¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado? Parte 2

Eberhard Hanisch

Existe una clara diferencia entre el creyente y el incrédulo. “Mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios” (nos dice 1 Co. 6:11). Y Ef. 5:5 al 7, afirma: “Porque sabéis esto, que ningún fornicario o inmundo o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios. Nadie os engañe con palabras vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia. No seáis, pues, partícipes con ellos”. Alguien que vive en impureza moral no tiene parte en el reino de Dios. Somos llamados a no comportarnos como estas personas. “Hijos de ira”, eso caracteriza la naturaleza de aquellos que no son salvos (uno es hijo de alguien por medio del nacimiento). Cuando un hijo de Dios es atacado y tropieza, confesará el pecado, se levantará, y seguirá caminando con Jesús. Por eso, podemos orar: “No nos metas en tentación.”

Además, el Señor nos quiere proteger de una constante repetición de pecados perdonados. Existe una conexión entre “Perdónanos nuestros pecados” y “No nos metas en tentación”. Así como el primero de estos pedidos trata del perdón de pecados cometidos, la siguiente petición nos debe proteger de seguir pecando. Cuando pedimos perdón, siempre deberíamos preocuparnos seriamente de no seguir cometiendo los mismos pecados. El hecho es que la tentación es tanto más grande, cuantas más veces uno ya ha servido a un pecado, porque uno está, en cierto sentido, atado al mismo (“Quien comete pecado, es esclavo del pecado”) y se vuelve cada vez más superficial. Instintivamente uno es atraído por el pecado. El suelo ya ha sido aflojado. Si la primera vez uno todavía tenía escrúpulos, la segunda vez ya existe una cierta disposición a ceder. El germen del pecado ya ha sido vivificado. Y la tercera vez, es aún más rápido a causa de la concupiscencia y el deseo propios. Por esa razón, es necesario tomar con especial seriedad el arrepentimiento en el caso de pecados habituales, como por ejemplo los vicios (pornografía, pecados sexuales, alcoholismo, drogas, impureza, etc.). En concreto: Quien ya ha caído en pecado alguna vez en cierta área, debería ser especialmente meticuloso en arrepentirse de ese pecado, para luego andar en una nueva vida, es decir, practicar una nueva vida.

Un pecado tolerado, a menudo lleva a otras transgresiones más. Eso lo vemos en
– Caín: envidia, celos, asesinato.
– David: poder, lascivia, adulterio, asesinato.
– Abraham: incredulidad, mentira (disimulo), peligro de adulterio, mal testimonio ante los incrédulos.

El hecho de que los pecados causan dependencia, está documentado bíblicamente. Cuando el Señor Jesús fue tentado, él demostró estar arraigado en el Padre. Con nosotros, probablemente, el tentador habría tenido un juego más fácil, ya que en nuestra naturaleza pecaminosa fácilmente habría encontrado un partidario. Nuestro corazón es como una habitación en la que se esconden los malos pensamientos, el adulterio, la prostitución, el asesinato, el robo, la avaricia, la astucia, la fornicación, la blasfemia, la soberbia, etc. Por eso, le es fácil al diablo atizar esos brotes de pecado. Como personas nacidas de nuevo, no debemos imaginar nuestra nueva naturaleza como algo que desactive el germen del pecado en nosotros. ¡Hemos sido redimidos de la culpa y del poder del pecado, pero no de la posibilidad de pecar!

El apóstol Pablo dice, en Romanos 6:12, 13 y 19 que no debemos permitir que el pecado reine sobre nosotros, que no obedezcamos a sus concupiscencias. Si no cumplimos esto, el pecado comienza a vivir una vida propia dentro de nosotros y luego, rápidamente, uno se encuentra al borde de un profundo abismo.

Podemos orar por la prometida salida de la tentación. Si el tentador una y otra vez logra su objetivo en algún punto, debemos aplicar aún más fuertemente la nueva vida y el poder del evangelio. Muchos lo toman con demasiada ligereza, se acostumbran a pecar, van a todas partes (también a lugares peligrosos), miran todo, leen todo, aun cosas obscenas, y lo que hacen, en realidad, es atraer realmente al tentador.
Siempre hay una razón cuando la tentación llega a ser muy grande. ¡Se ha descuidado, por ejemplo, el humillarse en ocasiones menores! “Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor” (nos exhorta 2 Ti. 2:22).

También es importante orar “No nos metas en tentación”, porque de haber un verdadero “meterse en la tentación” significaría juicio. Así como Dios, a menudo, “entrega” a los incrédulos a su impureza, también nos puede entregar a nosotros a nuestros propios caminos, si no Le queremos escuchar.

