¿Cómo obtener la victoria sobre el pecado? Parte 1

Eberhard Hanisch

¿Cómo debemos enfrentar la tentación a pecar? ¿Cómo podemos experimentar la victoria sobre el pecado? ¿Es Dios, realmente, quien nos mete en tentación? Éstas y otras preguntas serán analizadas en este mensaje.

En Mateo 6:13 leemos: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal”.

Lo que preocupa a muchos, por un lado, es la pregunta por causa de las tentaciones. En un foro de Internet, alguien preguntó: “¿Realmente es Dios quien nos mete en tentación? ¿Puede Él tener planes tan diabólicos con nosotros? ¿Se le tiene que pedir al Padre celestial que no nos meta en tentación?” Más adelante, dijo: “¿Será que el texto del “Padre Nuestro” puede estar aún conforme a nuestra época? ¿No habrá cambiado nuestra imagen de Dios desde que Jesús realizó esta oración por primera vez? Ese Padre amante, que permitió que Su Hijo muriera en la cruz por nosotros sus criaturas, ¿verdaderamente nos querrá ‘meter en tentación’ para probarnos, dejándonos a merced del adversario…? ¿Nos expondrá a peligros a propósito, para probar si realmente Le obedecemos? ¿Y castigará, también, a sus hijos cuando éstos han sucumbido a sus tentaciones?”

Por otro lado, es muy grande el sufrimiento que proviene de las tentaciones a pecar. Robert Seitz, pastor de la iglesia evangélica-metodista de Zofingen, escribe: “Algunas semanas atrás, recibí la carta de una joven mujer. (…) ‘Sufro de tentaciones’, escribe, ‘¿Cómo puede ser que seamos tan atacados, si le hemos pedido a Jesús que entre en nuestra vida y que nos llene con el Espíritu Santo? ¿Entiende lo que quiero decir? ¿No es así que para un cristiano Satanás ya no tiene más poder? A pesar de esto, sufro de tentaciones.’” Ésa es una imagen del sufrimiento de muchos cristianos que no pueden vencer algún tipo de pecado, y no pueden con la nueva vida en Cristo. Joshua Harris menciona la declaración de una chica, que dice: “Ya no sé quien soy. Tengo muchísimo miedo. (…) Hago aquello que sé que está mal. Realmente querría terminar con eso. De noche he llorado y orado al respecto, he leído libros, pero verdaderamente no sé qué hacer. Después de todo, amo a Dios, pero sencillamente no puedo seguir así, pidiendo perdón una y otra vez por lo mismo. Sé que necesito ayuda, pero no sé cómo obtenerla. Sé que Dios tiene un plan para mi vida, pero el pecado extiende sus garras sobre mí.”

¿Cómo debemos enfrentar la tentación a pecar? ¿Cómo podemos experimentar la victoria sobre el pecado? ¿Es Dios, realmente, quien nos mete en tentación?

¡No, nadie es tentado por Dios para pecar! “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie” (nos dice Stg. 1:13). Dios no puede ser tentado por el mal, y por eso tampoco lleva a nadie a ser tentado para hacer el mal. Su carácter, Su voluntad, son diferentes (como dice 1 Jn. 1:5: “No hay ningunas tinieblas en él”). ¡Justamente porque Dios no tiene nada que ver con ninguna tentación de ningún tipo, la ayuda puede venir solamente de Él!

“No me metas en tentación” quiere decir: “Aleja las tentaciones de mí”. En otra traducción de Mateo 6:13, dice así: “Y no permitas que entremos en tentación”. Ésta es la expresión de un sincero grito de auxilio. Muchas versiones más recientes, lo traducen aun de una manera diferente. Nadie es tentado por Dios para pecar y la liberación no viene si nos rebelamos contra Dios.

La tentación a pecar proviene, en primer lugar, de nuestra propia naturaleza pecaminosa. “Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia 1º) es atraído y seducido (Ro. 7:7 y 8). Entonces la concupiscencia, 2º) después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, 3º) siendo consumado, da a luz la muerte (Ro. 7:10). Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto descienden de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación (Stg. 7:11; y 1 Jn. 1:5). Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad (Jn. 1:13; y 1 P. 1:23), para que seamos primicias de sus criaturas” (Stg. 1:14 al 18).

