“Acuérdate…”
“Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:8). Un llamado en contra del olvido.
El teólogo alemán Erich Sauer escribe:
“Israel debía ser el receptor de la revelación divina que bajaba del Cielo (…), un llamado que encontró su esencia y coronación en el hecho de que, finalmente, no solo vino la Palabra de Dios, sino Dios en Persona; no solo sus profetas, sino su Hijo (Hebreos 1:1-2). Con esto, Israel se convirtió en la casa de hospedaje del Salvador del mundo, en la cabeza de puente del que llegó desde la Eternidad, en la patria del Ungido de Dios (el Mesías) y, a través de Él, en el lugar de nacimiento de la Iglesia cristiana (Juan 4:22; Efesios 2:19-20; Romanos 11:17-18; Gálatas 3:9, 14)” (Gott, Menschheit und Ewigkeit de E. Sauer).
El nacimiento de la Iglesia cristiana es consecuencia del plan que Dios prosigue con Israel en la historia de la salvación. No existiría la Iglesia sin el nacimiento de Jesús como judío. Y no es posible el regreso de Jesús sin que exista el Estado judío —nunca tendríamos que olvidar este hecho.
En contra del olvido: una mirada a la historia y al tiempo actual
Las consecuencias pueden ser nefastas cuando olvidamos que Jesucristo vino al mundo como judío y volverá a él como tal. Dos ejemplos de la historia reciente:
En 1942, la Alemania nazi promulgó un decreto por el que se prohibía a los judíos tener animales de compañía. Una mujer judía escribe: “Teníamos un periquito. Cuando recibimos el decreto que prohibía a los judíos tener mascotas, mi marido no pudo desprenderse de esta ave. Tal vez alguien lo denunció, porque un día mi marido recibió una citación de la Gestapo. Después de muchas semanas angustiosas, recibí una tarjeta de la policía diciéndome que recogiera la urna funeraria de mi marido a cambio de una tasa de tres Reichsmark (moneda alemana de aquella época)…”.
En su libro Auerbach – Wie der Antisemitismus den Krieg überlebte (Auerbach - Cómo el antisemitismo sobrevivió a la guerra), el artista visual y autor alemán Hans-Hermann Klare describe cómo el odio a los judíos siguió siendo omnipresente en la posguerra. Se refiere al superviviente de un campo de concentración, Philipp Auerbach, que fue uno de los judíos más destacados de la Alemania de la posguerra. Fue miembro de la junta directiva del Consejo Central Judío de Alemania y ocupó el cargo de comisionado estatal en Múnich, donde fue el principal responsable de la política de reparaciones de Alemania hacia las víctimas de la persecución nazi. Trabajó incansablemente por esto. Klare escribe:
“En abril de 1952 comenzó un juicio sensacional contra él ante el tribunal regional de Múnich. Auerbach fue acusado de supuesta malversación de fondos. Sin embargo, esto no era cierto, por lo que fue rehabilitado dos años más tarde por una comisión de investigación del parlamento estatal bávaro”. Ante el tribunal, Auerbach citó a Abraham, que dijo en aquel entonces al rey de Sodoma: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram” (Gn. 14:22-23).
Tanto los jueces como el fiscal en el juicio contra Auerbach eran exnazis. Le hicieron comentarios despectivos, lo denunciaron y finalmente lo condenaron. Nunca debieron entrar en la sala como representantes de las autoridades. Auerbach se quitó la vida ese mismo día. “Estaba al final de sus fuerzas”, dice Klare.
¿Cómo es la situación hoy?
Después de los horribles acontecimientos del 7 de octubre, la solidaridad con Israel duró poco. En su lugar explotaron las hostilidades antisemitas, el odio contra los judíos y las campañas de difamación contra ellos en los medios sociales y en la calle. Unos meses antes, el estudiante alemán Noam Petri ya había señalado este fenómeno en el programa de televisión ZDFheute. “Ya se nota que el clima en Alemania está cambiando”, escribe. “Está otra vez de moda la relativización del Holocausto. Hoy se vuelven a decir cosas que no se habrían dicho hace diez o veinte años”.
También estamos asistiendo a una evolución preocupante dentro del cristianismo: hace unos años, por ejemplo, una nueva versión de la Biblia danesa, la “Biblia 2020”, causó revuelo porque, en el Nuevo Testamento, los traductores sustituyeron casi por completo la palabra “Israel” por “el pueblo judío” o “los judíos”. La edición publicada por la Sociedad Bíblica Danesa pretendía ser una traducción al danés corriente. La revista Herder Korrespondenz 6/2020 comentó: “El hecho de que la palabra ‘Israel’ se haya omitido en gran parte de la traducción del Nuevo Testamento ha sido criticado internacionalmente. El periodista danés Jan Frost fue el primero en señalarlo. En su opinión, la traducción danesa practicaba una teología de sustitución que pretendía privar a Israel de su condición de pueblo elegido por Dios”.