Lo que más necesitamos, es el verdadero “misterio” de la nueva vida. Pablo escribe, en Ef. 4:22 al 24: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, (…), renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”. En Ro. 12:21 leemos: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal”. Y en Ro. 13:14: “Vestíos del Señor Jesucristo”.

Dios nos promete que podremos experimentar el poder de Dios, el poder del evangelio, contra el pecado. Sólo Jesucristo nos puede hacer libres del yugo de las ataduras, de la experiencia de la vergüenza y la culpa. Cuando se pierde la lucha contra las tentaciones, mayormente, es a causa de dos actitudes erradas:
1º. Si aplicamos la medida divina de sagrado y de lo que es pecado a un nivel más bajo, o lo cambiamos.
Y 2º. Si confiamos en fuentes de poder equivocadas: como, por ejemplo, en nosotros mismos; o si nuestra lucha se basa en una motivación equivocada.

Cuando uno escucha historias de personas que en un tiempo se entregaron a Jesucristo, y finalmente igual sucumbieron a la tentación y cayeron en pecado, una y otra vez notamos que no se luchó decisivamente. A menudo, se comenzó con pequeñas desviaciones, con un así-llamado comportamiento “tolerante”, con permisos que uno mismo se había dado, con la pérdida del temor de Dios, etc. Todo eso llegó a ser cada vez más central e importante, llevando finalmente a la catástrofe: una caída profunda.

También necesitamos una nueva escala de santidad. Efesios 5:3 y 4, nos muestra que la norma de Dios es muy alta: hay pecados que “…ni aun se debe nombrar entre vosotros”. Dios no solamente no quiere que hagamos esto o aquello; Él no sólo quiere que los hijos de Dios se mantengan alejados de pecados como el adulterio, las relaciones prematrimoniales, los engaños, las mentiras, etc., sino que Él desea que entre nosotros no haya ningún tipo de impureza, ni avaricia ni inmoralidad, ni chismes ni burlas. Él quiere que ni siquiera tratemos con esas cosas, ni hablemos de ellas. Y, lógicamente, tampoco debemos jugar con esos pecados. Albrecht lo traduce así: “Ni siquiera sean tocados en vuestros diálogos (…), ni tampoco deben encontrarse entre ustedes.” Un consejero pastoral habló, en este sentido, de una “mentalidad de dieta”: uno sabe que debería romper con el pecado, pero sigue guardando algunos de los “bombones” que, después de todo, son dulces y “no son tan malos”.
– Uno dice: “Sólo un poquito”.
– Uno pregunta: “¿Hasta dónde está permitido ir?”
– Uno se permite “un poquito… unas pocas miradas”.
– Uno mira la película, a pesar de que la misma sea más que dudosa y lleve a la tentación.
– Uno participa en emprendimientos dudosos y, como en el paraíso, juega con la idea: “¿Habrá dicho Dios realmente: ‘Pueden comer de todos los árboles del jardín, sólo del árbol en el medio no lo deben hacer’?” “¿Será que picotear sólo un poquito realmente sea pecado?”

Esa es la actitud de aquellos que tratan con el pecado como algunos lo hacen con su dieta: se permiten “solo un poquito” de aquello que no deben comer. Uno baja las normas de Dios, o diluye Sus mandamientos. La Biblia enseña lo contrario: ¡Ya un ‘poquito’ hace daño! De hacerlo así, uno no debe asombrarse de las tentaciones. Es seguro que las mismas volverán una y otra vez. Tomemos en cuenta lo que dice Job 31:1: “Hice pacto con mis ojos”, y también las palabras de Pablo de 2 Co. 10:5, quien habla de los pensamientos y que debemos llevarlos cautivos en obediencia a Cristo.

También necesitamos una mejor comprensión de lo que es pecado. El carácter de la tentación es el deseo, el apetito, de querer tener o hacer algo que Dios ha prohibido. La tentación siempre va más allá del sano deseo de una cosa que Dios ha dado, y hace que esas ansias lleguen a ser más importantes que el mismo Dios. En esos casos, la persona cree que Dios le estaría privando de algo. El objetivo de este tipo de deseos es, procurar satisfacción a través de algo que está por fuera de la voluntad de Dios. A eso, la Biblia lo llama idolatría. “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a santificación. Así que, el que desecha esto, no desecha a hombre, sino a Dios, que también nos dio su Espíritu Santo” (nos dice 1 Ts. 4:7 y 8). Es decir, ¡cuando decidimos a cometer un pecado, nos decidimos activamente en contra de la persona de Dios!
Desechamos a Dios. ¿Somos concientes de eso? ¿Queremos eso?

