¿Cómo deben vivir los cristianos si Jesús puede volver en cualquier momento?

Jeff Kinley, Todd Hampson

La realidad del Arrebatamiento cambia nuestras vidas de muchas maneras positivas. Sin embargo, no está exento de ciertas tensiones. Ante la realidad de que Jesús puede venir hoy mismo, ¿deberíamos vivir nuestra vida como siempre o más bien concentrarnos en los asuntos espirituales?

Se dice que el reformador Martín Lutero escribió en una ocasión: “Predica [y vive] como si Cristo hubiese sido crucificado ayer, resucitado hoy, y fuese a volver mañana”.

Este es un buen consejo, pero ¿cómo podemos ponerlo en práctica en nuestras vidas cotidianas y mostrar la expectativa por Su regreso mientras vivimos con normalidad? Esperar la venida de Cristo no significa que a partir de ahora debemos vender todas nuestras posesiones, subir a la montaña más cercana y transitar el camino de la introspección –esto no es para nada lo que sugiere el Nuevo Testamento.

La certeza de la venida de Jesús no debe llevarnos a vestirnos de cilicio y ceniza, o salir desesperados a anunciar por las calles el juicio final y el fin del mundo. El hecho de que el regreso de Cristo esté cerca no es una razón para convertirnos en agresivos predicadores callejeros (esa es una de las estrategias evangelísticas de menos impacto en la sociedad). Entonces, ¿cómo debemos responder a esta verdad profética?

Para tener un enfoque más acertado, deberíamos averiguar a qué nos llama a hacer la Biblia al respecto. Todos los autores del Nuevo Testamento eran conscientes de que Jesús podía volver en cualquier momento para llevarse a Su Esposa, no obstante, no encontramos en las Escrituras ni un mínimo indicio de pánico o de una vehemente predicación callejera sobre el juicio final. Por el contrario, vemos a Jesús, Pablo, Juan y Pedro instándonos a ser fieles al Señor, a vivir en la luz y a experimentar una verdadera vida de fe.

Teniendo esto en cuenta, los siguientes principios pueden ayudarnos a alcanzar este objetivo.

Perspectiva: este mundo no es nuestro hogar
Los cristianos vivimos una aparente contradicción: nuestra ciudadanía está en los cielos, pero aún estamos en la Tierra (Filipenses 3:20). Nuestro hogar está con el Señor. Como escribió Pablo, Cristo es nuestra vida y el morir es ganancia (Gálatas 2:20; Filipenses 1:21). Como hijos de Dios jugamos un juego ganar-ganar (en la que todas las partes se benefician).

Aunque nuestro tiempo en este planeta es limitado, no por eso es trivial. La forma en que vivimos determina nuestra futura recompensa en el Cielo (1 Corintios 3:10-15; 2 Corintios 5:10-11). Es así que tenemos una perspectiva terrenal y otra eterna. Nuestro futuro afecta nuestro presente. Saber a dónde vamos y quiénes seremos debe influir necesariamente en cómo vivimos el aquí y el ahora. Esta perspectiva nos llena de esperanza y ánimo.

Propagación: la luz de Cristo en un mundo oscuro
No es un secreto que vivimos “días malos” (Efesios 5:16). Como también la generación de Jesús los vivía, el Señor dijo a sus discípulos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos” (Mt. 5:14-16).

Si Jesús quisiera a su Esposa en el cielo ahora, allí estaría. Aunque es seguro que son los últimos días, no sabemos cuánto tiempo estaremos aquí. Tal vez experimentaremos una vida normal y longeva o, por lo contrario, seremos llamados mañana a nuestro Hogar Celestial. No importa cuánto tiempo permanezcamos en la Tierra, sino que durante ese tiempo hagamos brillar Su luz.

Muchos cristianos creen que los verdaderos actos espirituales se limitan al estudio de la Biblia, la oración y la asistencia a la iglesia; sin embargo, la obra espiritual más grande es obedecer y ser fieles a Dios en los asuntos más cotidianos. Dicho de otro modo, debemos vivir una vida fiel como estudiantes, profesores, empleados, jefes, esposos, esposas, madres, padres, hijos, hijas, o cualquier tarea en la que Él nos haya puesto. Jesús nunca te pedirá que te alejes de tus responsabilidades cotidianas para centrarte tan solo en Su regreso.

Preparación: el encuentro con el Señor
Juan escribió: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Jn. 3:2-3). Una novia no desea otra cosa que estar lista para su marido el día de su boda.

El apóstol Pedro escribió acerca del regreso de Jesús y la destrucción final de la Tierra: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:11-13). Pedro nos enseña aquí un sano equilibrio entre una vida piadosa y la esperanza en el día del Señor. Saber que Cristo volverá en cualquier momento no solo nos motiva a vivir en santidad, sino que fortalece nuestra esperanza.

Cuando mi esposa (escribe Jeff), estaba embarazada de nuestro primer hijo, esperamos con mucho entusiasmo durante casi nueve meses el día en que finalmente nacería. No obstante, a pesar de que durante todo ese período pensaba a cada rato en que sería padre, no abandoné mi trabajo ni descuidé el hogar ni dejé de pasar tiempo con mi esposa o amigos. Esta realidad futura me animó a hacer lo mejor posible como pastor, esposo y padre.

El regreso de Cristo produce lo mismo en nosotros: da sentido y propósito a nuestra vida diaria y nos motiva a prepararnos para nuestro encuentro con Él.

Prioridades: Dios debe seguir siendo el número uno en nuestras vidas
Tal vez hayas orado en algún momento: “Jesús, quiero que vuelvas, pero ¿podrías posponer tu venida hasta que me gradúe en la universidad, hasta que me case y tenga hijos grandes?”. Estos son deseos naturales y para nada egoístas. Forman parte de nuestra vida terrenal y no son un problema, siempre y cuando no sean para nosotros más importantes que Dios. Jesús dejó claro que nuestro amor por Él debe superar con creces el que tenemos por otras personas u objetos, incluso por nosotros mismos (Lucas 14:25-35). Si amamos las cosas de este mundo más que las de Dios, nos deslizamos poco a poco hacia la mediocridad espiritual, volviéndonos tibios (Santiago 4:4; 1 Juan 2:15-17; Apocalipsis 3:14-16). 

Mientras Dios sea nuestra prioridad, podremos dedicarnos a todo lo demás de manera adecuada. Si nos alegramos en el Señor, Él pondrá en nuestro corazón los deseos que quiere que tengamos (Salmos 37:4), sin culpabilidad, sino solo con la gratitud de que somos libres para amarlo. Es posible vivir una vida plena mientras anhelamos fervientemente el regreso de nuestro Salvador.

Extracto de Endzeit Kompakt, p. 113-120

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