Cuando a pesar de todo vuelva a ser Navidad en Israel

Philipp Ottenburg

La situación en Israel era caótica en los momentos previos al nacimiento de Jesucristo. Antíoco Epífanes, por ejemplo, reinaba entonces allí. “Epífanes” podría traducirse como “loco”. El Libro de Daniel informa sobre él en el capítulo 11. Cuanta más resistencia mostraban los judíos bajo su mandato, más forzaba Antíoco el exterminio del judaísmo. Los sacrificios regulares, incluyendo el sábado, fueron prohibidos. Una vida temerosa de Dios parecía casi imposible.

Entonces Antíoco fue derrotado. Pero a pesar de algunos destellos de esperanza en el periodo posterior, Israel estaba dividido, ya no era una unidad nacional. Pensemos en los fariseos y en los saduceos o en los zelotes. Además de esta división, siempre hubo guerras y conflictos.

En el año 63 a.C., los romanos conquistaron el territorio. Mataron a los sacerdotes, y Pompeyo, bajo cuyo liderazgo se llevó a cabo la campaña, invadió el Santuario, algo que los judíos nunca pudieron perdonarle. Debido a las enormes ganancias territoriales, las guerras civiles también estallaron una y otra vez en la República Romana. Finalmente, el emperador Augusto decretó el censo de su imperio, que incluía la declaración completa de bienes y dinero —se trataba de un asunto de impuestos—. Así que ya en aquella época existía una especie de control total a pequeña escala, poco antes de que naciera Cristo.

Fue una época de apostasía de Dios. La oscuridad, la inseguridad, las pérdidas humanas, los períodos de guerra y la mezquindad marcaron el tiempo de Israel antes de la primera venida del Señor. Además, Dios no había comunicado un solo mensaje a su pueblo Israel durante 400 largos años. Los 400 años de silencio de Dios —así se le llamamos al tiempo entre el profeta Malaquías y los Evangelios.

Un velo oscuro y envolvente cubría a todo el mundo. La desesperanza estaba a la orden del día. Espiritualmente y en términos de la historia de la salvación, Israel estaba en la noche más profunda sin una pizca de luz. 

¿Qué pensaban entonces los judíos que se aferraban a Dios? ¿Los temerosos de Jehová?: “Dios se ha olvidado de nosotros”. Toda la esperanza en el Mesías, el Salvador, parecía desvanecerse. Las dudas surgieron. “Después de todo, ¿existe Dios?” 

¿Cómo se ven nuestras vidas? La guerra, las discordias familiares, las dificultades económicas, el temor a cómo llegar a pagar los impuestos, el miedo al control y a la vigilancia, la angustiosa pregunta de si el Señor nos seguirá suministrando todo lo que necesitamos o si la electricidad será suficiente. Y también están los actos malvados de las personas, las injusticias que simplemente te entristecen por dentro. Sí, nosotros también podemos tener la impresión de que Dios está callado en nuestras vidas, ¡y se siente como si fueran cientos de años!

Y aún así, se hará Navidad
¿Dónde podemos ver esto mejor que con el pueblo de Israel? —¡A pesar de esto, será Navidad! La gracia de Dios no se puede detener. La oscuridad no puede detener la luz. La locura o la insensatez también pueden gobernar nuestras vidas en el día a día, pero la Navidad se viene.

El tiempo en Israel estaba maduro para la venida del Mesías. Nuestro tiempo actual también está cada vez más maduro para el regreso de Cristo. En Israel, en aquella época, solo había una minoría, un pequeño grupo de judíos que esperaban al Mesías. Pensemos en Ana, Simeón, Zacarías; pero Dios estaba avanzando en su plan de salvación. Precisamente cuando parecía que estaba callado, lo preparó todo para que Cristo naciera en el momento adecuado, amorosamente planeado por Dios, en las condiciones perfectas. 

Humana y exteriormente, la situación parecía estar fuera de control. Pero, en el tiempo del nacimiento de Jesús y en esta confusión, el Padre estaba trabajando; y así también sucede actualmente.

Bajo el gobierno de los romanos, las fronteras nacionales ya no existían; se podía viajar de un país a otro en la región mediterránea sin problemas. La red de carreteras fue mejorada y asegurada... así que hubo una buena movilidad. Además, como los griegos habían conquistado previamente el mundo conocido de entonces, el idioma griego se impuso como lengua estándar en todo el imperio, lo que anuló las barreras lingüísticas.

