Como el padre, así el hijo

Charles H. Dyer

En el Salmo 130, David muestra la actitud de un hijo de Dios honesto. Una interpretación pastoral.

Todos conocemos el dicho: “De tal padre, tal hijo”. Esto habla del hecho que las características de los padres a menudo pueden ser reencontradas en sus hijos. La expresión misma existe aproximadamente desde el siglo XVI, y expresa que las características típicamente familiares a menudo son pasadas a los descendientes. A veces, pueden ser características físicas como color de ojos o rasgos faciales marcados. Otras veces, son ciertas particularidades o patrones de comportamiento. Pero, ¿será que este dicho también es válido para el área espiritual? David parece señalar esto en el Salmo 131, un salmo que ejemplifica la confianza de un niño.

Si bien David es considerado autor del Salmo 131, al principio, este no fue parte del libro con la mayoría de sus salmos. Este salmo fue agregado a las canciones escalonadas. El Salmo 131 es engañosamente sencillo y muy corto con sus tres versículos, y fácilmente puede ser pasado por alto, si solo leemos la Biblia por encima. Pero su mensaje es profundo, lo que podría ser la razón por la cual el salmo más adelante fuera aceptado en esta colección. Por lo tanto, tratémoslo lentamente, estudiando detenidamente el salmo de la confianza. Al principio, David expresa su humildad frente a Dios: “Señor, no se ha envanecido mi corazón ni mis ojos se enaltecieron”. El orgullo es un pecado recurrente en la Biblia. Este llevó al diablo a la rebelión contra Dios. Cuando el diablo tentó a Adán y Eva, de hecho les ofreció llegar a ser como Dios. El libro de los Proverbios exhorta a Israel en muchos pasajes acerca de los peligros del orgullo: “Antes del quebranto está la soberbia, y antes de la caída, la altivez de espíritu” (Prov. 16:18). El orgullo es una autoestima exagerada que dice: “No necesito la ayuda de Dios. ¡Soy lo suficientemente bueno para lograrlo solo!”.

¡David le hace saber a sus lectores, que él no es autosuficiente! Al final del versículo, enfatiza su actitud humilde, lo contrario de orgullo: “Ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí”. Deberíamos comprender lo que David no quería expresar con eso. Él no indica que el desconocimiento sea una bendición, o que no deberíamos esforzarnos por aprender y crecer y madurar. En lugar de eso, él piensa en los aspectos de la vida que se encuentran fuera de su control. En lugar de jactarse de sus propias capacidades, David está dispuesto a reconocer humildemente que Dios es el Dios de Israel, y él –David– no.

En lugar de afirmar ser el señor de su destino y el capitán de su alma, David reconoce que hay muchas cosas en la vida que van más allá de su comprensión. Humildemente, acepta el control soberano de Dios, lo que, sin embargo, no significa que David se considere un ente pasivo de la humanidad, que es impulsado por la vida sin poder hacer nada. Él habla del elemento clave en su relación con Dios, y eso es mucho más difícil de alcanzar de lo que pueda parecer. Él describe este elemento en el versículo 2: “He acallado mi alma como un niño destetado de su madre. ¡Como un niño destetado está mi alma!” .

David dibuja la imagen de un niño que acaba de dejar atrás la edad de la lactancia. Los bebés son adorables, pero también increíblemente agotadores, y tienen muchas necesidades que deben ser cubiertas por los padres. David, a propósito, escoge la imagen de un niño un poco mayor, que ya está destetado. En tiempos de David, un niño recibía el pecho hasta la edad de aproximadamente tres años. Un niño de esta edad es mayor, más maduro y ya se puede dominar mejor. Un niño de tres años está en una edad mágica; todavía puede asombrarse y tiene una fe infantil y una confianza fuerte. David se lo propuso como tarea de su vida desarrollar una confianza infantil en Dios, una confianza que lo mantiene cerca de Dios y le da satisfacción.

David se esforzó en desarrollar el tipo de confianza en Dios, que un niño instintivamente tiene en su madre. Y en el último versículo de su salmo corto, David toma esta verdad y la aplica a sus lectores: “¡Espera, Israel, en Jehová, desde ahora y para siempre!”. La palabra “esperar” contiene la idea de una cierta expectativa, similar a un niño, después de haberle pedido un vaso de agua a su madre –es paciente, pero lleno de esperanza.

Note que el último versículo tiene una similitud clara con el versículo anteúltimo del salmo anterior: “Espere Israel en Jehová, porque en Jehová hay misericordia y abundante redención con él” (Sal 130:7). El Salmo 130 nos dice por qué debemos mirar a Dios llenos de expectativa –por Su amor fiel y Su salvación en abundancia. En el Salmo 131, leemos, que debemos esperar en Dios– con la confianza inocente de un niño pequeño.

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