¿Cuáles son los puntos esenciales del Apocalipsis? – Parte 1

Norbert Lieth

Sobre el último libro de la Biblia existen tantas opiniones diferentes como arena hay en el mar. No obstante, su primer capítulo deja en claro dónde se encuentra el verdadero punto esencial del Apocalipsis y lo que eso significa para nuestras vidas.

Es temporada de Navidad en la escuela. El maestro le pregunta a uno de los muchachos: “¿Qué sería lo que más te gustaría tener en Navidad?”. El muchacho piensa en una fotografía enmarcada de su padre. Él ya no está y el chico lo extraña. En voz baja contesta: “Quiero que mi padre se salga del marco y esté nuevamente con nosotros”.

Jesucristo se fue de entre nosotros y regresó al cielo. Podemos conocerlo por la imagen que nos ofrece la Biblia. Pero un día, Él se saldrá del marco del cielo y regresará a nosotros. Hasta entonces, Lo extrañamos tal como aquel muchacho a su padre, pero el libro del Apocalipsis nos muestra cómo Jesús se saldrá del marco para entrar nuevamente en nuestro mundo.

El Apocalipsis es un libro de esperanza. Esperanza significa “expectativa feliz”. Es seguro que el Señor volverá victorioso y es seguro que el reino de Dios será establecido. Es así como el Apocalipsis se trata del cumplimiento del reino mesiánico que es anunciado en el Antiguo Testamento, en los evangelios y en los primeros capítulos de Hechos de los Apóstoles. “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo […] Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir, porque has tomado tu gran poder, y has reinado” (Ap. 11:15-17). “¡Aleluya, porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina!” (Ap. 19:6).

Se trata del derecho al poder de nuestro Señor Jesucristo. El contenido del Apocalipsis deja claro cómo Dios continúa la serie de los profetas antiguotestamentarios, sobre todo, apoyándose en el libro de Daniel, pero también en Ezequiel, Zacarías, Isaías y Moisés. El libro muestra los planes de Dios con Israel y con las naciones en el tiempo final. Es el libro de la restauración de Israel y de todas las cosas: el cumplimiento definitivo de las declaraciones de los profetas. “En los días de la voz del séptimo ángel, cuando él comience a tocar la trompeta, el misterio de Dios se consumará, como él lo anunció a sus siervos los profetas” (Ap. 10:7). “Y me dijo: estas palabras son fieles y verdaderas. Y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su ángel, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto. ¡He aquí, vengo pronto! ¡Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro!” (Ap. 22:6-7). Es así como el Apocalipsis establece la relación con los profetas antiguotestamentarios. De una manera impresionante, describe la fidelidad de Dios, quien cumple todas las promesas y llega a la meta del reino mesiánico con Israel.

El Profeta Isaías enfatizaba en su tiempo: “Pero Israel será salvada por el Señor con salvación eterna; y nunca más volverá a ser avergonzada ni humillada” (Is. 45:17). Es casi imposible expresarlo más claramente. Esta aseveración (al igual que muchas otras similares) encuentra su cumplimiento definitivo en el tiempo del Apocalipsis. “Y el que estaba sentado en el trono dijo: he aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin” (Ap. 21:5-6).

Pedro, quien ocupaba el “apostolado de la circuncisión [judíos]” (Gá. 2:8), confirmó esta verdad cuando llamó al pueblo de aquel tiempo al arrepentimiento y dijo: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados, para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hch. 3:19-21). Los israelitas no se arrepintieron en los días de los apóstoles. Por lo tanto, su restauración recién ocurrirá cuando el tiempo del arrepentimiento haya llegado, y eso a su vez sucederá cuando comience el Apocalipsis.

El libro del Apocalipsis tiene un carácter claramente hebreo. Las muchas visiones, imágenes, números, objetos, ángeles hacen recordar el Antiguo Testamento, a Israel. Y existen incontables paralelos con las aseveraciones proféticas del Antiguo Pacto. Los primeros versículos del Apocalipsis muestran de manera especial dónde está el punto clave del libro. “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan” (Ap. 1:1; cp. 22:6). La palabra utilizada en el texto griego para Apocalipsis significa “revelar”. También lo conocemos como el término apocalypse, lo que quiere decir “destapar”. “Apocalipsis” es la primera palabra en este libro. El futuro es revelado, ya que todo el Apocalipsis es profético, y nos muestra lo que Dios tiene planificado para los últimos días.

