¿Corona …y después?

Thomas Lieth

La reacción a la crisis del coronavirus fue global, las consecuencias, extensas. ¿Qué significa todo esto a la luz de la palabra profética de la Biblia?

Seguramente, a esta altura, ustedes han escuchado y leído mucho sobre el coronavirus. Y lo más probable es que las consecuencias relacionadas al mismo que tampoco les hayan pasado de largo. Como en cada crisis, hay ganadores y perdedores; aquellos que se benefician de eso –al menos por un corto tiempo– y aquellos que por causa de eso caen en desgracia. Las consecuencias para muchos no desaparecerán tan simplemente con la supresión de las reglamentaciones porque, si bien una mascarilla es fácil de desechar, pero muchos quizás hayan perdido miembros de su familia, el trabajo, su existencia o incluso su confianza en Dios. Otras repercusiones duraderas podrían ser una restricción creciente de nuestras libertades personales, al igual que cambios económicos y políticos radicales y una digitalización progresiva, hasta una nacionalización impetuosa para “bien y protección del ciudadano inmaduro”. Si bien todas estas cosas hace tiempo ya que están en marcha, puede que después de esta pandemia mundial podrían avanzar con una rapidez considerablemente mayor, de lo que fue el caso hasta la fecha. Se rumora que Bill Gates, por ejemplo, habló de que la pandemia del coronavirus sería la ocasión perfecta para seguir desarrollando e implementando la tecnología del microchip. Sí, a veces el ser humano tiene que ser obligado a su “suerte”, como en el caso de la indecible histeria climática, sin la que nunca se habrían impuesto los automóviles eléctricos. 

No obstante, en este artículo no es mi objetivo mostrar quién posiblemente saque un beneficio de estos acontecimientos. Tampoco se trata aquí de especulaciones sobre el surgimiento y la propagación del virus, no. Lo que me fascina en todo esto y también me alarma, es el hecho que casi de la nada, y en el correr de unas pocas semanas, naciones enteras fueron sacudidas en sus cimientos. Y eso no por medio de una guerra mundial, por tensiones políticas emergentes, por alguna organización terrorista, ni siquiera por el cambio climático invocado, sino por un virus totalmente modesto. Como caído del cielo, repentinamente las fronteras fueron bloqueadas, se decretó el confinamiento, negocios fueron cerrados, prohibiciones de reunirse expresadas, celulares localizados, mascarillas impuestas, papel higiénico racionalizado, bromas sobre el coronavirus fueron prohibidas, sustancias desinfectantes fueron robadas, darse las manos y besarse en la mejilla mal vistos, y, uno no quiere ni creerlo, los infectados fueron clasificados en vidas dignas e indignas de ser vividas. Todos estos son escenarios que hasta entonces solo conocíamos de películas de ciencia ficción o de Estados totalitarios. 

Sea como fuere, unas cuantas veces sentí como que estaba mirando la película equivocada, o que se trataba de una pesadilla. Diariamente, e incluso casi cada hora, las medidas tomadas se incrementaban. Con cada noticia, un nuevo endurecimiento. Todo eso era muy extraño, emocionante y fascinante al mismo tiempo, y me hizo pensar en la palabra de 1 Tesalonicenses 5:3: “Que cuando digan: paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán”. Toda esta crisis mostró lo rápido que podemos ser sacados de nuestro “mundo sano”, y lo poco que se necesita para hacer verdad lo que la Biblia anunció hace ya unos 2 000 años atrás, como por ejemplo, en Mateo 24:7-8, cuando el Señor Jesús, en Su así llamado discurso del fin de los tiempos, dijo a Sus discípulos: “porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores”.

Quiero enfatizar que las palabras del Señor Jesús todavía no se han cumplido con el COVID-19 (coronavirus), pero esta pandemia pasada y todavía presente deja sospechar lo que se le viene al mundo que está maduro para el juicio y sin arrepentimiento. Sí, el apocalipsis se acerca, y para expresarlo con las palabras de Habacuc 2:3: “aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.

Miremos otra aseveración profética, cuyo cumplimiento se está perfilando ante nuestros ojos, y que paso a paso pronto podría hacerse realidad. Apocalipsis 13:11-18, reproducido por extractos: “Después vi otra bestia [un humano anticristiano] que subía de la tierra; y… hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra… Y engaña a los moradores de la tierra… Y se le permitió infundir aliento a la imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca…”

