¿Cuáles son los puntos esenciales del Apocalipsis? – Parte 2

Norbert Lieth

Sobre el último libro de la Biblia existen tantas opiniones diferentes como arena hay en el mar. No obstante, su primer capítulo deja en claro dónde se encuentra el verdadero punto esencial del Apocalipsis y lo que eso significa para nuestras vidas.

Más allá de esto, desde su primer capítulo el Apocalipsis deja clara la preeminencia y unicidad del Señor Jesús: Él es aquel que es, fue y viene. Él es Dios desde la eternidad. Estuvo en este mundo y regresa otra vez (Ap. 1:8). Cuando se autodenomina de “alfa y omega, principio y fin, el primero y el último” (Ap. 22:13), Él mismo se declara Dios, ya que este es un título divino: “Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is. 44:6; cp. 41:4; 48:12). Dios se ha revelado en Cristo Jesús (Ap. 4:9; 11:17). Jesús es el testigo fiel, quien como ser humano sirvió con fidelidad a Dios el Padre (Is. 55:4; Jn 4:34; Lc. 22:42). Como tal es el primogénito de entre los muertos, quien nunca más morirá (Col. 1:18). Él es el príncipe sobre los reyes de la Tierra, el futuro soberano de la Tierra. Por medio de Él recibimos “gracia”, un favor divino sin intervención nuestra. A través de esta gracia, recibimos “paz” con Dios. De este modo, Él nos obsequia Su amor, ya que se entregó por nosotros y derramó Su sangre para nuestro perdón.

Y este Jesús, nuestro Señor y Salvador, regresa: “He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén” (Ap. 1:7). Ya Daniel, el profeta antiguotestamentario, escribió que el Señor vendrá con las nubes (Dn. 7:13). Cristo mismo también atestiguó que Él regresará en las nubes del cielo con poder y gloria (Mt. 24:30; 26:64). Una nube Lo recibió cuando ascendió al cielo desde el Monte de los Olivos (Hch. 1:9-11), y del mismo modo, también regresará (Zac. 14:4). Todos Lo verán; también Israel. “Todos los linajes de la tierra” (Ap. 1:7). Esta expresión se deriva de la profecía en Zacarías 12:10-12: “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido. Y la tierra lamentará, cada linaje aparte; los descendientes de la casa de David por sí, y sus mujeres por sí; los descendientes de la casa de Natán por sí, y sus mujeres por sí…”. Por eso, Apocalipsis 1:7 señala especialmente a Israel, al pueblo de los judíos, “los que Lo traspasaron”. Dios derramará sobre ellos un espíritu de gracia y de clamor, y ellos se lamentarán por aquel Señor (Zac. 12:10; Mt. 24:30), a quien ellos por dos mil años despreciaron con tanta firmeza.

Juan recibe las visiones del Apocalipsis en el “día del Señor”: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y el Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea” (Ap. 1:10-11). Muchos ven en el “día del Señor” un indicio del domingo como día de resurrección de Jesucristo. Sin embargo, es más probable que Juan esté refiriendo al día del juicio del Señor que es mencionado varias veces en las Sagradas Escrituras, al que él experimenta en el espíritu, y sobre el cual el profeta se pone a reflexionar. Él ha visto este día (cp Ap. 4:2). Por esta razón, según el versículo 11, Juan debe escribir lo que ve “en el Espíritu”. El “día del Señor” es anunciado repetidamente en el Antiguo y el Nuevo Testamento como día de juicio (Joel 1:15; 3:4; Is. 13:6,9; 1 Ts. 5:2; 2 P 3:10). En el Apocalipsis es donde este día encuentra su cumplimiento.

En el Nuevo Testamento, el día de resurrección siempre es denominado como “primer día de la semana” (Mt. 28:1; Hch. 20:7, entre otros). Si Juan hubiera querido referir al día de resurrección, más bien hubiera utilizado esta formulación, tal como lo hizo en el evangelio de Juan, y como lo hicieron también otros autores bíblicos de aquel tiempo (cp. Jn. 20:1,19). Recién más tarde en la historia de la Iglesia, el término “día del Señor” fue equiparado con el día de resurrección y el domingo. El contexto bíblico es siempre la llave para la interpretación. Apocalipsis 1:10 literalmente debería decir “yo me encontraba en el Espíritu en el día que le pertenece al Señor”, o “yo me encontraba en el Espíritu en el día del Señor”. Es el día que le pertenece al Señor y el cual Dios le ha dado a Su Hijo: “Revelación de Jesucristo que Dios le dio” (Ap. 1:1). El Apocalipsis es el día del Señor y le pertenece completamente al Señor Jesús. “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo […]. Y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre” (Jn. 5:22,27). Justamente el Señor Jesús es presentado como “Hijo de Hombre” en conexión con el “día del Señor” en Apocalipsis 1:13. Cristo mismo confirma, que ese día futuro Le pertenece a Él: “Porque como relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día” (Lc. 17:24).

Así el “día del Señor” es el día que Le pertenece, y Juan experimenta este día “en el Espíritu” como profeta. La expresión “en el Espíritu” le cabe al Profeta Ezequiel, quien experimentó lo mismo: “Luego me levantó el Espíritu y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a la tierra de los caldeos, a los cautivos. Y se fue de mí la visión que había visto” (Ez. 11:24). Y: “La mano de Jehová vino sobre mí, y me llevó en el Espíritu de Jehová, y me puso en medio de un valle que estaba lleno de huesos” (Ez. 37:1).

“Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre” (Ap. 1:12-13). El término “Hijo del Hombre” no lo encontramos ni una sola vez en las cartas del Apóstol Pablo a las iglesias, pero sí en Daniel 7:13, una y otra vez en los evangelios en los que el Señor le habla al pueblo de Israel, y una vez en Hechos 7:56 como últimas palabras de Esteban agonizante al pueblo judío. En Hebreos 2:6 también se menciona al “Hijo del Hombre”, pero es una cita del Salmo 8 y le habla al ser humano en general.

El título “Hijo del Hombre” se refiere al dominio terrenal del Señor. El Apocalipsis se dirige a la Iglesia, pero como tema principal tiene el juicio sobre el mundo y sobre Israel (Ap. 1:7). Este Hijo del Hombre está “vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Ap. 1:13-16). Esta descripción del Señor Jesús refleja la aparición del Señor en el Antiguo Testamento (por ej.: en Sal. 93; Dn. 7:9; 10:13; 10:5-6,9; Ez. 1:1-2:2, etc.). El Apocalipsis es la conexión y el cumplimiento definitivo de todas las aseveraciones antiguotestamentarias de los profetas. El teólogo Robert Haldane dijo acerca de esto: “Al pueblo de Israel no se le puede quitar ninguna de las cosas, por las cuales Él [Dios] se ha comprometido con él”.

Juan ve símbolos de lo que el Señor es: Su majestad, Sus cargos y Sus características. La ropa larga expresa dignidad. El cinto de oro alrededor de Su pecho señala el sumo sacerdocio celestial, divino y eterno. Su cabeza blanca y los cabellos blancos son como la luz blanca, la shejiná, la nube de la gloria de Dios que podía verse en el tabernáculo. El blanco también señala Su justicia insobornable, tal como el trono blanco del juicio (Ap. 20:11). Sus ojos como llamas de fuego señalan que su mirada penetra y evalúa todo. Sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno, recuerdan al altar del holocausto. Solamente aquello que sea “resistente al fuego” podrá permanecer delante de Él: oro, plata y piedras preciosas. “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cuál sea, el fuego la probará” (1 Co. 3:13). “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13). Dios mismo es un fuego consumidor que consume todo lo que es contrario a Él. Su voz como estruendo de muchas aguas significa que Su Palabra llena y domina todo. Cuando Cristo habla, todo lo demás enmudece.

Las siete estrellas en Su mano derecha simbolizan las siete iglesias a quienes se les dirigen las cartas en el Apocalipsis (Ap. 1:20). Lo que el Señor sostiene en Su derecha, Le pertenece a Él; y sobre eso solo Él decide. Jesús es el brazo derecho del Señor, el brazo de salvación y redención eterna. “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Is. 53:1). Nadie puede quitarle Su propiedad de Su mano (Jn. 10:28-29). La espada de dos filos que sale de la boca del Señor simboliza la agudeza de Su Palabra. La misma divide y corta. “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12). Su Palabra también juzgará a las naciones (Ap. 19:15). Y Su rostro que resplandece como el sol en su fuerza nos hace recordar la transfiguración de nuestro Señor: “Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz” (Mt. 17:2; cp. 2 P. 1:16-21). Este lenguaje de imágenes típico del Antiguo Testamento, también nos muestra que el Apocalipsis tiene que ver con la salvación de Israel y con la segunda venida de su Mesías Jesús en gloria.

“Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:17-18). ¿Alguna vez ha visto cómo las personas caen al suelo durante un infarto o un ataque de epilepsia? Algo similar le sucedió a Juan. Del mismo modo reaccionaron también Ezequiel y Daniel a la gloria celestial (Ez. 1:28-2:2; Dn. 10:9). Ningún ser humano puede mantenerse en pie delante del Dios vivo. Nadie podrá quedarse parado delante de Él. Ninguno podrá justificarse. Nadie podrá mantener su posición. Desde la resurrección del Señor Jesús, la muerte le teme a Él.

A continuación, vemos la reacción del Señor frente a aquel que cree en Él y es Su siervo: “Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: ¡No temas!” (Ap. 1:17). Todos los que han sido redimidos por Jesucristo pueden y deben sentirse felices. No deben tenerle miedo a Dios; son levantados y consolados. Él, que es el Primero y el Último y de naturaleza divina, (Ap. 1:8) que resucitó de la muerte, que vive Él mismo de eternidad en eternidad, que sostiene en Sus manos el poder sobre la muerte, a quien le pertenece el Apocalipsis y quien tiene el poder sobre los acontecimientos futuros, Él protege y consuela a aquellos que le pertenecen. Ellos no necesitan tenerle miedo. Sus vidas y sus muertes están en Su mano. Ellos no están a la merced del destino; le pertenecen a Él y a Su mundo. Para los creyentes en Jesucristo esto significa: sea lo que sea que suceda, sea lo que sea que te toque vivir, ¡no temas!

Y así Juan recibe la orden: “Escribe estas cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas. El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias” (Ap. 1:19-20). El versículo 19 establece la división del Apocalipsis: “Las cosas que has visto” abarca el capítulo 1; “las que son” capítulos 2 al 3; “y las que han de ser después de estas” los capítulos 4 al 22. Eso nos muestra que somos llamados a proclamar la voluntad de Dios, Su evangelio y la Palabra profética bíblica de Su segunda venida hasta que Él venga. “El que da testimonio de estas cosas dice: ciertamente vengo en breve. ¡Amén; sí, ven Señor Jesús!” (Ap. 22:20).

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