Fuerza espiritual para cada día
“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley.” 1 Corintios 15:55-56
Como quinta consecuencia, queremos considerar el efecto de la muerte de Jesús en relación a la muerte misma. La muerte es una realidad terrible. Eso ya lo habrán experimentado mis lectores cuando se encontraron junto a la sepultura de algún ser querido que falleció. El Señor Jesús nunca ignoró la realidad de la muerte. Cuando llegó para resucitar a su amigo Lázaro, que hacía cuatro días que estaba en el sepulcro, incluso lloró junto a la tumba. Pero, así como la muerte es una realidad muy dura, existe otra realidad que es maravillosa: la misma muerte, que nos inspira tanto pavor, perdió su poder y su fuerza por medio de la muerte de Jesús. Pese a que tú estéa cada día más viejo, aproximándote inexorablemente al día en que partirás de este mundo, te encuentras dentro del radio de acción de la promesa del Salmo 92. Y, de acuerdo con las palabras del apóstol Pablo, te rejuveneces constantemente en tu interior: “... aunque éste nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.” Somos personas poseedoras de una juventud eterna, porque está escrito, en el Salmo 103:5, que nos renovamos como el águila. Ese es el hecho maravilloso: ¡a través de su muerte, Jesucristo nos reconcilió con Dios! El nos liberó del poder de Satanás, nos salvó del carácter de este mundo y nos dio la vida eterna.