Cómo estar firmes en el Señor (Filipenses 4:1)

René Malgo

Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados” Filipenses 4:1.

W. Wiersbe dijo: “La vida cristiana no es un campo de juego, sino un campo de batalla”. Estamos en una lucha por mantener la posición que Dios nos ha dado. Esta es la razón por la que el apóstol Pablo exhorta: “Así que, hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía, estad así firmes en el Señor, amados” (Fil. 4:1).

El así que, al principio de la oración, indica uno de los motivos por los cuales debemos estar firmes en el Señor: porque nuestra ciudadanía está “en los cielos” (Fil. 3:20). A causa de esto, no debemos vivir al igual que lo hacen los ciudadanos de este mundo, como “[…] enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza; que solo piensan en lo terrenal” (Fil. 3:18-19), sino que contrario a esto debemos hacerlo como ciudadanos del cielo, “llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo […]” (Fil. 1:11), “[…] como es digno del evangelio de Cristo […]” (Fil. 1:27), con la humildad “[…] que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:5). Debemos entonces ocuparnos de nuestra “[…] salvación con temor y temblor” (Fil. 2:12) y vivir como hijos de Dios “[…] irreprensibles y sencillos […], sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis [resplandecemos] como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida […]” (Fil. 2:15-16). Dicho en una sola oración: Cristo debe ser nuestra vida (Filipenses 1:21). Esto significa ¡estar firmes en el Señor!

Tenemos la capacidad de hacerlo por medio de lo que Dios hizo en nosotros:

Él comenzó una “buena obra” en nuestras vidas y la “[…] perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6). También nos fue concedido “a causa de Cristo”, no solo que creamos en él, sino que incluso padezcamos por él (Filipenses 1:29). Además, “[…] Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13), teniendo “[…] la justicia que es de Dios por la fe” (Fil. 3:9). Conocemos al Señor Jesucristo “[…] y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos […]” (Fil. 3:10) y “nuestra ciudadanía está en los cielos” (Fil. 3:20). “Así que” podemos estar firmes en el Señor.

Por las mismas razones, Pablo no duda en llamar amados a los destinatarios de la epístola, ya que están “en el Señor” o “en Cristo”–una expresión que podemos encontrar una y otra vez en esta carta (Filipenses 1:1, 13, 26; 2:1, 19, 24, 29; 3:1, 14; 4:1, 4, 10, 19, 21)–. Son “amados” porque su ciudadanía está en los cielos.

Pero Pablo no solo ama a los filipenses por su posición en Cristo, sino también por la relación personal que goza con ellos. En Filipenses 4:1, los llama “hermanos míos amados y deseados, gozo y corona mía”. La expresión corona mía indica que corrió y trabajó por ellos (Filipenses 2:16). En el “día de Cristo” podrá gloriarse de que su trabajo no fue en vano: ellos serán el fruto de su esfuerzo en el evangelio. Cuando Pablo esté ante el tribunal de Cristo, podrá señalar a los filipenses como su gozo, su corona y su gloria.

Como vemos aquí, es lícito trabajar, evangelizar y “transpirar” para el Señor, pensando en la recompensa que obtendremos en el “día de Cristo”. Pablo lo hizo. Siempre tenía delante de sus ojos “[…] la meta, al [el] premio del supremo llamamiento […]” (Fil. 3:14).

Pablo amaba a los filipenses como “hermanos” y “amados” en el Señor. En Filipenses 1:1 los llama santos en Cristo Jesús. Pero la razón de su amor no se basaba en lo fantásticas que podían ser estas personas –por el contrario, había entre ellas dos mujeres muy conflictivas, Evodia y Síntique, mencionadas por Pablo en Filipenses 4:12–, sino que los filipenses eran hermanos y hermanas amados porque estaban en Cristo. De igual manera, tú y yo somos amados por lo que Cristo hizo por nosotros, “el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:6-8).

En Él somos hijos e hijas de Dios, podemos llamar a Dios nuestro Padre, ya no somos pecadores caídos, sino ciudadanos del cielo redimidos, somos hermanos, santos y amados. De esta manera, el así que de la exhortación del apóstol a estar firmes en el Señor es posible. Según Efesios 1:3, fuimos bendecidos “[…]con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo”. No necesitamos conquistar la bendición de Dios o trabajar por ella, sino tan solo defender lo que ya se nos fue dado. En Efesios 6:10 Pablo lo dice con las siguientes palabras: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza”. Nuestra fuerza está en Él, y si allí permanecemos, también estaremos firmes.

Pablo nos exhorta dos veces en Efesios 6:10-13 a vestirnos de toda la armadura de Dios, para que podamos vencer, es decir, resistir y estar firmes en la lucha contra los poderes malignos. Cristo ya lo conquistó todo por nosotros. Logró la completa victoria en la cruz del Gólgota y en Su resurrección. Si permanecemos en Él y mantenemos nuestra posición, venceremos.

Sin duda, no es complicado comprenderlo. No necesitamos hacer nada para lo cual no estamos preparados. A pesar de esto, es muy difícil. Mantener nuestra posición puede resultar en un trabajo durísimo, y de hecho lo es. Con mucha razón, Pablo compara la vida espiritual con una batalla.

No es necesario ir en busca de los principados y las huestes espirituales de maldad. Ellos mismos nos atacarán. Pero en Cristo tenemos la mejor defensa contra el mal.

En realidad, la única dificultad somos nosotros mismos, nuestra carne pecaminosa. Por eso, una y otra vez, debemos derribar todos los “argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Co. 10:5).

Debemos extendernos siempre a lo que está delante (Filipenses 3:13). La naturaleza humana no tiende a mantenerse firme en el Señor, sino que más bien está propensa a divagar, desistir, olvidar, acomodarse o adormecerse. Por eso la insistencia del apóstol en exhortarnos. Pablo nos explica en Filipenses 4:4-9 una manera muy práctica de estar firmes en el Señor y mantenernos en ese estado. Se trata de una estrategia de tres pasos:

1. La comunión con Cristo: ora por todo (Fil. 4:6).

2. El pensamiento en Cristo: llena tu mente con los pensamientos correctos (Fil. 4:8).

3. La obediencia a Cristo: Pon en acción los mandamientos de los apóstoles (Fil. 4:9).

El resultado será: “[…] el Dios de paz estará con vosotros” (Fil. 4:9).

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