Aunque Israel estaba bajo el dominio extranjero de los romanos, las condiciones eran óptimas para el mensaje de redención de la humanidad. ¿No es esto un consuelo en las situaciones en las que nos encontramos personalmente? Cuando pensamos que ya no podemos seguir, las posibilidades de Dios están lejos de agotarse.
 
Cuántas veces vemos en las Escrituras que la obra de Dios llega a buen puerto tan maravillosamente cuando todos los poderes y posibilidades humanas han caducado. Esto debe ser un consuelo para ti y para mí.

La imagen profética de Zacarías
Uno de los que esperó al Mesías fue Zacarías: su vida y la de su esposa Elisabet y sus circunstancias, son una imagen profética de la situación de Israel y del propósito de Dios en el futuro.

En Lucas 1:5-7 leemos: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.”

La esterilidad era una gran tragedia en Israel porque se consideraba en la sociedad como un castigo de Dios por los pecados ocultos. Era algo tan malo que Raquel le dijo una vez a Jacob: “¡Dame hijos o moriré!”. Y Ana fue intimidada por Penina a causa de su falta de hijos, por lo que derramó amargas lágrimas por ello. Por último, pero no menos importante, habría sido indispensable que Zacarías tuviera descendencia, también en lo que respecta a la continuación de la línea sacerdotal. 

La sociedad podía despreciar mucho a los estériles, pero el pueblo en su conjunto olvidaba algo: ellos mismos eran estériles para con su Dios. Ese era el punto ciego de Israel, por así decirlo. Pregunto, ¿Dónde tenemos esos puntos ciegos? ¿Dónde pensamos negativamente sobre los demás en relación con asuntos que quizás están más fuertemente presentes en nosotros mismos? 

Pero el relato de Zacarías continuó: “Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle, y le sobrecogió temor” (Lc. 1:8-12).

Algunos comentaristas piensan que esta quema de incienso era una petición para la venida del Mesías. Esto también es cierto para nosotros hoy en día. Al fin y al cabo, oramos a diario: “¡Maranatha, Señor, ven!”. 
Al echar suertes, la providencia de los acontecimientos parecía una coincidencia, pero no lo era. La suerte cayó sobre Zacarías porque Dios así lo quiso. El nombre de Zacarías significa “Yahvé se acuerda”. ¡Dios se acuerda! Y el nombre de Elisabet significa: “Juramento de mi Dios”.

Después de 400 años de silencio, Dios recordó el juramento con su pueblo y la suerte cayó, amorosamente planeada y guiada por el Señor. Esta es la guía precisa de Dios, no deja nada al azar. Nada es arbitrario, ni siquiera lo que ocurre hoy en día.

La precisión divina no se limitó solo al sorteo. Los historiadores suponen que cada división sacerdotal ofrecía el incienso únicamente dos veces al año y que cada sacerdote tenía el privilegio de ofrecer incienso en el altar de oro una única vez en su vida. En este día tan memorable para Zacarías, sucedió lo inesperado. Dios se acordó y el ángel del Señor, Gabriel, se reunió con Zacarías y así con el pueblo de Israel.

Gabriel significa: “Dios es poderoso”. Y este “Dios es poderoso” se presentó ahora ante Zacarías y le saludó con las alentadoras palabras: “¡No temas!” —Dios lo dijo una y otra vez a su pueblo. “No temas, porque eres mío”. –“No temas”, dijo el ángel a José, María, los pastores y Zacarías. “No temas” es el tenor básico del mensaje de Navidad.

Dios escuchó la oración de Zacarías en su angustia y también escucha nuestras oraciones en nuestra angustia. Y un día escucha la oración que Israel orará durante su mayor necesidad. Este es el panorama de Israel en el futuro.

Zacarías debía dar al niño el nombre de Juan. Juan significa: “Gracia de Yahvé”. Dios es bondadoso. Todos los pasos del plan de salvación de Dios son pensamientos de amor y gracia. Con Juan, el camino estaba preparado para la gracia en Cristo. Este fue el primer mensaje de Dios después de tantos años de silencio.

Dios se acuerda también de nosotros cada día. Él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos. ¿Hay algún día en la vida en que los padres no se acuerden de sus hijos? El Altísimo se acuerda de nuestras oraciones. Zacarías oró durante mucho tiempo, y en el momento oportuno de Dios, el Señor intervino. El Todopoderoso se acordó de su juramento, que tuvo consecuencias beneficiosas para su pueblo y, es más, para todos los pueblos por medio de su Gracia.

