¿Cómo obtengo la paz de Dios? (Filipenses 4:4-7)

Nathanael Winkler

Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” Filipenses 4:4-7.

Es probable que el versículo más conocido de la Carta a los filipenses sea: “Regocijaos en el Señor siempre” (Fil. 4:4). El tema del gozo está presente en toda esta carta. Pablo exhorta una y otra vez a los hermanos a vivirlo de manera consciente, ya que esto constituye uno de los principios fundamentales de la vida de fe del cristiano.

Los filipenses conocían a Pablo. Sabían lo que había tenido que pasar en Filipos: había sufrido persecución, encarcelamiento y una brutal golpiza. Las aflicciones de Pablo eran numerosas, pero a pesar de ellas permaneció firme. En medio de sus muchos sufrimientos, dijo: “Regocijaos en el Señor siempre”.

Pablo escribió la Carta a los filipenses desde una cárcel en Roma. No gozaba de libertad, y sabemos, además, por sus otras cartas, que carecía de una buena salud. Es posible que las persecuciones hayan dejado graves secuelas en su cuerpo. A pesar de esto, dijo: “Regocijaos en el Señor siempre”.

¿Cómo estamos nosotros respecto al gozo? ¿Nos gozamos en todo momento? Debemos admitir que no. Existen situaciones muy difíciles en la vida, como una enfermedad grave, una muerte inesperada o una separación. También podemos sufrir por caer de manera repentina en problemas financieros. Sin embargo, Pablo habla de un tipo de gozo que no es natural: el gozo en el Señor. Este no depende de las circunstancias terrenales en las que vivimos.

Si nuestro gozo depende de algo carnal, terrenal o de las circunstancias de la vida, experimentamos entonces continuos altibajos. Si se funda en lo que pasa en nuestro entorno, es tan frágil como una vela destapada en una noche tormentosa. Pues cada vida humana vivirá tiempos difíciles y situaciones incomprensibles. Si el Señor lo permite, nos dará también la fuerza necesaria para atravesarlas. Pero la condición es que tengamos una relación con Él. Jesús dijo a sus discípulos: “Yo estoy con vosotros ­todos los días” (Mt. 28:20). Jesucristo nos prometió que no estaríamos solos, pues su Espíritu Santo viviría en nosotros (Juan 14). Aunque estuviera completamente solo en esta Tierra, el Señor seguiría conmigo. El creador de los cielos y la Tierra está muy cerca de mí, su Espíritu mora en mí.

Pablo, quien en otro tiempo fuera un fanático del judaísmo religioso, hizo una impresionante declaración: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8). El apóstol estaba dispuesto a echar por la borda su carrera, su familia y su posición, y todo esto por alcanzar una sola meta: conocer a Cristo Jesús. Por esta razón pudo decir: “Regocijaos en el Señor siempre”. Lo dejó todo y por eso Cristo llegó a ser todo para él.

¿Qué es Cristo para nosotros? ¿Ha llegado a ser todo lo que queremos en la vida?

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” Se trata de un gozo permanente y en aumento. Por lo menos, así debería ser.

Pablo sigue exhortando: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Fil. 4:5). En el original griego, la palabra gentileza tiene acepciones como: contentamiento, generosidad, misericordia, indulgencia, paciencia, entrega, responsabilidad amable y disposición a renunciar a un camino propio. Este tipo de gentileza se contradice con la naturaleza de nuestro viejo hombre. Solo podemos poseerla si vivimos de manera determinada en comunión con Cristo.

Los principios que Pablo desea trasmitirnos aquí terminan todos en un único mandamiento: ¡dejen obrar al Señor! Para que Cristo pueda obrar en y a través de nosotros, debemos tener un trato gentil, generoso, bondadoso y paciente con todas las personas; no tan solo con nuestro cónyuge, nuestros hijos o con algún hermano de la iglesia, sino con cada persona que se cruce en nuestro camino. Tengamos un trato amable con nuestros vecinos, amigos, nuestra familia, con nuestros enemigos y con aquellos que no nos caen tan bien. Deben notar que la paz de Dios está en nosotros. A través de nuestro comportamiento deben conocer quién vive en nosotros.