Las “palabras de esta profecía” (Ap. 1:3; 22:7) son el “apocalipsis de Jesucristo” (Ap. 1:1). Dios le ha dado a Su Hijo glorificado la revelación sobre todos los últimos acontecimientos. Es Su apocalipsis. El Padre lo ha instituido como juez y rey (Hch. 17:31). Todo juicio le ha sido entregado a Dios el Hijo por Dios el Padre (Jn. 5:22). El Apocalipsis y todos los acontecimientos descritos en el mismo le pertenecen a nadie más que a Jesucristo. El final está en Sus manos.

La Iglesia es el cuerpo del Señor Jesucristo. Durante el Apocalipsis, será arrebatada al cielo (1 Ts. 4:13-5:9) y desde el cielo, participará en los sucesos del Apocalipsis (cp. 1 Co. 6:2-3; Ap. 1:16,20): “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria” (Col. 3:4). Dios el Padre le ha dado al Hijo el Apocalipsis para mostrarlo “a sus siervos”. Eso significa que el Apocalipsis tiene el propósito de mostrar a los siervos de Dios que se encuentran en las iglesias, “las cosas que deben suceder pronto” (Ap. 1:1,4; 2:20; 22:6,16). Dios desea que la Iglesia esté informada sobre los planes de Dios (Ap. 22:16). Pero también se trata de aquellos que en el tiempo del Apocalipsis vivan como siervos de Dios; para estos, será de suma importancia lo que está allí registrado.

Bajo el antiguo pacto, Israel es llamado “siervo”: “Alabad, naciones, a su pueblo, porque Él vengará la sangre de sus siervos, y tomará venganza de sus enemigos, y hará expiación por la tierra de su pueblo” (Dt. 32:43). Y así dice el Apocalipsis: “Porque sus juicios son verdaderos y justos; pues ha juzgado a la gran ramera que ha corrompido a la tierra con su fornicación, y ha vengado la sangre de sus siervos de la mano de ella” (Ap. 19:2; cp. Lv. 25:42,55; Lc. 1:54,69; Is. 65:8-16). Los profetas sobre todo, y también aquellos en el pueblo judío que servían a Dios con dedicación, recibían el título de “siervos” (Neh. 1:6; Lc. 2:29; Ap. 10:7; 11:18; 15:3). Los apóstoles también se denominaban a sí mismos “siervos” del Señor (Fil. 1:1; 2 P. 1:1). En los discursos sobre los últimos tiempos del Señor Jesús, aparece a menudo el término “siervo”, refiriéndose a Israel (Mt. 21:34-36; 22:3-4; 24:45-50; 25:14,19, 21; Lc. 12:38). Y el Apocalipsis llama a los 144,000 israelitas de las doce tribus “siervos de nuestro Dios” (Ap. 7:3). También los mártires en el cielo reciben este título (Ap. 6:11). Todo el libro de Apocalipsis se dirige una y otra vez a los siervos de Dios.

Apocalipsis 1:1 nos traslada a los libros antiguotestamentarios por la manera en que fue formulado; por ejemplo, recordamos las palabras del profeta Amós, quien escribe: “Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas” (Am. 3:7). Justamente de eso se trata en el Apocalipsis. El libro muestra “las cosas que deben suceder pronto” (Ap. 1:1). Eso significa, lo que debe suceder “rápidamente”. Se trata de acontecimientos en sucesión rápida, de un tiempo compacto que, una vez comenzado, se desarrollará con rapidez: “¡Yo Jehová, a su tiempo haré que esto sea cumplido pronto!” (Is. 60:22).

Dios tiene que juzgar a este mundo, y lo hará a través de Jesucristo. Nuestro Señor castigará a este mundo en un corto tiempo y rápidamente, para entonces establecer una bendición larga y duradera. Los dolores de parto vienen repentinamente; son muy fuertes y, una vez comenzados, son cada vez más rápidos. No obstante, en relación a una vida humana son cortos. Así también se dice sobre el sufrimiento que los cristianos atraviesan: “Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17).

Fue un ángel quien le “declaró” a Juan el Apocalipsis (Ap. 1:1; cp. 22:16). Este ángel es el mensajero personal del Señor, quien está al lado de Juan en el transcurso de las visiones, quien una y otra vez le da instrucciones y a quien Juan más adelante quiere adorar (algo que el ángel rechaza) (Ap. 19:9,10; 22:8, 9,16). Eso significa: Dios el Padre ha encomendado el Apocalipsis a Su Hijo. Jesucristo se lo entrega a Su ángel. Este ángel se lo muestra a Juan. Y Juan lo escribe para nosotros. Por eso él dice de sí mismo que ha dado testimonio “de la palabra de Dios [del Padre], y del testimonio de Jesucristo [del Hijo], y de todas las cosas que ha visto” (Ap. 1:2). Puede ser que Juan haya escrito la introducción al Apocalipsis en último lugar, ya que está en el pasado. Es decir: primero Juan anotó las visiones que el ángel le trasmitió, y después redactó la introducción para el texto y la puso por delante.

