Fuerza espiritual para cada día
“Y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre.” Filipenses 2:8-9
Tanto en Belén como en el Calvario, vemos a Jesús renunciando a Su honra. No se ve ninguna majestad o esplendor en el pesebre. El, delante de cuya palabra tiembla el universo, El, que desde la eternidad es recibido con júbilo por innumerables seres de luz, “se despojó a sí mismo.” Mas, precisamente, con esto es que el Señor nos lleva a caer de rodillas, y nos humillamos en el polvo. ¡Qué grande es el Señor, y qué grandiosa es Su obra de renunciar a la majestad exterior! No podemos hacer otra cosa que no sea adorarlo de corazón porque, en la renuncia a Su honra y majestad, reconocemos Su naturaleza, oculta hasta ahora. Cuando Jesús dice: ‘Yo soy”, entonces revela Su majestad interior. “Menospreciando el oprobio.” ¿Puedes ver esta renuncia a Su honra? El está allí colgado, en un madero ensangrentado, no sólo expuesto a dolores indecibles, sino también expuesto al público - sufriendo una vergüenza terrible. Mas he aquí que, en la entrega voluntaria de Su gloria, de este ser crucificado irradia un brillo indescriptible. El hizo esto por ti. El descendió de la honra más grande hasta llegar a la vergüenza más profunda, para que nosotros, tú y yo, alcanzásemos honra eterna.