Toda persona nace con inclinaciones pecaminosas, porque el pecado tiene puntos de apoyo en nuestro carácter: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias” (nos dice Mt. 15.19). El ser humano, en todas las partes de su ser (cuerpo, alma y espíritu) está totalmente echado a perder. “Así que… (nos exhorta 2 Co. 7:1)… limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”.

No es posible vencer a través de reglas o mandamientos (Ro. 7:8; y 8:7). Allí debe obrar algo mejor, algo más profundo… algo que pueda obrar en la profundidad de la naturaleza pecaminosa del ser humano, como lo vemos en Hebreos 4:12: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” Es únicamente la Palabra de Dios la que puede obrar esto. No obstante: seguramente hemos leído muchas veces la Palabra, pero la misma, a menudo, no ha obrado en nosotros. ¿Por qué? La misma trabaja a través de la transformación interna, pero no todos permiten que eso realmente suceda. La Palabra no obra la transformación, si uno no está dispuesto a ponerla en práctica.

Las tentaciones a pecar también pueden surgir a través de lo que vemos. “Por tanto, (nos dice Mateo 5:29) si tu ojo derecho te es ocasión de caer…” Lo que oímos y vemos a nuestro alrededor, nos afecta; se une a nuestras propias concupiscencias, o las puede despertar. Debemos, por lo tanto, tener cuidado en cuanto a lo que recibimos. Ésta es la razón por la cual, una y otra vez, somos exhortados a huir:
“Huid de la fornicación” (en 1 Co. 6:18; y 16:18 – esto se refiere a nuestro carácter).
“Huid de la idolatría” (en 1 Co. 10:14).
“Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas” (amor al dinero, y amor al mundo; en 1 Ti. 6:11).
“Huye también de las pasiones juveniles” (en 2 Ti. 2:22).
“Huid de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (en 2 P. 1:4).

La Biblia es muy sobria en esto. No dice, simplemente, que nos dejemos llevar por todo. No debemos pensar que podremos luchar contra las tentaciones, sino que debemos huir del pecado como si fuera una peste.

Las tentaciones a pecar también son acercadas a nosotros desde el mundo invisible, por el adversario de Dios, el diablo (o como dice Ef. 6:11 y 12; por las “artimañas del diablo”): Por eso, 1 P. 5:8 nos advierte: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar”. Él actúa como si fuera el vencedor, y nos presenta cosas pensadas para apartarnos de Dios, pensadas para hacernos caer. Él influye en el espíritu del tiempo, produce un cierto ambiente e influye en la formación de las opiniones humanas. Pensemos tan sólo en los temas de la moral. Las sugerencias de Satanás encuentran apoyo en nuestro entorno y en nosotros mismos, en nuestra naturaleza caída.

También existe la “tentación”, o prueba, de parte de Dios (podemos leer al respecto Gn. 22; Stg. 1:2 al 18, y la historia de la vida de Job). Éstas no tienen nada que ver con las tentaciones a pecar, sino que son una manera de probar nuestra fe. Porque la perseverancia, la aprobación y la autodisciplina, no pueden ser aprendidas sin enfrentarse con obstáculos. “Aprobado es quien ha resistido. Pero sólo podemos aprender a resistir si Dios permite las pruebas” (dijo Anton Schulte). Las situaciones difíciles de la vida, por ejemplo, como ser la enfermedad o la desocupación, o también las personas difíciles de tratar, pueden llegar a ser pruebas de fe para nosotros. Las pruebas las deberíamos aceptar y soportar como provenientes de parte de Dios, para así ser aprobados.

Romanos 8:28 nos dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Todo se trata de poder diferenciar entre las tentaciones a pecar, y las cosas que son una prueba.

Cuando analizamos las tentaciones de Jesucristo, vemos que Jesús no fue tentado por el Padre, sino por Satanás (Lc. 4). Allí vemos la diferencia entre la tentación al mal realizada por Satanás, y lo que significa cuando algo es permitido por Dios: En Mateo 4:1, dice: “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”.