Los ángeles son espíritus ministradores para los escogidos, es decir, para la Iglesia (He. 1:14). Pero con especial frecuencia son denominados como siervos y trasmisores de mensajes a Israel (Hch. 7:53; Gá. 3:19; He. 2:2). La Iglesia en la actualidad, en la era de la gracia, no es instruida por ángeles, sino por el Espíritu Santo. Incluso ocurre lo contrario: no es la Iglesia la que aprende de los ángeles, sino que son los ángeles los que aprenden de la Iglesia. “Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la iglesia a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Ef. 3:10; cp. 1 P. 1:12). El Apóstol Pablo incluso llama a la Iglesia a ocuparse de los ángeles: “Nadie os prive de vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal” (Col. 2:18). Hasta el día de hoy, una y otra vez encontramos personas que dicen que se les han aparecido ángeles, y estos les han trasmitido mensajes o visiones. A menudo, se vanaglorian diciendo que fue Dios quien les envió el ángel. Eso sin dudas, es muy peligroso, “porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz” (2 Co. 11:14).

Quien ahora presta atención al Apocalipsis es elogiado por Dios como “bienaventurado”: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3). Hacia el final del Apocalipsis nuevamente se menciona este mismo mensaje: “¡He aquí, vengo pronto! Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro” (Ap. 22:7). No son pocos los cristianos y las iglesias que desechan esta promesa valiosa, al no tratar con el Apocalipsis. Se podría pensar que muchos creyentes no saben leer correctamente, y por eso entienden las palabras del Señor como estuvieran diciendo: “Bienaventurado el que no lee, los que no oyen las palabras de esta profecía, porque el tiempo está lejano”.

La doctrina de la segunda venida de Jesucristo y del establecimiento de Su reino es un tema fundamental en la Biblia. La Palabra de Dios habla aproximadamente tres veces más de Su segunda venida que de Su primera llegada. Los apóstoles contaban con el regreso del Señor Jesús en el tiempo de sus propias vidas. Por esta razón, el profesor de Biblia, William MacDonald, nos exhorta diciendo: “No es suficiente que nos sujetemos a la verdad de Su segunda venida; esta verdad debe sujetarnos a nosotros”. ¡Deberíamos dirigir toda nuestra atención hacia este evento, llenos de añoranza!

El Apocalipsis describe el fin y el objetivo de Dios con Su creación. Es el punto culminante de la voluntad de Dios para el mundo a través de Jesucristo. El Apocalipsis es el triunfo final de las consecuencias de la primera venida de Jesús, de Su muerte y Su resurrección. Por eso habla de que Él es el primogénito de entre los muertos, que Él ha dado Su sangre para salvación (Ap. 1:5), que es El que es, El que era y El que ha de venir (vs.4,8), que estuvo muerto y vive (v.17) y que tiene las llaves de la muerte (v.18). “Juan, a las siete iglesias que están en Asia: gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir, y de los siete espíritus que están delante de su trono; y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap. 1:4-6).

Las siete iglesias son las iglesias a las que fueron dirigidas las siete cartas. Como el número siete es un número de perfección, señala a la totalidad de la Iglesia de todos los tiempos. Los siete espíritus son una imagen de la plenitud del Espíritu Santo, de Su servicio séptuplo (Is. 11:2), que también está representado en el candelabro de siete brazos, la menorá (Zac. 4:2-6). “Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová; espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor de Jehová” (Is. 11:2). Algunos consideran que en el caso de los siete espíritus se trata de siete seres angelicales, ya que los ángeles en las Escrituras también son descritos como espíritus (He. 1:14). Como se encuentran ante el trono, parecen tener una posición subordinada. Esto no se puede afirmar del Espíritu Santo ya que Él es Dios. (Pero al mismo tiempo también se podría decir que los siete espíritus delante del trono de hecho son equiparados con Dios, ya que Juan les desea a las iglesias “gracia” y “paz” de igual modo del Padre, del Hijo y de los siete espíritus.) Si, según el versículo 20, las siete estrellas representan a los ángeles de las siete iglesias y los siete candelabros a las siete iglesias, entonces por eso también los siete espíritus podrían señalar a siete ángeles especiales, enviados al mundo entero (Ap. 5:6). Otras interpretaciones como la plenitud del Espíritu Santo o siete príncipes angelicales, también parecen posibles.

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