David se dio cuenta de ello después de su adulterio con Betsabé: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos; para que seas reconocido justo en tu palabra, y tenido por puro en tu juicio” (dice en Sal. 51:4). Con su pecado, David afectó a varias personas:
– Pecó contra Betsabé,
– asesinó a su marido,
– le dio un mal ejemplo al siervo que tuvo que ir a buscar a Betsabé,
– involucró a Joab, el capitán de su ejército, en el asunto.
Y, al final, tuvo que admitir que su pecado, en primer lugar, representaba una rebelión contra Dios, un desechar a Dios. El ser consciente de esto, lo llevó a un profundo arrepentimiento.

En la lucha contra la tentación necesitamos más que nada una nueva fuente de poder. Necesitamos el poder de Dios, porque solos no lo podemos lograr. No es mi voluntad, mi obediencia, mi fortaleza, poder o esfuerzo, sino el poder del evangelio es el que debe ser aplicado a la vida entera y actuar allí. Dios nos promete que podremos experimentar Su poder, el poder del evangelio, contra el pecado. En Ro. 1:16, leemos: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”.

El secreto quizás menos conocido para poder obtener una vida de victoria, lo encontramos en Efesios 4:20 al 24; donde vemos que para vencer se necesitan tres cosas que son inseparables:
1º. El despojarse del viejo hombre y del pecado.
2º. El ser renovados en nuestra mente por el Espíritu.
3º. El vestirnos con el nuevo hombre, creado según la imagen de Dios.

Todo depende de si, después de arrepentirme, permito que mis viejas estructuras, costumbres e inclinaciones sean intercambiadas por una mente nueva, y si practico una nueva vida espiritual, nacida del Espíritu Santo. En otras palabras, si practico Romanos 12:21: “No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal.” De modo que no se trata de estar en contra de algo, o de luchar (por ejemplo, contra la indecencia), sino que se trata de estar a favor de una nueva vida, y de permitir que esa vida produzca efectos. Eso significa renovar la vieja manera de pensar, reemplazando los valores aprendidos por valores nuevos, aceptables a Dios. Eso significa establecer nuevas prioridades.

En la práctica, eso tiene el siguiente aspecto:
— Por ejemplo, un entendimiento nuevo, más elevado, del matrimonio y la sexualidad. Dios los inventó y Él pensó en muchas cosas hermosas al hacerlas, pero el diablo se está aprovechando ilegítimamente de la sexualidad, para que las personas vivan según sus ideas, y no según las ideas de Dios. “Honroso sea en todos el matrimonio” (nos dice He. 13:4). Otras traducciones dicen: “Honren el matrimonio, y manténganse la fidelidad entre los cónyuges.” “Hónrese el matrimonio en todos.” De modo que la actitud correcta, comienza con una gran valoración de aquello que Dios desea. Nuestra forma de pensar, entonces, tendrá sus consecuencias.
– O, por ejemplo, tener una comprensión más elevada de la posesiones: ser administradores, tener en cuenta las necesidades de los demás, compartir, ser fieles. En el Salmo 24, dice: “De Jehová es la tierra y su plenitud.” Las cartas neotestamentarias nos alientan: “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis” (He. 13:16). “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Ef. 4:28).

Dicho de manera más general: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” (Fil. 4). O sea, que no existe ninguna receta sencilla de la fe ni ningún automatismo para obtener la victoria, sino que eso exige nuestra colaboración y decisión, y se extiende a nuestra vida entera.

La renovación debe comenzar en el espíritu, y tiene que ser motivada por la gracia de Dios (como vemos en Ef. 4:22 y 23), siendo consolidada en la voluntad: Romanos 12:1 y 2, nos dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

El tema es así: si lo nuevo, lo positivo, lo obrado por el Espíritu, no gana terreno en usted, caerá una y otra vez en las tentaciones, porque la vida espiritual de Jesús aún no puede actuar.
– Efesios 5:1 y 2 muestra una motivación superior, espiritual: somos hijos amados de Dios, y por eso debemos y podemos andar en amor.
– Efesios 5:4 muestra una actitud transformada, caracterizada por la gratitud. Ya no pienso que me falte algo que el pecado me ofrecería más que la vida con Dios, o que Dios me estuviera privando de algo. Doy gracias, en lugar de rebelarme.
– Efesios 5:8 muestra una nueva sinceridad (luz y verdad).
– Efesios 5:9 muestra una nueva búsqueda de lo que es provechoso.
– Efesios 5:10 muestra una vida que quiere guiarse por la buena voluntad de Dios.
– Efesios 5:16 muestra una vida que quiere servir activamente, que toma responsabilidad, y que no es malgastada en cosas sin sentido y en holgazanería.
– Efesios 5:18 muestra una vida que busca y comprende la voluntad del Señor.
– Efesios 5:19 muestra una vida que se deja llenar por el Espíritu de Dios, que busca la comunión con los hermanos y hermanas (entre vosotros), y que conoce la comunión con el Señor.
Efesios 5:20 y 21 muestra una vida de agradecimiento, vivida en el temor del Señor.

