¿Corona o virus?

Daniel Schäfer

El coronavirus mantiene al mundo en suspenso. Lo que sabemos sobre los virus en general, puede ser aplicado acertadamente como enseñanza a nuestra vida espiritual. ¿Queremos la “corona” de la vida eterna o el virus del pecado? 

Los virus no son partículas celulares, pero sí organizadas. Con la ayuda de la célula huésped, los virus forman una cápsula de lípidos y proteínas, para empaquetar proteínas propias de los virus y el plan de construcción tan importante para ellos para la formación de más virus. Los virus así formados ahora se acoplan a ciertos receptores según el principio de “llave y candado”. Como la llave mayormente pertenece al mismo tipo de células de las que proviene el virus, el plan de construcción es infiltrado en la célula. Allí, este plan de construcción en determinadas circunstancias puede ser reescrito, de modo que no solo llega al núcleo celular, sino que incluso llega a ser parte de la información genética celular. Todo eso, sin embargo, puede retrasarse si el virus se mantiene pasivo, no obstante, en cada división celular es trasmitido a las células hijas. Pero tarde o temprano, después de un cierto tiempo de latencia, se ve la verdadera naturaleza del virus en estas células. La información viral toma el comando de la célula huésped. Todo se dirige a la producción de partículas virales. Puede suceder, que la célula literalmente estalle, liberando cientos de virus. 

Ahora al coronavirus. Quien crea que el descubrimiento del coronavirus sea nuevo, se equivoca. Ya en los años del 1960, se describió este virus con un plan de construcción de aproximadamente 27 a 34 mil letras de información hereditaria. No obstante, el coronavirus SARS-Cov-2 actual es una variante que mantiene al mundo entero en suspenso. La morfología –es decir, el aspecto de la envoltura del virus bajo el microscopio electrónico– con sus muchas proteínas de acoplar se asemeja a una corona. Estas proteínas de acoplar se especializan en el tracto respiratorio. Y eso es lo que hace tan peligroso a este virus, ya que no solo lo inspiramos, sino también lo expiramos. Por medio del aire solo no habría peligro, sin embargo, esta expiración a veces también sucede más fuertemente, como cuando estornudamos o tosemos, de modo que pequeñas gotitas con virus pueden llegar a un nuevo receptor. 

Existe, no obstante, un afuera y un adentro. La protección que ofrece la piel es sorprendente. Aun así, existen zonas de peligro: boca, nariz, ojos, oídos y heridas abiertas. Allí podemos hacer un paralelo con la verdad espiritual. Vivimos en el mundo, pero no somos del mundo. Respiramos el aire podrido de nuestro entorno, lo cual, según nuestra condición, nos pone más o menos en peligro. Pero no estamos expuestos a eso sin protección. Las vibrisas de la nariz, flema, fagocitos, células de resistencia inmunológica –todas ellas son instancias de protección. 

“Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (Stg. 1:13). Dios está rodeado por “aire fresco”, es decir aire de vida. Todo lo que enferma al ser humano no proviene de Él, sino que viene de la rebelión del ser humano contra Dios. Por supuesto que siempre podemos sostener que algo de Dios se encuentre en cada tentación. Pero eso sería igual de necio, como si uno dijera que la célula huésped fuera culpable de todo porque, después de todo, el coronavirus se rodea de una envoltura proveniente de ella. 

“…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido” (Stg. 1:14). Y ahora sucede. El ser humano ve algo atractivo. Si no fuera atractivo para él/ella, sería inmune. Pero el diablo sabe cuáles son los receptores que hemos formado en nuestra superficie espiritual. Quizás seamos receptivos a la envidia, a la pornografía, al egoísmo,… La lista puede ser muy larga. Ahora viene el virus, aplicado espiritualmente, la tentación, a nosotros. ¿Tenemos receptores? ¿Somos receptivos? Si nos dejamos llenar por Jesús, nuestros receptores estarán ocupados por Él, y la tentación no encontrará ningún punto de acoplado. Pero ¡ay de nosotros, si todavía buscamos satisfacción para nuestra alma en otra parte! Como dice en Génesis 4: “¿No es así? Si eres piadoso puedes levantar libremente la mirada. Pero si no eres piadoso, el pecado está a la puerta y a ti será su deseo; pero tú debes señorear sobre él”. Conforme al sentido de esto son los virus que acechan delante de la célula. ¡Haz lo posible para mantenerlos lejos de ella!

“Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte” (Stg. 1:15). Después entonces, cuando las ansias han concebido –quiere decir: si el virus después de todo encontró un receptor, la información diabólica de la muerte es infiltrada. Y ella da a luz el pecado. La célula no muere inmediatamente. De lo contrario, por un tiempo considerable todavía le va bien, pero está condenada a morir. Ya no hay salvación para esa célula que ha recibido el pecado en su herencia genética, solo le queda la muerte. De eso, en sentido figurado también habla la Biblia. El pecado es la perdición del mundo (cp. 2 P. 1:3). “La paga del pecado es la muerte” (Ro. 6:23). Lastimosamente, no termina ahí. Ya en el caso de Eva sucedió que ella también le ofreció la fruta a Adán, quien no fue seducido como la mujer, sino que pecó conscientemente (1 Ti. 2:14). El pecado siempre es contagioso; más contagioso y más mortal que todo tipo de coronavirus. No solamente contagia a otros, sino que causa pecados cada vez nuevos, para ocultar el original. 

¿Cuál es la salida? ¿Cuál es la solución? ¿Cómo es en el caso de la célula infectada por el coronavirus? 

Nuestro cuerpo no recibió de Dios solamente la posibilidad de protegerse directamente contra partículas infecciosas, sino también la de combatir los agentes patógenos que han penetrado sus células propias. Todos los mecanismos de defensa, sin embargo, tienen como meta y como consecuencia la muerte de la célula contagiada para el bien de la totalidad del organismo. Como ejemplo, mencionemos tan solo los linfocitos NK –las así llamadas “células asesinas naturales”, cuyos precursores en el feto van del hígado a la médula ósea. Estos reconocen transformaciones en la superficie de las células que, por ejemplo, son invadidas por virus. Por medio de la aportación de citotoxinas es realizada la inactivación de la célula afectada. La apoptosis es el término técnico: suicidio dirigido inducido con degradación y reciclaje simultáneos. 

En el área espiritual es similar, por lo que no debemos dejarnos engañar. 

“Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:16-18). 

Santiago repite nuevamente que todo lo bueno viene de Dios. Él es inmutablemente bueno, el Padre de la luz, el origen de toda santidad. Este Dios, por Su soberana voluntad, a nosotros que estamos infectados por el pecado y la muerte, nos hizo nacer; no solamente “renovar”, sino nacer de nuevo. Somos una nueva criatura. Lo viejo es pasado. El reclamo de muerte del pecado fue aniquilado en la cruz del Gólgota por medio de la muerte de Jesús. Su muerte venció la muerte. Ahora podemos andar en la nueva vida y ya no podemos poner nuestros miembros a disposición de la injusticia, sino para el Señor Jesús, estando muertos al pecado… 

Quien es infectado por el coronavirus, debería recibir tratamiento lo más rápidamente posible, y debe ser aislado para evitar la propagación del virus –y todo eso antes de que para él y otros sea demasiado tarde. 

Quien recibe el pecado en su vida, es decir, lo permite y se aferra a él, es decir que no se arrepienta ni busca “ayuda a tiempo” del único Salvador, ese recibe como consecuencia la muerte. No solo con él va a ser cada vez más difícil la situación, sino que también arrasa a otros con él en el remolino del pecado hasta llegar a la muerte. Pero quien recibe al Señor Jesús en su vida, recibe la vida. El Salvador murió y resucitó de los muertos. El Señor Jesús es “quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (2 P. 2:24). Estamos sanos por medio de Él. ¡Tenemos el privilegio de vivir ahora y siempre libre y alegremente ante el rostro de Dios y de Jesucristo!

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