Cuando Dios disciplina…

Robert B. Somerville

“Y ahora, Señor, ¿qué esperaré? Mi esperanza está en ti” (Sal. 39:7). Nuestras circunstancias pueden ser como una mirilla a través de la cual conocemos más claramente a Jesús y por eso Lo amamos tanto más. ¿Cómo sucede eso? ¿Cómo Le encontramos a Él en los lugares ásperos que atravesamos?

Si su depresión es tan pesada que nada funciona, usted debe ocuparse de aquello que le da sentido a su vida. Si su vida solamente revolotea alrededor de usted mismo y de lo que usted puede lograr –es decir, de su éxito y de las comodidades de la vida, entonces prácticamente no hay esperanza. Pero si existe un sentido que va más allá de usted mismo, que consiste en el evangelio y en quien es Dios, ¡entonces hay esperanza! Lo más importante en la vida es la relación que usted tiene con Cristo y que usted sea uno con Él. No se trata de ser amado, respetado y admirado por otros. Ni siquiera se trata de satisfacer las necesidades que usted mismo percibe. Todo trata de Dios y del plan que Él tiene para la vida suya.

Solo hay esperanzas al vivir para la gloria de Dios. La razón más alta para vivir que tiene el ser humano consiste en glorificar a Dios y en alegrarse eternamente en Él. El dinero, las amistades fantásticas, la propiedad, el éxito en la profesión o el buscar deleites, son todas cosas que no satisfacen y que no dan alegría verdadera.

El encontrar esperanza, alegría y paz se cumple al buscar primero el reino de Dios en lugar del nuestro. La vida no consiste de riquezas o placeres, sino de que tratemos de glorificar a nuestro gran Dios y Salvador, porque Su gran amor y Su sacrificio vicario nos mueven a la obediencia.

Durante una depresión, necesitamos un sentido para la vida; y el sentido de vida que Dios tiene proyectado para nosotros se encuentra en que usted Lo ame a Él ante todo, y luego a su prójimo como a usted mismo (Mt. 22:37-39). Quizás usted tenga fuertes luchas con eso. A mí al menos me pasó así. Reconocí que estaba demasiado centrado en mí mismo. Pero la vida no gira alrededor de usted, sino de Dios y de su prójimo. Diariamente, usted tiene que recordar este sentido de la vida. La meta más alta en su sufrimiento es glorificar a Jesús y darle el honor a Él en medio de todo lo que usted sufre.

Cuando mi depresión llegó a su punto culminante, leí aquel pasaje bíblico que habla de que Dios disciplina e instruye a Sus hijos: “porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo” (He. 12:6). Puede que suene insólito aquello en lo que, según este versículo, se encuentra la esperanza: en la disciplina amorosa del Padre. Pero aun así, en eso había esperanza para mí. De hecho, fue este el texto que me ayudó a salir de la depresión. En el punto culminante de mi depresión, pensé que era imposible que yo estuviera salvo, porque me perseguían dudas y temores, y mis pensamientos consistían en oscura desesperación. Yo sabía que los cristianos no pueden perder su salvación; por eso pensé que yo debía haberme equivocado y que nunca habría sido salvo. Aun así, tuve la sensación de ser disciplinado. Esta depresión fue como si el alma fuera azotada.

Fue ahí que encontré este pasaje bíblico. Eso es: ¡yo soy un hijo de Dios! Dios solamente disciplina a los que son Sus hijos –¡a aquellos que Él ama! Este pasaje no habla de una disciplina por pecados, sino más bien de aquella educación o instrucción que le fortalece a usted en la justicia, una disciplina que lo capacita a usted para ser cada vez más parecido a Cristo. Dios educa y disciplina solamente a aquel a quien Él aceptó como hijo –y a cada uno de ellos. En el caso de que esta depresión sea una disciplina emocional, es la educación amorosa del Padre; ¡y si Él me disciplina, debo ser Su hijo! ¡Gracias, Señor! ¡Esta disciplina demuestra que yo soy Tu hijo!

No obstante este pasaje contiene una verdad más que me dio seguridad. ¿Cómo podía yo olvidarlo? ¡Pero me sucedió! Por supuesto que no es ninguna alegría pasar por una depresión. Ninguna disciplina da alegría cuando sucede: “Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados” (He. 12:11). La alegría vendría, pero recién después de que yo hubiera pasado por la educación del amoroso Padre celestial. Eso fue consuelo para mi alma.

La disciplina de parte del Padre significa que yo soy Su hijo; y por supuesto que en ese momento no daría alegría. Pero yo tenía la promesa de que vendría el fruto apacible de la justicia. Yo había encontrado esperanza en un lugar sumamente insólito. Y todo eso sucede solo como consecuencia de Su gracia. Jerry Bridges lo explica así:

“Pablo incluso dice que justamente aquella misma gracia –el favor inmerecido de Dios que nos salvó anteriormente– es la que nos disciplina. Eso significa que cada una de nuestras reacciones al actuar de Dios con nosotros, y todo lo que aprendemos de la disciplina espiritual, debe fundarse en el conocimiento de que Dios actúa en nosotros de acuerdo a Su gracia. Eso, además, significa que todos nuestros esfuerzos de enseñar a otros una vida temerosa de Dios y de madurez espiritual, deben basarse en la gracia. Si no enseñamos que esta educación sucede por gracia, la gente supondrá (como me sucedía a mí) que es por obras.”

Cuando nosotros, como creyentes, pasamos por sufrimiento, es porque entonces Dios obra con nosotros como un padre que educa cuidadosamente a Sus hijos sumamente amados (He 12:7). Con eso, Él nos quiere hacer el bien, lo que solamente se puede comprender a través de la fe.

Si José solo hubiera tenido en mente el mal que otros le habían hecho, en lugar de confiar en Dios en medio de todo ese mal, la historia habría terminado muy diferente. No se habría dado ninguna reconciliación con sus hermanos. ¡Qué fe en Dios expresó cuando pudo decir: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo encaminó a bien” (Gn. 50:20)! Sin esta confianza incesante, él no hubiera sido un ejemplo antiguotestamentario de Cristo, cuando salvó a Israel de la hambruna, guardando así la línea de descendencia de Cristo.

Si Job no hubiera reconocido que todo aquel dolor que le sobrevino había sido permitido por justamente aquel Dios, en quien él confiaba, solamente habría quedado totalmente amargado. Y entonces, nosotros nunca hubiéramos tenido ese ejemplo de perseverancia en el sufrimiento. En lugar de eso, él puso su confianza en la providencia de Dios y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. Jehová dio y Jehová quitó: ¡bendito sea el nombre de Jehová!” (Job 1:21).

Vemos que Dios nos atrae a Sí mismo a través de nuestras pruebas. Solo Él llega a ser toda nuestra esperanza. Usted todavía no lo ve, pero tómelo por la fe. Usted puede confiar en Él, porque Él siempre hace mucho más de lo que usted pueda pedir o comprender – según el poder que obra en usted (Ef. 3:20). William Cowper, quien por mucho tiempo sufrió de depresiones terribles, escribió:

“¡Ustedes, los santos desalentados, anímense! Las nubes que ahora los oprimen tanto están llenas de misericordia y derramarán bendición sobre vuestras cabezas.”

Extracto abreviado de Christ und depressiv – wie kann das sein? Sinn und Hoffnung im dunklen Tal (Cristiano y deprimido – ¿cómo es eso posible? Sentido y esperanza en el valle oscuro), páginas 68-75.

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