Estos versículos, por mucho tiempo, fueron totalmente incomprensibles, pero entretanto, una “imagen que habla”, que es vista y oída en el mundo entero al mismo tiempo, es absolutamente imaginable en la era de internet y los medios sociales. Y también una marca en la mano o la frente no solo es posible en la era del microchip, sino ya se está manejando. Pero a lo que quiero llegar con base en los acontecimientos que se están apresurando, es la idea de que ya nadie puede comprar o vender, cuando alguien evidentemente sabe cómo impedirlo. Hasta cierto punto, eso ya sucede en el día de hoy, que quien no tiene internet y smartphone, o no sabe manejarlos, no puede acceder a ciertas ofertas. En el momento puede que eso todavía no sea tan grave mientras existan suficientes alternativas. Pero el lazo, que todavía está bastante flojo alrededor de nuestro cuello, se va apretando más y más. Y también eso nos lo han ­revelado despiadadamente los acontecimientos relacionados con el coronavirus. Porque, ¿qué es lo que hemos vivido ahora? Para proteger de una tramisión del virus, los negocios han pedido a los clientes pagar con tarjeta, y ya no con billetes y monedas. Incluso hubo comercios que se negaban estrictamente a recibir dinero en efectivo, y donde a causa de eso no se podía comprar sin smartphone o tarjeta de crédito. Si bien los esfuerzos por eliminar el dinero en efectivo hace mucho ya que están en camino, pero el ciudadano “patético e incorregible” a veces todavía está demasiado apegado a sus billetes y monedas, de modo que sin medidas coercitivas posiblemente todavía lleve décadas hasta que los pagos sin efectivo sean aceptados mayoritariamente. En resumen: el ciudadano inmaduro tiene que ser obligado a su suerte para finalmente cambiar a tarjeta y moneda digital. Y es seguro que la aceptación de eso ha aumentado con esta pandemia, ya que sirve para la protección propia y la de otros –al menos es lo que se proclama. 

Especialmente en China y los países escandinavos, los pagos sin efectivo en los pasados años han aumentado enormemente en aceptación. Es así que Suecia se ha puesto como objetivo, que para el año 2030, lograrán estar totalmente sin billetes y monedas. Y ya ahora, el pago con el teléfono móvil es el método preferido en este y otros países. Especialmente la generación más joven está muy abierta hacia eso, y se preguntará qué pueda ser tan grave en eso, porque después de todo, esto también conlleva muchos beneficios y comodidades. Pero, sé cauteloso. En definitiva, esto es otro paso más hacia la incapacitación del ser humano, y le abre la puerta a la vigilancia total. Y si bien este no necesariamente es el objetivo prioritario de aquellos que se esfuerzan con tanta vehemencia a favor de la eliminación del dinero en efectivo, igual llegará a eso, tal como en la China ya es practicado casi en todas partes, y por la mayoría de los chinos incluso es aprobado. 

En China, a causa de los pagos sin efectivo, se está a la merced del Estado. Si alguien va conforme a la línea política, recibe bonificaciones y premios correspondientes. Pero si no es tan leal al Estado como ese lo exige, puede suceder que quiera comprar un boleto de avión con su tarjeta, y que le sea negado con base en algún registro negativo. En estas cosas, China es el precursor sin escrúpulos, que de todos modos no le importan los derechos humanos. Pero también los EE. UU. y Europa trabajan en la introducción de así llamadas criptomonedas (monedas digitales), que tarde o temprano podrían reemplazar los billetes tradicionales. 

Como ya se dijo, eso en sí mismo no necesita ser algo malo, pero en definitiva es una piedra de construcción hacia lo que el Apocalipsis ya predijo hace 2 000 años atrás, y que será abusado por el así llamado “anticristo”. Transacciones anónimas, como todavía son posibles con dinero en efectivo, no solo se volverán cada vez más difíciles, sino que en el futuro llegarán a ser prácticamente imposibles. Y aquello que formalmente debe servir como impedimento para el lavado de dinero, para el control de la evasión de impuestos y la lucha contra los pagos ilegales, también golpeará de lleno al ciudadano pequeño y sin tacha. Lo que usted hoy todavía considera propiedad suya, rápidamente puede ser apropiado por el Estado. Los pequeños ahorros y los billetes en la almohada ya no valdrán nada cuando sea abolido el dinero en efectivo, y el ciudadano llegará a ser totalmente dependiente de la buena voluntad de los bancos y del Estado. Y lo verdaderamente digno de crítica en todo esto es, que al ser humano no le es dado ninguna alternativa. Quien apuesta por la digitalización, que lo haga; pero aquellos que no quieren eso –por la razón que sea– o quizás tampoco puedan, no les quedará sino hacerlo si quieren comprar y vender. Aquí cabe una cita del presidente del grupo empresarial Deutsches Interim-Management: “Cuando se cierre la última ventanilla de banco, también el objetor más fuerte de la digitalización no tendrá más remedio que realizar sus negocios bancarios en línea”. 

Ya dije: el ser humano tiene que ser obligado a su “suerte”. Sí, vivimos en un tiempo interesante, en el que el rompecabezas de la profecía bíblica está tomando forma cada vez más, y uno no podrá comprar ni vender, si el Estado no lo quiere. China manda saludos; y libertad, ¡eso era de antes de ayer! Eso, por su parte, es la otra cara de una digitalización ampliamente elogiada y en muchos lugares deseada que, sin lugar a dudas tiene sus ventajas, pero que hace que al ciudadano se le robe cada vez más su libertad y autodeterminación individual y lo hace más controlable. Cuanto más fuertemente avance la digitalización, tanto más transparente se vuelve el ser humano, quien a su vez condesciende con ello ya que las ventajas predominan y él saca su beneficio de las mismas. Así, por lo menos, piensa y siente; si realmente es así lo mostrará el tiempo. También con respecto a esto una cita de un gerente y consultor de gestión de Interim: “Cuanto más beneficios promete la innovación, tanto más pierden importancia los deseos de protección de datos y privacidad. Después de todo, las personas funcionan según el principio de la sensación de placer.”