Aparentemente Dios quería demostrar que el adversario no podía encontrar nada en Él (como se menciona en Jn. 14:30). Johannes Runkel dice:
“Cuando Satanás nos tienta, es porque en definitiva Dios lo ha permitido, pero el origen de la tentación se encuentra en el diablo. Dios, a veces, le da al adversario la posibilidad de hacerlo – como en el caso de Job (1:8 al 12) – para que nosotros seamos aprobados. Las tentaciones y pruebas que nosotros experimentamos en la práctica, rara vez se diferencian tan claramente (entre tentaciones a pecar y pruebas de parte de Dios) (…), porque a menudo se juntan varios aspectos.
Cuando Satanás, por ejemplo, nos quiere seducir a la mundanalidad, lo hace conectándolo también con nuestras apetencias internas. En el caso de Job, fue Satanás quien quiso lograr que este hombre renunciara a Dios y, a pesar de eso, leemos que Dios le dio esa posibilidad al enemigo para que la fe y la justicia de Job quedaran al descubierto; de modo que fue una prueba para Job”.

Espiritualmente importante, también, me parece el hecho de que Job también pudo aceptar lo malo de la mano de Dios (aun cuando esto nunca tiene su origen en Él), y así él fue aprobado (como vemos en Job 1:20 al 22; y 2:9 y 10): “¿No deberíamos aceptar también lo malo?” Aquí tenemos un lindo ejemplo de “Santificado sea tu nombre”.

Ninguna tentación o prueba que sufrimos, sin embargo, es tan grande como para que tengamos que sucumbir ante ella. Porque Dios sostiene Su mano sobre nosotros. No enfrentamos ninguna cosa que Él no conozca. De este modo, la tentación se convierte en prueba. Y, cuando nos aferramos a Cristo en medio del ataque, también experimentamos la victoria: 1 Co. 10:13, nos dice: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”.

Esto, entonces, nos da el derecho de poder orar en forma sencilla, como niño: “¡No nos metas en tentación!” Podemos orar así, porque Jesús mismo nos ha dado el ejemplo, y quiere que la oración llegue a ser una fuente de poder en la tentación. “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (nos dice en Mt. 26:41). El Señor nos quiere resguardar del pecado en medio de la tentación. La declaración clave “No nos metas en tentación” está clara: “Guárdame de serte infiel. Padre, ayúdame. Te necesito ahora.” O también: “Cuando se den ciertas situaciones en las que solo no puedo mantenerme firme, ayúdame por favor a poder vencer y a no pecar.”

Tiene sentido que el Señor aún nos deje en la tierra. Jesucristo oró: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Jn. 17:15). Más adelante, el apóstol Juan explica: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y ésta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. (…) Sabemos que todo aquél que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquél que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca” (1 Jn. 5:4, y 18-19). Ahora, sabemos que nosotros mismos somos incapaces: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (como nos dice Ro. 7:22 y 23).

Pero tenemos ayuda, como vemos en Romanos 6:
– No tenemos necesidad de persistir en el pecado (v. 1).
– Hemos muerto al pecado con Cristo en la cruz, y en el bautismo (vs. 2 y 3).
– Debemos y podemos “andar en vida nueva” (v. 4).
– El poder de Su resurrección está activo en nosotros, si hemos sido plantados juntamente con Él en Su muerte (v. 5).
– Como el viejo hombre ha sido crucificado juntamente con Cristo, ya no tenemos más necesidad de servir al pecado (v. 6).
– Podemos y debemos considerarnos muertos al pecado, “pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (v. 11).
– Hemos sido “libertados del pecado” y andamos en el Espíritu (v. 18).

Al parecer, el sentido de nuestra vida es demostrar la superioridad de la nueva vida con el Señor, ante el mundo visible e invisible. Por esta razón, tampoco nos libramos de tentaciones y pruebas. Dios las permite, por ejemplo, para que seamos fortalecidos y crezcamos en la fe, y que revelemos el poder de Dios como testimonio. Y nosotros podemos aceptar Su obsequio, uniéndonos cada vez más, en la fe, con Jesucristo.

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