Algunos ejemplos:
En Mateo 2:21 leemos acerca del regreso de José y María con el pequeño Jesús de su estadía en Egipto: “Entonces él se levantó, y tomó al niño y a su madre, y vino a tierra de Israel”. La “Biblia 2020” danesa sustituyó la expresión “tierra de Israel” por una simple “patria”. Pero también en el Antiguo Testamento, por ejemplo, en Isaías 43:1 (“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”), se suprimieron “Jacob” e “Israel”. Y en Jeremías 33:7, Judá e Israel pasaron a ser “todo mi pueblo”.
En la historia eclesiástica, los padres de la Iglesia reemplazaron a Israel por la Iglesia. Las promesas de territorio fueron reinterpretadas como bendiciones puramente espirituales. Jerusalén fue convertida en Roma. El apóstol Pablo, sin embargo, exhorta a su hijo espiritual Timoteo a acordarse de Jesucristo, “del linaje de David”; y pocos versículos después subraya la importancia de usar la Palabra de Dios con discernimiento: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Ti. 2:15).
Israel sigue siendo Israel. La Iglesia es otra cosa. Los pactos de Dios con Israel siguen siendo válidos. Las diferentes épocas en la historia de salvación siguen siendo diferentes. Y el venidero Reino mesiánico bajo el Señor Jesucristo es algo que debemos entender literalmente tal como ha sido prometido, sin espiritualizarlo. Muchos cristianos ya no se acuerdan de esto.
Un ejemplo al respecto:
En Mateo 24:30 y en Apocalipsis 1:7, muchas versiones traducen que, cuando regrese el Señor Jesucristo, “todas las tribus de la tierra” lo verán y “todos los linajes de la tierra harán lamentación por él”. Literalmente se trata en ambos casos de todas las tribus de la tierra de Israel, es decir, del país, lo cual también concuerda con las palabras de Zacarías 12:10-14. Bien es verdad que todo el mundo verá al Señor en Su venida, pero los pasajes mencionados están relacionados específicamente con el pueblo de Israel y sus doce tribus y con la restauración de Israel. Esto es muy importante para comprender la historia de la salvación.
C. H. Spurgeon escribió: “Creo que no damos suficiente importancia a la restauración de los judíos. No le damos la atención que merece. Pero, sin duda, si hay algo que se promete en la Biblia, ¡es esto!”.
Y porque no le dimos la importancia que merecía esta verdad, y no nos “acordamos” de ella (para usar la expresión con la cual Pablo exhortaba a Timoteo), entró a nuestra teología, de a poco, la doctrina del reemplazo, ante la cual Pablo tanto advirtió en Romanos 11: “no te jactes contra las ramas” (v. 18). El autor Benedikt Peters explica que se trata de una advertencia para los pueblos gentiles que han recibido el Evangelio. No se deben enorgullecer, y tienen que cuidarse de no menospreciar o incluso condenar a las ramas quitadas, los judíos. Sin embargo, esto es exactamente lo que hizo la Iglesia oficial cristiana durante siglos. Se jactó de ser el “verdadero Israel”. “Por su orgullo Dios los derribará”, dice Peters en su Interpretación de la Epístola a los Romanos.
Encontré en una biblioteca una serie de libros de comentarios del Antiguo Testamento y saqué uno de los tomos para mirarlo. Era una interpretación del libro del profeta Oseas.
Efectivamente, el autor hablaba casi exclusivamente de la Iglesia, omitiendo el hecho de que el libro de Oseas trata del amor de Dios por su esposa infiel, Israel, y de ninguna manera habla de la Iglesia neotestamentaria. Por supuesto que encontramos en el libro muchas verdades que podemos aplicar a nosotros los cristianos, pero siempre debemos tener en cuenta el primer significado literal. Este es un principio importante para una correcta interpretación de las Escrituras.
Concluyamos estos ejemplos con un testimonio positivo y sigamos el ejemplo del expresidente alemán Johannes Rau, quien dijo en un discurso:
“Delante del pueblo de Israel, me inclino con humildad ante los asesinados que no tienen tumbas donde pedirles perdón. Pido perdón por lo que han hecho los alemanes, por mí y por mi generación, por el bien de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos, cuyo futuro quiero ver junto a los hijos de Israel”.
En contra del olvido: una advertencia seria
Acordémonos de que Jesucristo vino a este mundo como judío, murió como judío, resucitó como judío, ascendió al Cielo como judío y volverá como judío.
