Cosas que no debemos olvidar

Norbert Lieth

En 2 Timoteo 2:8 se nos presentan las cuatro cosas más importantes que debemos tener en cuenta: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio”.

1. Tener presente a Jesucristo
El Señor Jesús debe tener siempre una preeminencia absoluta en nuestros pensamientos. Él debe ser el motivo de nuestro compromiso, oración y servicio. Por un lado, esto evita que nos equivoquemos y, por otro, nos estimula a mantenernos en el camino correcto. No haré algunas cosas si pienso en Jesús, y otras las haré con más ganas si le doy la prioridad que merece en mis pensamientos.

Esta exhortación es importante porque podemos perder de vista muy rápidamente al Señor Jesús, aunque habite en nuestros corazones —podemos perder nuestro rumbo por haberlo perdido de vista a Él. Antes de darnos cuenta, nuestros pensamientos giran solo alrededor de nosotros, en torno a nuestro trabajo, tareas y objetivos, situación de vida, preocupaciones y temores, siendo entonces el Señor Jesucristo solamente un fenómeno periférico. Por lo tanto, estemos en guardia, vayamos a la oración y tengamos en cuenta conscientemente que en todo se trata, en primer y último lugar, de Jesucristo.

2. Del linaje de David
Siglos de pensamiento antisemita han llevado a suprimir en muchos lugares que Jesucristo vino a este mundo como judío, murió como judío, resucitó como judío, volvió al cielo como judío y volverá como judío.

El apóstol Pablo, que al fin y al cabo era el apóstol de los gentiles (Romanos 11:13; Gálatas 1:16; 2:2,7), insistió mucho en ello en su carta a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:8).

La Segunda Epístola a Timoteo es la última carta del apóstol, que escribió poco antes de su muerte (véase 2 Timoteo 4:6). Es, por así decirlo, su legado, su testamento espiritual. En un testamento se mencionan cosas que nos son especialmente importantes y que uno quisiera compartir con la posteridad. Entre otras cosas, era muy importante para Pablo señalar que Jesucristo provenía del linaje de David y que este hecho no debía ser olvidado. Si esto no hubiera sido importante para él, habría bastado con la frase: “Acuérdate de Jesucristo”, pero añade, “…del linaje de David”.

La carta iba dirigida a Timoteo, que había sido nombrado entonces consejero espiritual en Éfeso (1 Timoteo 1:3). Esta era la iglesia de la que el Señor se quejaría más tarde: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:4).

¡Oh, si los líderes espirituales de las congregaciones y de las escuelas de formación teológica tuvieran presente que Jesucristo viene del linaje de David, y recordaran esta verdad a quienes se les ha confiado!

Se ha prestado muy poca atención en la historia de la Iglesia y se ha “olvidado” que Jesucristo, el Salvador prometido por Dios, es un descendiente directo de David, de la tribu de Judá. Parece como si el Espíritu Santo hubiera puesto esta amonestación en el corazón del apóstol de los gentiles, Pablo, porque sabía lo mucho que esta verdad seguiría siendo impugnada en el futuro. Y, de hecho, con el paso del tiempo, esta misma ha sido expulsado de la memoria de muchos cristianos. Pero no se puede separar a Jesús del judaísmo. Este hecho formaba parte del evangelio del apóstol Pablo; era parte de su mensaje a los pueblos gentiles y se preocupaba de que este concepto quedara en su memoria. Pablo también mencionó el énfasis especial en la descendencia de Jesús en Romanos 1:3: “…acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne…”. Nacido como hombre, Jesús es descendiente del rey David y, por tanto, perfectamente judío. Pablo hace hincapié en el hecho de que, como verdadero Dios, Jesús también se hizo verdadero hombre y, como verdadero hombre, fue verdadero judío. Esto lleva a la conclusión de que sigue siendo lo mismo ahora, después de su resurrección: verdadero hombre y verdadero judío. Cuando el Señor Jesús vino a este mundo, se despojó de su deidad sin dejar de ser Dios (Filipenses 2:6-7). Se hizo tan plenamente humano que dependía totalmente del Padre celestial. Cuando el Señor regresó al Cielo reanudó, en sentido contrario, su posición divina previamente vaciada, pero sin desprenderse de su humanidad. Volvió a la casa del Padre celestial como verdadero Dios y verdadero hombre. Allí está hoy como Sumo Sacerdote divino y humano, y defiende a su Iglesia. Por lo tanto, 1 Timoteo 2:5 afirma: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