De modo que debemos reemplazar las acciones pecaminosas por aquellas de la nueva vida (o de la justicia). La clave para la santificación está en contentarnos en Dios. “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (nos dice el Sal. 16:11). ¡Dios no nos priva de nada! Tomando esto en cuenta, eso nos mantiene cerca de Él y lejos del pecado. Con lo bueno, obrado por el Espíritu, lo loable y santo, y la comunión unos con otros, podemos vencer los valles del pecado. Pero, cuando no se practica la nueva vida, una y otra vez habrá terribles derrotas. Gálatas 6:7 al 9 nos advierte: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (o: si siendo vencidos nos entregamos)”.

El cómo poder fomentar la vida espiritual práctica, lo delineó Joshua Harris en una lista que me gustaría reproducir aquí:
– Concédale al Señor un tiempo diario para la lectura y la meditación en Su palabra y para la oración; quizás también para llenar su espíritu con versículos bíblicos memorizados, de modo que usted aprenda a pensar como Él. “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (leemos en Sal. 119:9). Muchas veces usted volverá a olvidar la palabra memorizada, pero aun así, la misma tendrá una acción purificadora: En 2 Ti. 3:16, leemos: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia”, y He. 4:12 nos dice que “penetra hasta partir el alma y el espíritu”.
– En momentos cuando el pecado está ante la puerta, la memorización de un versículo bíblico o el recordar una palabra puede ser una gran ayuda para resistir. La Biblia dice, en Col. 3:16, que dejemos morar la Palabra abundantemente entre nosotros.
– Comunión: Reúnase responsablemente con otros creyentes en una iglesia para juntos adorar a Dios, y animarse unos a otros a seguirle. Participe en eventos, como ser cultos, “cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (como nos exhorta Col. 3:16). Usted necesita de otros creyentes que hablen con usted, canten, repitan las verdades bíblicas y le testifiquen, que oren por usted, adoren juntos al Señor y le animen cuando usted está en peligro de rendirse. La iglesia es el cuerpo de Cristo, y Él es la plenitud de aquello que todo lo llena. Manténgase firme en una iglesia donde también pueda relacionarse con los demás, donde aprenda a servir, y donde juntamente con otros experimente el crecimiento, donde sus hijos estén en buenas manos, y donde no se fijen sólo en ellos mismos.
– Participe activamente en alguna tarea y sirva a los demás.
– Lea literatura que le ayude espiritualmente.
– Escuche canciones espirituales que capten su atención.
– Escuche programas cristianos de radio y televisión, u otras emisiones con contenidos positivos.
– Dé al Señor el primer lugar.
– Viva conforme a su llamado a la comunión con Jesucristo (1 Co. 1:9), y su vida diaria cambiará. Permita que la gloria de Jesucristo le ilumine, y el pecado ya no tendrá más poder sobre usted.
– En lugar de buscarse a sí mismo, sirva y haga el bien. En la medida en que usted siembre en el Espíritu, estará armado contra las tentaciones y experimentará la victoria de Jesucristo. Eso hará que sea cada vez menos atacado por las cosas que provienen de la naturaleza pecaminosa, ya que lo espiritual será más fuerte y eso le hará fuerte a usted.
– Si a pesar de todo esto usted ha fracasado, pida perdón, y permita que el Espíritu de Dios le vuelva a sensibilizar para escuchar Su voz.
– Despójese de la vieja naturaleza, vistiéndose de la nueva, una y otra vez.
– Cuando se encuentre en situaciones de tentación, luche para poder obedecer por la fe, y dirija su atención a cosas puras.
– Y, para finalizar, una sugerencia de Charles Swindoll: En el temor de Dios, piense también en las consecuencias de sus acciones.

Y, para finalizar, 1 Ts. 5:22 al 24 nos exhorta y nos anima, diciendo: “Absteneos de toda especie de mal. Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará”.

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