Verdadera sabiduría

René Malgo

Un lector nos señaló, con todo respeto, que no obtiene ningún provecho de los artículos, puesto que no puede entenderlos sin estar recurriendo al diccionario a cada momento. La objeción es comprensible. Nuestra intención es ofrecer diferentes tipos de artículos para un público variado. Algunos son de una lectura más difícil que otros, dependiendo de los temas que traten.  

Este suceso me llevó a la siguiente reflexión, la cual quiero abordar con una pregunta provocativa: ¿son más espirituales los lectores con mayor facilidad de comprensión, los que incluso entienden los temas más complejos? Dicho de otra manera: ¿les falta madurez espiritual a aquellos creyentes que no entienden algunos textos difíciles? ¡Nada más alejado de la realidad!

Y esto es lo que quisiera señalar en esta editorial de Llamada de Medianoche: según la Biblia, el crecimiento espiritual, la sabiduría y el conocimiento no están relacionados con nuestras habilidades intelectuales. La sabiduría es una persona: Jesucristo, el crucificado y resucitado, quien dice: “venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” “[…] en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Mt. 11:28; Col 2:3).

Por lo tanto, el conocimiento y la sabiduría no tienen nada que ver con nuestra capacidad intelectual y nuestras habilidades, sino con nuestra devoción a Cristo. La característica del crecimiento espiritual no es que entienda y le guste cada artículo de esta revista, sino que Cristo haya tomado forma en su vida (Colosenses 1:28; Gálatas 4:19).

La realidad actual de la Iglesia de Cristo y la primera bienaventuranza de Mateo 5:3 referente a los “pobres en espíritu” nos confirman lo mismo: muchas veces las mentes que se suponen sencillas, los incultos, los que tienen la fe sincera de un niño, demuestran ser más sabios y estar más sólidos en el Señor que muchos teólogos, académicos y predicadores capacitados que pretenden enseñar a los más sencillos, pero que rechazan para sí mismos el camino de la entrega incondicional.

Los creyentes no necesitamos ser inteligentes como Albert Einstein, pero sí ser espiritualmente sabios como Caleb. Y esta sabiduría se manifiesta en una vida caracterizada por el temor y el amor a Dios. Sin embargo, no se trata de un paseo. Como dice Mateo 7:14, el camino que lleva a la vida es angosto. Es una lucha, una carrera, una batalla de fe, como testifica el apóstol Pablo (Col. 1:29; 1 Ti. 6:12; 2 Ti. 2:5). De ninguna manera estamos obligados, para ser sabios ante los ojos de Dios, a convertirnos en intelectuales o en ratones de biblioteca, más bien, fuimos llamados a considerar todo lo que es de estima para los hombres “por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7-15). Una vez más, esta es la verdadera sabiduría.

Me gustaría concluir con este pensamiento: existen creyentes que, a pesar de todo su conocimiento, ven a Dios escondido y lejano en sus vidas diarias. Puede haber varias razones para ello. A menudo, el Señor trabaja en nosotros de una manera misteriosa e inexplicable, buscando nuestra edificación y restauración. Sus caminos no son nuestros caminos y sus pensamientos no son nuestros pensamientos (Isaías 55:8). Pero la sequía espiritual que experimentamos puede surgir de querer buscar la verdadera sabiduría de Dios sin haber aceptado el compromiso de seguir a Cristo de manera incondicional. Quizá hemos olvidado lo que la Palabra de Dios nos encomienda: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lc. 9:23). Tal vez sea necesario reorientar nuestras vidas hacia Jesús.

Por lo tanto, busquemos lo que está arriba, no lo de la Tierra, como dice Colosenses 3:2. Extendámonos a lo que está delante y luchemos por “proseguir la meta, el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Fil. 3:14). Confesemos con Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”; “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (Fil. 1:21; 3:10-11) y testifiquemos con Juan el Bautista: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:30).

Esta es la verdadera sabiduría y la vida eterna: que yo me considere muerto con Cristo y no viva más yo, sino Cristo en mí (Gálatas 2:20). ¡Maranatha, ven, Señor nuestro!

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