Esta —entre otras justificaciones bíblicas— es la principal razón por la que apoyamos a Israel: porque estamos con Jesús, que es judío y vendrá de nuevo como judío.

El primer versículo del Nuevo Testamento dice: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham” (Mt. 1:1).

En el nacimiento de Jesús, el ángel de Dios pregonó: “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor” (Lc. 2:11).

En Apocalipsis, Juan es consolado con la promesa: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Ap. 5:5).

En el último capítulo de la Biblia dice, dirigiéndose a la Iglesia, sobre el regreso del Señor: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. (…) El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:16,20).

Jesús sigue siendo en el Cielo el vástago de David, y volverá como tal; es peligroso perder de vista la verdadera humanidad de Jesús, como leemos en 2 Juan 7: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo”.

No se trata “solo” de negar que Jesús, siendo Dios verdadero y eterno, se hizo plenamente hombre cuando vino por primera vez, sino también de negar su regreso como hombre. Hace poco escuché a alguien decir: “Cualquiera que piense que Jesús va a volver, no está en la fe”.

Es una actitud anticristiana cuestionar el regreso corporal de Jesús, espiritualizarlo o incluso, negarlo por completo. Hoy en día esto está ocurriendo en algunas instituciones teológicas y en asociaciones sectarias, y no sería sorprendente que el anticristo encuentre su culminación en esto: es posible que niegue el regreso corporal de Jesús y tome para sí mismo este lugar.

Pedro también señala el peligro escatológico de negar el regreso de Jesús: “…sabiendo primero esto, que en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación” (2 P. 3:3-4).

La segunda carta de Pedro, al igual que la primera, se dirigía a los judíos creyentes (véase 1 Pedro 1:1; 2 Pedro 3:1). La expresión “los padres” se refiere, pues, a los padres judíos de la fe, que esperaban una aparición literal del Mesías; esta verdad será puesta en duda e incluso burlada al final de los tiempos. ¿Aprovechará esto el anticristo?, ¿será quizás incluso el iniciador de tal blasfemia para seducir al pueblo judío y luego colocarse en el trono? Sea como fuere, vivimos en una época en la que el regreso corporal del Señor Jesucristo se espera cada vez menos —¿Por qué? ¡Porque estamos viviendo en los últimos días!

3. El que ha resucitado de los muertos
Esta verdad omnipresente nunca debe abandonar nuestros corazones: ¡Jesús vive! —este es el mayor consuelo en nuestra vida y para nuestra muerte.

Resulta difícil ver cómo envejecen y se debilitan las personas que antes eran fuertes y vitales, o presenciar el destino de los enfermos graves. Pero ¡qué consuelo es recordar que Jesucristo resucitó de entre los muertos!

Jesús venció el pecado, el poder de la muerte y al diablo: este conocimiento debe dominarnos en todo momento y no debe perderse de nuestra memoria. Solo esto puede quitar las amarguras, hacernos soportar más fácilmente las cosas difíciles y darnos valor en la desesperación… esta es la luz al final del túnel.

Como Hijo de David, Jesús se convirtió en verdadero hombre y verdadero judío. Como tal, sufrió y murió, pero al tercer día resucitó y volvió a su gloria divina. Ahora, como verdadero hombre y verdadero Dios, es nuestro Sumo Sacerdote y Abogado resucitado de entre los muertos. Así, Jesús viene a nuestro encuentro en nuestra debilidad.

“Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15).

Él es nuestro Abogado y la propiciación por los pecados de todo el mundo.

“Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Jn. 2:1-2).

