de lo hermoso, ni el vicio de la virtud (cp. Mt. 7:18). Lee sobre la creación del mundo, y encontrarás que todo era “bueno” y “muy bueno” (Gn. 1:4,10,12,18,21,25,31). Por consiguiente el mal no fue creado juntamente con el bien.

Del mismo modo, también la creación invisible fue llamada a existir por el Creador sin adición de maldad. “Pero el mal existe”, dicen los críticos, “y muestra su fuerte implicancia en la vida entera. ¿De dónde tiene entonces su existencia, si no es sin comienzo ni fue creado?”.

A aquellos que preguntan así, queremos plantearles otra pregunta: ¿de dónde vienen las enfermedades? ¿De dónde las dolencias del cuerpo? La enfermedad, después de todo, no es no-creada ni una creación de Dios. El cuerpo fue creado por Dios, no la enfermedad, y el alma fue creada por Dios, no el pecado. El alma, sin embargo, fue empeorada cuando llegó a ser infiel. ¿En qué consistía su bien principal? En la conexión con Dios y en la relación con Él a través del amor. Después de que perdiera eso, el alma fue arruinada por todo tipo de enfermedades. Pero, ¿por qué siquiera era receptiva para el mal? Porque tiene un impulso libre, justamente lo que le corresponde a un ser razonable.

Adán, en un tiempo, era altamente sublime, no físicamente, sino con respecto a su voluntad, ya que él, equipado con un alma, miraba hacia el cielo, encantado con las cosas que él veía, lleno de amor hacia su benefactor. Dios le había concedido el deleite de la vida eterna, lo había colocado en la delicia del paraíso, al igual que a los ángeles le había dado dominio, lo había convertido en compañero de mesa de los arcángeles y en oidor de la voz divina. Además de eso, él se encontraba bajo la protección especial de Dios y disfrutaba de Sus bienes. Pero pronto se cansó de todas esas cosas y –como si por sobresaturación se hubiera vuelto travieso– puso aquello que le parecía tentador al ojo carnal por encima de la belleza del mundo espiritual. Él consideró más la satisfacción del vientre que los deleites celestiales. Así fue expulsado del paraíso, y la vida dichosa era del pasado, porque él no llegó a ser malo por presión, sino por necedad.

Él pecó por libre voluntad mala, y murió como consecuencia de su pecado (Gn. 3:6,17-19). “Porque la paga del pecado es muerte” (Ro 6:23). Así como él se alejaba de la vida, con la misma fuerza se acercaba a la muerte. Después de todo, Dios es la vida; el despojo de la vida sin embargo es la muerte. Por consiguiente, Adán causó su muerte por alejarse de Dios, como está escrito: “Ciertamente los que se alejan de ti perecerán” (Sal .73:27). De modo que Dios no creó la muerte, sino que nosotros nos lo hemos ocasionado a través de nuestro carácter depravado.

Dios, sin embargo, no evitó nuestra disolución por medio de la muerte, para que la enfermedad del pecado no llegara a ser inmortal (cp. Gn. 3:22). Después de todo, nadie lleva una vajilla de alfarería agujereada al fuego para terminarla, si antes no ha arreglado la parte defectuosa por medio de la modificación.

“¿Pero por qué al ser creados no obtuvimos simplemente la incapacidad de pecar, de modo que, aun si quisiéramos, no podríamos pecar?”, dicen. Tú tampoco consideras bien intencionados a aquellos que trabajan para ti, si los mantienes atados con cadenas, sino cuando ellos voluntariamente cumplen con su deber hacia ti. Del mismo modo, Dios tampoco desea el rendimiento forzoso, sino la práctica de la virtud. La virtud, a su vez, es asunto de libre decisión, no consecuencia de coacción natural. La libre decisión, no obstante, está en nosotros. De modo que, quien censura al Creador, que Él por naturaleza no nos ha hecho incapaces para el pecado, pone más en alto a la naturaleza insensata que a la razonable, y a la inamovible y sin voluntad que a la de libre acción.

¡Dejemos de querer corregir al Sabio! ¡Dejemos de buscar algo mejor que lo que Él ha dispuesto! Si bien las razones para Sus disposiciones individuales nos son desconocidas, al menos un dogma debería estar firme en nosotros, que del bien no puede venir el mal (cp. Is. 5:20).

Basilio de Cesarea († 379)
Extracto resumido y lingüísticamente adaptado de la prédica “Dios no es el autor del mal”. Biblioteca de los Patriarcas, unifr.ch/bkv; puesto a disposición por el Dr. Gregor Emmenegger, Departamento de Patrística e Historia Eclesiástica.

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