¿Por qué hacerlo? Pablo nos da una respuesta: “El Señor está cerca”. Esto puede entenderse de dos maneras:

Por un lado, se refiere al lugar: el Señor está presente, con nosotros, y nos dará las fuerzas necesarias. Un cristiano debe vivir consciente de la omnipresencia de su Señor. Seamos sinceros: pecamos con más facilidad cuando pensamos que nadie nos ve. Pero con esta actitud, no hacemos más que revelar lo equivocada que está nuestra visión de la realidad. Nuestro Salvador lo ve todo. El Espíritu Santo, que habita en nosotros, se entristece cuando presencia el pecado en nuestras vidas. El Señor está cerca de nosotros, también con su protección y compañía.

Por otro lado, esta expresión puede referirse a la pronta venida del Señor. Como cristianos debemos ser conscientes de ella y tener fe en que nuestro Señor vendrá pronto, y es posible que lo haga hoy. Por eso queremos que nuestras vidas testifiquen de él, antes que sea tarde.

En el versículo 6 Pablo dice: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”.

Todos nosotros tenemos asuntos de los cuales preocuparnos, ya sean de naturaleza financiera o familiar. ¿Quiere decir entonces que todos somos desobedientes, puesto que la Palabra nos manda a no preocuparnos por nada? Es verdad que nos afligimos por muchas cosas (Juan 16:33), pero ¿a dónde vamos con nuestros problemas? No deberíamos permitir que las preocupaciones nos depriman u obstruyan nuestra vida de fe, poniéndose entre nosotros y Dios. Algunos desasosiegos destruyen las relaciones en la iglesia e impiden el crecimiento en la fe.

Debemos crecer en la convicción de que el Señor está realmente con nosotros. Él mismo enfatizó en el Sermón del Monte que no debemos afanarnos por nada, porque él nos cuida (Mateo 6:25-34). Solo nos toca una tarea: llevar nuestras cargas a Cristo.

Nuestro Dios es omnipresente, soberano y nos redimió a cada uno de manera particular. Si el creador del cielo y la tierra nos rescató, es porque quiere tan solo lo mejor para nosotros. Él desea tener una relación personal con todos.

Nuestra vida de oración demuestra el grado de dependencia que tenemos de Dios. Pablo escribe: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Esto significa que no hay ninguna área en nuestra vida en la que Dios no esté interesado. Le concierne todo lo que nos preocupa y todo lo que nos hace bien. Pero desea escucharlo de nuestra boca y tener comunión con no­sotros por medio de la oración. Si algo representa una gran carga para nosotros, debemos ir en primer lugar, y antes de acudir a otra persona, a nuestro Salvador. No solo se trata de una oración matutina o para terminar el día, sino de una continua comunión con Dios. Todos mis pensamientos deben ser influenciados por él.

Leemos en este versículo: “en toda oración y ruego”. Pero ¿qué es rogar? Usamos la expresión rogar cuando un asunto es de tanta importancia para nosotros y nuestra aflicción es tan grande que oramos sin cesar hasta hallar su respuesta. Dios tiene la respuesta y quiere respondernos.

¿Tenemos siempre esta actitud de gozo en el Señor? ¿Somos gentiles y pacientes con todas las personas? ¿No nos afanamos por nada? ¿Vivimos una correcta vida de oración? Si podemos contestar estas preguntas con un sí, entonces se cumple en nosotros el versículo 7: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Si buscamos esta relación con nuestro Salvador, él, según su promesa, cuidará de nosotros y nos guardará. La paz de Dios no es algo natural, no puede recibirse de ningún ser humano o alcanzarse por uno mismo en esta Tierra. Podemos tener muchas cosas: grandes riquezas, una hermosa casa, el mejor auto, una familia con buena salud, sin embargo, esta paz duradera solo puede ser dada por Jesucristo. Por medio de la fe, el creyente se vuelve agradecido y se contenta con lo que Dios le da. Tenemos paz y conformidad en nuestro corazón al saber que el Señor tiene solo las mejores intenciones: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús”.

Si vamos a él, nos guardará en Cristo Jesús, conforme a su promesa. ¡Confiemos en él!

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