La resurrección de Jesús es la garantía de la resurrección y el arrebatamiento de todos los que creen en Él. Su resurrección es la confirmación de Dios Padre para toda la obra redentora de Jesús.

“Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron (…) Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin…” (1 Co. 15:20, 23-24).

4. Conforme a mi evangelio
Ahora bien, podríamos objetar que el apóstol Pablo no escribió ningún Evangelio, porque de esta manera habría un quinto Evangelio. Pero este versículo no quiere decir otra cosa que todas las cartas de enseñanza del apóstol son, por así decirlo, evangelio. Por tanto, no hay que reducir el término evangelio a los cuatro Evangelios, sino que hay que considerar que todo el Nuevo Testamento es evangelio. La profunda enseñanza de la Epístola a los Romanos, por ejemplo, de la Epístola a los Gálatas, o de las Epístolas a los Corintios, etc., también contiene el evangelio (Romanos 2:16; 16:25).

Además, esta declaración afirma la vocación espiritual y la autoridad de un apóstol inspirado por el Espíritu Santo. Su palabra es la Palabra de Dios (1 Tesalonicenses 2:13; Gálatas 1:11) y el evangelio de Jesucristo. Solo con esta autoridad dada por Dios, Pablo pudo decir:

“Considera lo que digo (…). Acuérdate (…) conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:7-8).

Además, la afirmación “conforme a mi evangelio” apunta al significado de que Pablo tenía una tarea especial para los gentiles. Su evangelio es un mensaje que Dios envió especialmente a las naciones.

“Después, pasados catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también conmigo a Tito. Pero subí según una revelación, y para no correr o haber corrido en vano, expuse en privado a los que tenían cierta reputación el evangelio que predico entre los gentiles. (…) los de reputación nada nuevo me comunicaron. Antes por el contrario, como vieron que me había sido encomendado el evangelio de la incircuncisión, como a Pedro el de la circuncisión (pues el que actuó en Pedro para el apostolado de la circuncisión, actuó también en mí para con los gentiles), y reconociendo la gracia que me había sido dada, Jacobo, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la diestra en señal de compañerismo, para que nosotros fuésemos a los gentiles, y ellos a la circuncisión” (Gá. 2:1-2, 6-9).

Santiago escribió su carta a los judíos (Santiago 1:1). Cefas también escribió las dos epístolas de Pedro a los judíos (1 Pedro 1:1; 2 Pedro 3:1). Judas se apoyó en Pedro (véase Judas 17-18; cf. Judas con 2 Pedro 2-3). Juan escribió las tres Epístolas de Juan y Apocalipsis, además del Evangelio de Juan —también son escritos judíos. La Epístola a los Hebreos también es judía, como su nombre lo indica. Pablo, en cambio, escribió explícitamente a los gentiles de las naciones; por eso sus cartas son diferentes a las de los demás.

Por ejemplo: “Vosotros veis, pues, que el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Stg. 2:24).

“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Ro. 3:28).

Santiago dice: “…no solo por la fe”. Pablo, en cambio, subraya exactamente lo contrario: “…solo por la fe”.

Este aparente contraste se explica por el hecho de que una carta se dirige a los judíos y la otra a los gentiles. Los judíos tenían la Ley, y el manejo de la misma era una expresión de su fe. Los gentiles no tenían ley, por lo tanto “solo” necesitaban creer —lo que sería seguido por las obras.

Pablo no tenía un mensaje que contradijera el de los otros apóstoles, sino que era un suplemento para los gentiles. Así que, si tenemos en cuenta la comisión judía de Pedro, Santiago, Juan, Judas y el escritor de Hebreos, así como la comisión de Pablo en sus cartas a los gentiles, podemos entenderlas mucho mejor, distinguirlas y al mismo tiempo reconciliarlas. Nos damos cuenta de que las aparentes contradicciones no lo son en absoluto, sino que un conjunto de afirmaciones se escribió pensando en los judíos y el otro en los gentiles, y debe considerarse desde esta perspectiva.

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad