Cuando Cristo venga otra vez

Wim Malgo (1922–1992)

Una interpretación del último libro de la Biblia. Parte 9. Apocalipsis 1:8-20

En Apocalipsis 1:8-20, vemos qué y quien es Jesucristo; y saber eso es lo máximo. Pablo dice en Efesios 3:19, que conocer el amor de Cristo sobrepasa todo otro conocimiento. Juan escucha aquí la voz del Señor que dice, que Él, el Señor, es el que es eterno: “Yo soy el Alfa y la Omega” (Ap. 1:8).

La “a” (alfa) es la primera letra, y la “o” (omega) la última letra del alfabeto griego. Eso significa que el Señor es el principio y el fin. Pero también tiene un significado más profundo que es este: que Jesucristo es la palabra eterna. Más allá de Él no hay más nada que decir, ya que Él es la Palabra en el sentido más completo y más absoluto: “…en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo” (He. 1:2). Todo lo que va más allá de Jesucristo es punto muerto. Por eso la añadidura: “El que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8).

A Él solo es dado todo el poder en el cielo y en la tierra. ¡Si estuviéramos más compenetrados por esta verdad estaríamos mucho más tranquilos! A menudo, somos oprimidos por todo tipo de poderes bajo el cielo –por poderes de las tinieblas. Pero a Él, Jesucristo, le es dado todo poder y dominio y majestad. Esa es la persona sublime de nuestro bendito Salvador.

Ahora, sin embargo, nos acercamos a la verdadera revelación. Hasta ahora, tan solo hemos hablado sobre el título de este libro y su introducción. Pero ahora, tomamos contacto con el Revelado en persona. La primera parte del Apocalipsis nos revela a Jesucristo en relación con Su Iglesia en la Tierra (cp. las cartas a las iglesias). En la segunda parte del Apocalipsis, tenemos la revelación del Cristo en relación a Su Iglesia en el cielo. Ahí vemos a los ancianos transfigurados y a todo lo que sucede en la gloria después del arrebatamiento. La tercera parte del Apocalipsis revela al Cristo en relación con el mundo, y muestra cómo Él juzga a las naciones. Y así continúa escalonadamente, hasta que vemos la gloria completada en el nuevo cielo y la nueva tierra en que reside la justicia.

Pero aquí ahora se trata de lo esencial, de la revelación de Jesucristo. ¡Cuando vemos a Jesús, lo vemos todo! No deberíamos hacer esencialmente más, como muchos piensan, sino hacer más cosas esenciales. ¡Eso significa estirarnos mucho más hacia la revelación del Señor Jesucristo!

El primer efecto maravilloso es que el apóstol y discípulo Juan, probablemente el que tuvo la relación más estrecha con el Señor, se equipara con sus hermanos y hermanas en el Señor: “Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro…” (Ap. 1:9). Él es hermano y copartícipe en tres maneras.

Primero: “en la tribulación” (v.9). Todo hijo de Dios debe pasar al reino de Dios a través de mucha tribulación.

Segundo: “en el reino”. A las personas nacidas de nuevo son portadores del reino de Dios, porque como reyes y sacerdotes, llevamos el reino dentro de nosotros. El Señor Jesús lo formuló de la siguiente manera: “El reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc. 17:21).

Tercero: “en la paciencia en Jesucristo”. Otra traducción lo dice de forma concisa: “en la perseverancia en Jesús”. Ese es el misterio del poder en el Gólgota: perseverar en Jesús, perseverar en la posición del estar crucificado con Él, en la paciencia. Eso es lo que más convence en este mundo frenético, lo que tiene la mayor fuerza informativa. Mayormente tenemos paciencia mientras no la necesitemos. Pedro dice: “Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación” (2 P. 3:15).

Que Juan aquí no utiliza mera retórica lo demuestra el hecho, que él mismo se encuentra en una prueba de fe. Él, el apóstol, quien había hablado delante de miles, ahora está totalmente solo y aislado en la isla Patmos en el Mediterráneo. ¿Por qué? Juan mismo responde a la pregunta: “por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo” (v.9). Es decir que él estuvo exiliado por causa de Jesucristo. Nosotros los cristianos en el occidente (hoy todavía) libre, no hemos sido exiliados todavía por causa de Jesús. En el oriente es muy diferente. Unos cuantos hermanos verdaderamente se encuentran en “Patmos” por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.

En el versículo 10, Juan desde esa experiencia habla en gran poder de la revelación de Jesucristo. Después de todo, uno no puede testificar de lo que no ha visto uno mismo. ¡Pero él lo vio! Aquí él ya habla en pasado, y al hacerlo no simplemente parlotea al azar, sino que dice concisamente: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta” (v.10).

Qué contraste maravilloso: por un lado Juan, por causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesucristo, está solitario y abandonado en la tribulación en la que persevera con paciencia, por el otro lado puede testificar: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor”. ¡Él vio a Jesús en la gloria! En este contraste, se encuentran todo los hijos verdaderos de Dios: ¡por un lado, con tribulación interior y perseguido por el enemigo, por el otro lado, puede ver la revelación del Señor Jesucristo!

Esto también le sucedió a Pablo. Él era un perseguido. Pablo enumera lo que él sufrió por causa de Jesucristo: hambre, naufragio, golpizas, flagelación. Además, sufrió por hermanos falsos, etc. Y todo eso a pesar de que él podría haberse enorgullecido en la “carne”. Pero Pablo dijo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo […] y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil 3:7-8). Dicho en otras palabras: Cristo es revelado en mí.

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