Al principio, Zacarías no creyó el mensaje de Gabriel: “Dios es poderoso”. El sacerdote cuestionó el propósito de Dios por su avanzada edad y la de su esposa. Como resultado, se quedó mudo. Sin embargo, el Señor siguió llevando a cabo su plan. Entonces Juan nació como precursor de Cristo. Ni siquiera nuestros fracasos se interponen en las promesas de Dios. Podemos esperar pacientemente su acción, confiando tranquilamente, incluso cuando ciertas cosas nos resultan difíciles.

Y así Dios se hizo hombre. Para ello se valió de las circunstancias opresivas del censo, de las posadas abarrotadas y de la bajeza de un pesebre. Nació el Rey de los Judíos. Se hizo Navidad y la promesa se cumplió. 

El resultado: una inmensa alegría entre todos los que le esperaban. Ana, Simeón, los pastores, los sabios… la llegada del Salvador les sobrecogió. Donde aparece Cristo, en medio del caos y la confusión, hay esperanza, alegría y paz. 

Simeón fue uno de los que esperó la consolación de Israel. Cuando tuvo a Cristo en sus brazos, alabó al Señor. O pensemos en la profetisa Ana, que iba al templo todos los días. Estaba sola, viviendo al límite de la subsistencia, pero alabó a Johová cuando vio a Jesús. Los pastores que estaban en el campo en la oscuridad alabaron y glorificaron a Dios por su obra milagrosa cuando vieron a Jesús y se lo contaron a todos.
Por la Biblia sabemos que este día de salvación para Israel llegó rápidamente a su fin, porque la mayoría del pueblo no quería al Mesías. No creyeron, a pesar de las señales y maravillas de Jesús, que solo el Mesías podía realizar. Incluso Zacarías no creyó en las promesas de Dios, y se quedó mudo. Israel, hasta el día de hoy, es igualmente mudo (espiritualmente) por su incredulidad. Pero Dios volverá a recordar su pacto y sus promesas para su pueblo en la angustia de Israel e iniciará la redención. Se ocupará de nuevo de ellos, preparará sus corazones en medio del caos para Su venida, y cuando el Mesías aparezca por segunda vez, regresando con gran poder y gloria, lo verán y creerán.

Cuando Zacarías experimentó el cumplimiento de la promesa, pudo volver a hablar y Dios le dio el Espíritu Santo. Lo mismo ocurrirá con el pueblo de Israel. Dios abrirá su boca y utilizará a los judíos como portavoz de la salvación para todas las naciones.

Se hizo -y a pesar de todo, habrá Navidad para Israel.
Zacarías, después de abrir la boca, entonó un canto de alabanza: “Al momento fue abierta su boca y suelta su lengua, y habló bendiciendo a Dios. …Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo, Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo, Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto; Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder, Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos, En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días. Y tú, niño, profeta del Altísimo serás llamado; Porque irás delante de la presencia del Señor, para preparar sus caminos; Para dar conocimiento de salvación a su pueblo, Para perdón de sus pecados, Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, Con que nos visitó desde lo alto la aurora, Para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; Para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc. 1:64, 68-79).

El Antiguo Testamento habla de muchas canciones de alabanza que Israel cantará en el futuro. “Sacaréis con gozo aguas de las fuentes de la salvación” por ejemplo (Is. 12:3). Zacarías alabó a Dios por el cumplimiento de sus promesas pronunciadas por boca de sus santos profetas. Ve las bendiciones del reino prometido y las consecuencias benéficas de la visita de ese amanecer de lo alto, Cristo. Sí, con la salida del sol amanece el día para Israel.

Zacarías se fijaba en los acontecimientos que rodeaban el regreso de Jesús y, por tanto, en la Segunda Venida propiamente dicha. “He aquí que vienen días, dice Jehová, en que levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio y justicia en la tierra” (Jer. 23:5). “Y le hará entender diligente en el temor de Jehová. No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oigan sus oídos;” (Is. 11:3).

Entonces las armas se convertirán en cuchillos de viña y aperos de labranza. No habrá más desfiles militares para mostrar el propio poder. No habrá más soberbia. Y podríamos enumerar tantas otras cosas que nuestro maravilloso Señor cambiará. Con Cristo, toda injusticia será juzgada, las cosas que hoy nos causan dolor cuando oímos hablar de ellas, las leemos, las vemos o las experimentamos nosotros mismos. El mal llegará a su fin, el caos y la oscuridad serán superados. Eso es un consuelo para nosotros hoy.

Y eso será cuando la Navidad llegue de nuevo a Israel a pesar de todo.

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