En su última carta, la segunda a Timoteo, que pastoreaba la iglesia de Éfeso (1 Timoteo 1:3), el apóstol Pablo lo exhortó con estas palabras: “Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio” (2 Ti. 2:8). De este mandato podemos aprender cuatro cosas:
1. Es parte del legado de Pablo, de su “última voluntad”.
2. Es parte de su evangelio (como podemos leer también en su carta a los Romanos, capítulos 9-11).
3. Y es precisamente el apóstol de los gentiles el que les dice esto a las naciones, donde se va extendiendo la fe cristiana. Ellos no deben olvidarse nunca de esto.
4. Parece que Pablo sabía que estaba exhortando a los cristianos por algo que se podía olvidar fácilmente y, de hecho, se iba a olvidar.
El Nuevo Testamento deriva del Antiguo Testamento. Jesús viene de la familia de David. Pues Pablo muy bien podría haber dicho simplemente: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de los muertos conforme a mi evangelio”. Pero no lo hace. Para él, es importante la aclaración “del linaje de David”. Esta verdad es parte del evangelio de Pablo y, por lo tanto, también debe ser parte de nuestra enseñanza.
Jesús no proviene del catolicismo ni de la Reforma. No es romano, ni germánico, ni ario, ni persa, ni africano. En la iglesia de la Anunciación en Nazaret, donde según la tradición el ángel Gabriel se le habría aparecido a María para anunciarle el nacimiento de Jesús, se pueden ver en la pared externa y en el patio algunos mosaicos mostrando imágenes de María con el niño Jesús. Allí podemos observarlos representados con las características de casi todas las naciones del mundo. Se ve a un Jesús camerunés, uno japonés, uno escandinavo, uno francés, uno búlgaro… y si bien es verdad que Jesús vino para todas las naciones y es el Salvador de todos, Su nacionalidad es claramente judía. Mateo 1:1 comienza con las palabras: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham”.
El profesor de Biblia Craig A. Blaising comentó una vez la llamada teología de la sustitución o teología del reemplazo, que enseña que la Iglesia es el cumplimiento de lo prometido a Israel, o incluso reemplaza al pueblo de Dios, en la Antigua Alianza: “Uno de los efectos más obvios de la teología de la sustitución en la cristología tradicional es la eliminación del judaísmo de Jesús de la confesión cristiana. Es notable que los grandes credos guarden silencio sobre este punto, contentándose simplemente con la afirmación de la humanidad de Cristo. Sin embargo, en las Sagradas Escrituras, no solo la identidad judía de Jesús, sino también su ascendencia davídica es un componente central del Evangelio”.
La ascendencia de Jesús también se destaca en otros lugares del Nuevo Testamento, por ejemplo, en la carta a los Romanos: “[el evangelio] acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne” (Ro. 1:3). Y: “que son israelitas (…) de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén” (Ro. 9:4-5).
En contra del olvido: una mirada al futuro
Israel no debe ser un mero pasatiempo para “especialistas religiosos”. Tampoco es bueno que seamos fanáticos en nuestra actitud pro-Israel. No se trata de alinearse a toda costa con la política del Estado israelí, aprobando todo lo que hace. El Israel moderno es un Estado laico. Los judíos ortodoxos, y el Israel religioso en general, rechazan vehementemente a Jesús. No debemos pasar por alto el hecho de que el propio Señor dijo: “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece” (Jn. 15:23).
Dios mismo es muy crítico con su pueblo, y así lo fue también el apóstol Pablo. Sin embargo, por el hecho de que finalmente triunfará la fidelidad de Dios, se cumplirán sus promesas y Jesús volverá por Israel, estamos del lado de este pueblo y celebramos la fidelidad de Dios a Israel. “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Ro. 11:29).
Jesús es el legítimo heredero del trono davídico (2 Samuel 7:13; Lucas 1:32). Por tanto, solo puede haber un futuro Reino mesiánico con Él como Rey, y esta realidad está vinculada a las promesas divinas relativas a Israel.
En el libro profético de Apocalipsis, Juan es consolado con una promesa: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Ap. 5:5). Y en el último capítulo de este libro leemos acerca del Señor en Su regreso: “Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias: yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. (…) El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve” (Ap. 22:16, 20).
Repito: Jesús sigue siendo el linaje de David en el Cielo, por lo que sigue siendo judío y volverá como tal.
No olvidemos tampoco que las naciones serán juzgadas un día de acuerdo a cómo se hayan comportado con el pueblo judío: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mt. 25:31-32, 40).
Tenemos una gran tarea para que no se olvide esta realidad sobre nuestro Señor: que Jesús es del linaje de David. Recordemos, sin embargo, que también las naciones que odian a Israel y al cristianismo, son amadas por Dios. Jesús murió por toda la humanidad, y el Señor tiene un plan de salvación que abarca el mundo entero.