Los cristianos deberíamos ser sobrios en cuanto a esto. No necesitamos expresarnos en contra de todo avance (¡lo que también puede hacer retroceder!) y negarnos a todo cambio. No, de ninguna manera. Podemos muy bien aprovechar estas cosas, tal como lo hemos hecho en muchas maneras en la Obra Misionera Llamada de Medianoche durante la crisis del coronavirus (pensemos solo en nuestra oferta de la iglesia en línea). Pero deberíamos estar alertas y no dejarnos acaparar por todas estas cosas. Vivimos en este mundo, y no podremos evitar muchas cosas, pero podemos y debemos mostrar a la gente, a dónde lleva todo esto, lo que la Biblia dice al respecto, y que todo llegará a un final terrible para aquellos que no creen en Jesucristo, y se dejan seducir por las atracciones del mundo. Tanto la digitalización como la globalización puede ser una bendición para la propagación del evangelio, pero del mismo modo las dos cosas también demostrarán ser una maldición, cuando los poderes anticristianos se revelen en su totalidad. 

Más allá de esto, las medidas tomadas en el curso del COVID-19 han expuesto el control global que, para protección del ciudadano, incluso es aceptado e incluso a menudo querido. No fue solamente el ministro de salud alemán que propuso una localización de teléfonos móviles para la vigilancia en cuanto a la prohibición, es decir, limitación de salir de sus casas. Y es interesante que, en cuanto a esto, casi no hubiera resistencia, cuando de lo contrario, cuando se trata de frustrar delitos potenciales, reflexivamente se exige el derecho de privacidad y la protección de datos. Y sobre todo, se llama la atención con vehemencia, que nadie puede ser precondenado y puesto bajo sospecha general. En resumen: en nuestra jurisprudencia, nadie puede ser interrogado sin sospechas concretas. Esto en ocasiones dificulta el trabajo de la ­policía, cuando se trata de desenmascarar posibles terroristas o delincuentes. Pero desde el coronavirus es generalmente aceptado, que el teléfono de cualquiera pueda ser localizado para garantizar que estos no se encuentren con sus amigos. 

Aquí no trato de evaluar lo que es legítimo y sensato para evitar la propagación de una pandemia. Sino que sencillamente me asombro de lo que es posible, y que también es rápidamente aceptado e incluso aprobado por el público en general. El hecho es, que la exigencia del ser humano de libertad sin límites a más tardar tiene sus límites cuando a uno le disgusta la libertad del otro. Sí, cuando el humano puede sacar un beneficio personal de todas las restricciones, les quita importancia a todas las libertades y derechos personales, especialmente a los del otro. Interesante es también, que por un lado, la globalización es responsabilizada por muchas situaciones críticas, pero por el otro lado justamente esa globalización avanza, porque con eso se quiere combatir los problemas del mundo. Esto a uno le da la impresión como que el ser humano intentara echar al diablo con el diablo. Tanto la salvación del clima como también la lucha contra la pandemia son tareas globales, que obligarán a los Estados individuales a renunciar a su independencia nacional. El ex primer ministro británico Gordon Brown, por ejemplo, exigía una “forma temporal de gobierno mundial”, ya que la crisis actual (con eso se refería a la pandemia del coronavirus) no sería algo que cada país podría resolver solo. Debería haber una reacción global. 

Este tipo de evoluciones y la exigencia de un “gobierno mundial” no son nada nuevo, pero ahora nuevamente son alimentados, y así preparan el campo para el venidero gobernador mundial anticristiano. 

Para terminar, déjeme mencionar y enfatizar que, con la mejor buena voluntad, no puedo estimar, cuándo, qué y cómo en los próximos años sucedan cosas innovadoras, que sean relevantes para la historia de la salvación. El dinero en efectivo quizás nos quede por algunos años todavía, y los primeros intentos de dar el visto bueno a la moneda digital quizás todavía fracasen. Los Estados nacionales todavía podrán hacerse valer por algún tiempo y la UE quizás tenga que formarse de una manera totalmente nueva. ¿Qué y quién viene después de Donald Trump y cómo siguen las cosas en Israel? Quizás en el año próximo no se perfile nada de lo que hoy se teme, pero gracias al coronavirus se me hizo presente lo rápido que las cosas pueden desarrollarse, cosas que nunca podríamos haber imaginado. ¿Quién sabe qué será lo próximo que hará temblar el mundo? Pero una cosa sé con seguridad, que la Biblia siempre y eternamente seguirá teniendo la ­razón, porque “Cielo y tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, como lo dice el Señor Jesucristo (Mt. 24:35). Y en todo esto tenemos el privilegio de poder creer en nuestro Señor y Dios Jesucristo con corazón gozoso, mirar al futuro sin miedo y llenos de confianza, porque el Señor llega a la meta, y con Él también nosotros: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Jn. 5:4-5). “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo… El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén” (Ap. 22:12,20-21).

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