
¿Cómo podemos persistir en este tiempo del fin?
La Palabra profética firme de la Biblia, que brilla como luz en un lugar oscuro (2 Pedro 1:19), nos muestra claramente cómo podemos vivir y persistir en un mundo cada vez más oscuro.
En los años de 1960, comenzó en nuestra sociedad el hundimiento de los valores cristianos. Millones de personas que representaban una confesión más o menos cristiana (aunque fuera solo por la forma), rompieron con el pasado religioso de Occidente. Este proceso continúa el día de hoy. El consenso moral fue tirado por la borda y las consecuencias fueron embrutecimiento, desaparición de la ética sexual, desvalorización de matrimonio y familia, y el aborto. Desde 1973, en el mundo entero, fueron asesinados mil millones de niños en el vientre materno.
A eso se le añade la seducción creciente en el área religiosa. Muchos creyentes juzgan los mensajes no por su fidelidad a la Palabra de Dios, sino de acuerdo a cuán bien les hacen sentir. En San Pablo, por ejemplo, hace de las suyas una obispo auto nombrada llamada Ingrid Duque. Cientos de personas visitan sus reuniones, y al final de las mismas toda persona puede llegar a ella, besarle los pies y recibir una bendición. Por supuesto que eso no es gratuito, sino que cuesta 100 reales (cerca de 30 dólares).
La confusión va en aumento. ¿Qué debemos pensar de iglesias cuyos predicadores declaran que Dios habla con ellos de manera directa? Iglesias en las que la gente se cae de espaldas en masas porque supuestamente los ha tocado el Espíritu Santo, donde públicamente se habla en lenguas sin que hubiera nadie para interpretarlo. Iglesias donde detrás de cada enfermedad se ve un demonio. Iglesias donde lo sobrenatural y el espiritismo prevalecen tanto que a la Palabra de Dios ya no se le da valor.
¿Cómo debemos reaccionar a todo esto y mantenernos firmes en la fe? El Apóstol Juan da la respuesta: “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros” (1 Juan 2:24). Los apóstoles nos exhortan a ser prudentes y despiertos, a no dejarnos llevar ni seducir por doctrinas diversas y extrañas (1 P. 5:8; He. 13:9; 1 Jn. 3:7).
Proverbios 1:2-5 muestra el remedio contra la seducción espiritual y señala el discernimiento correcto: “Si prestas atención a sus palabras, alcanzarás sabiduría y madurarás a ser una persona entendida. Los proverbios te ayudan a organizar tu vida de manera sensata, y te capacitan a reconocer y aceptar buenos consejos. Por medio de ellos aumentas tu entendimiento; aprendes a ser honesto y derecho y a tratar a otros con justicia. Quien es joven y sin experiencia, llega a ser competente para juzgar, recibe sagacidad para buenas decisiones. Aun quien ya dispone de mucho conocimiento y experiencia puede aprender más. Nuevas ideas le ayudan”.
Se trata aquí de la Palabra de Dios y de lo que ella puede lograr en la vida de un cristiano. “La Palabra de Dios es viva y poderosa, y más cortante que cualquier espada de dos filos. Penetra hasta lo más profundo del alma y del espíritu, hasta la médula de los huesos, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12).
Lo más importante es que no nos alejemos de la Palabra de Dios. “No permitan que los alejen del mensaje que han escuchado desde el principio. Si el mismo queda en sus corazones, estarán para siempre unidos con Dios el Padre y con Su Hijo Jesucristo” (1 Jn. 2:24).
Si el mensaje del evangelio está firmemente plantado en nuestro corazón, nos mantendremos siempre unidos a Jesucristo. Esta unidad espiritual nos es explicada por medio de la conocida imagen de la vid y las ramas (Juan 15:4-5). Rama y vid son una conexión orgánica. Pertenecen juntos. Así el cristiano debe mantenerse unido al Señor Jesús a través de la fe en la Palabra de Dios.
“Esta es la promesa que él nos dio: la vida eterna” (1 Juan 2:25). En otras palabras: viviremos por la eternidad, para siempre en la gloria de Dios, donde no habrá “ni llanto, ni lamento ni dolor” (Ap. 21:4). Sin embargo, vida eterna en conexión con Cristo significa algo más todavía: se trata de la posición que tenemos en Él una vez que nacemos de nuevo. Nadie nos la puede quitar; es una justicia que recibimos de regalo. No hay nada que podamos agregarle. No se requieren obras que nosotros tengamos que aportar. El Señor nos ve a través de Cristo Jesús, por eso en esta posición somos completos delante del Padre. Aun así, puede suceder que nuestro estado esté muy por debajo de nuestra posición.
Puede suceder que, en lo espiritual, el creyente no dé ni un solo paso hacia adelante o que tome el seguirle a Cristo muy superficialmente. Tendrá que asumir las consecuencias de esto ante el trono del juicio de Cristo (2 Corintios 5:10), donde nuestras obras podrán quemarse o mantenerse (1 Co. 3:14-15). Una persona salva puede que se pierda algunas de las coronas que el Señor tiene preparadas para los creyentes. Pero no se trata de la vida eterna, sino del galardón que podemos perder a través del fuego.
Nuestra meta final es la perfección y la glorificación de la iglesia de Jesús. El proceso quizás doloroso de depuración ante el trono de juicio del Señor producirá una Iglesia terminada y glorificada. Estos creyentes luego participarán en el gobierno del reino de mil años.
Por eso, queremos animarnos mutuamente a preguntar una y otra vez qué dicen las Escrituras. Queremos estudiar la Palabra de Dios y no queremos perder el amor a la verdad (2 Ts. 2:11). Si nos mantenemos en esto, no nos extraviaremos en la selva espiritual de nuestro tiempo, porque Dios mismo nos protegerá de la seducción espiritual y nos guiará a toda la verdad.