
Un predicador y hacedor de la Palabra
Basilio (†379), y fue, entre otros, líder de la iglesia en Cesarea (hoy Kayseri, Turquía). A pesar de que tuvo una posición de liderazgo por un tiempo relativamente corto y no llegó a cumplir más de 50 años, ejerció una influencia tan duradera sobre el cristianismo a nivel mundial, que aún estando vivo recibió el apodo “el Grande”.
Basilio procedía de una familia cristiana y adinerada; su abuelo había sufrido el martirio por la fe, y poco después el cristianismo fue legalizado en el Imperio Romano. Originalmente, Basilio quiso trabajar como abogado en la metrópoli de Cesarea, pero entonces se convirtió y fue bautizado. “Yo dedicaba mucho tiempo a la vanidad, y desperdicié casi toda mi juventud en el esfuerzo vano de adquirir la ciencia de la sabiduría que por Dios fue declarada necia. Pero finalmente desperté como de un sueño profundo, y dirigí mi vista a la maravillosa verdad del evangelio…”. Su vida cambió, y durante una hambruna, donó toda su herencia a los pobres. Basilio hizo construir hospitales, hogares de ancianos y comedores públicos, y así surgió en Cesarea un barrio nuevo que su hermano menor, Gregorio, con asombro denominó “maravilla del mundo”. Fue notable que el propio Basilio tomó la cuchara sopera en la mano, ocupándose sin distinción de paganos, judíos y cristianos sufrientes, con la justificación de que “todos ellos tienen las mismas entrañas”.
Además de eso, Basilio predicaba a grandes masas de gente, hacía visitas pastorales y escribía numerosas cartas, que hoy permiten formarse una buena idea de sus luchas y de su carácter. Al principio todavía estaba entre los que tenían dudas de la total divinidad de Cristo, pero más tarde se distinguía como un luchador intrépido por la doctrina bíblica de la Trinidad. Se dice que por esta razón el emperador Valens, un adversario de la doctrina de la Trinidad, lo había amenazado con expropiación de propiedades, destierro, tortura y muerte, a lo que Basilio parece haber respondido: “¿Nada más? De todo esto no me toca nada. Si uno no posee nada, sus bienes no pueden ser expropiados, a no ser que exijas mis ropas harapientas y los pocos libros que poseo. Destierro no conozco, ya que en todas partes en la amplia tierra de Dios me encuentro en casa. La tortura no me puede hacer nada, ya que estoy tan enfermo que eso me haría morir rápidamente. Y la muerte me es bienvenida, ya que me lleva más rápidamente a estar con Dios”.
Toda su vida, Basilio tuvo que luchar con sufrimientos físicos, lo que también tenía que ver con su estilo de vida riguroso y asceta como monje. En cierto sentido, los monjes de su tiempo fueron los primeros “protestantes” que se retiraban de la vida pública, para mostrar su descontento con la estatización y la resultante secularización del cristianismo. Basilio reformó la orientación egocéntrica del monacato en Oriente, transformándolo en una institución social caracterizada por estudio bíblico diligente, mucha oración, un estilo de vida modesto y buenas obras en la sociedad.
Basilio tenía una personalidad fuerte, que él mismo reconocía. Como anciano de la iglesia, echó a los clérigos que abusaban de su autoridad, tomaba muy en serio la disciplina de iglesia y no tenía problema en confrontar a todos los que veía que estaban del lado equivocado. En sus cartas, él mismo admitía tener que luchar contra su orgullo y temperamento. Pero su carácter combativo una y otra vez se transformaba en buen humor. Fue así como, una vez que reñía con un prefecto romano que amenazaba con arrancarle el hígado del cuerpo, le respondió: “¡Qué atento! ¡Ahí donde está actualmente solo me produce problemas!”.
A pesar de eso, Basilio podía aceptar como hermanos en el Señor a cristianos que no estaban totalmente en lo correcto en cuanto a la Trinidad (una particularidad en un tiempo cuando se luchaba por cada letra en el credo correcto). Y en el cuidado pastoral, si bien se expresaba con claridad, también lo hacía con misericordia, como muestra su carta a una joven caída: “Una palabra nos invita al arrepentimiento y clama fuertemente: ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar’. […] Él no miente cuando dice: ‘Si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana’. Dispuesto está el gran Médico de las almas a sanar tu enfermedad. […] Suyas son las palabras dichas por la dulce boca del Salvador: ‘Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento’. […] El Señor desea purificarte de esta herida dolorosa y mostrarte la luz después de la oscuridad. Te busca el buen pastor, que deja a las ovejas que no se han descarriado. Si tú te dejas encontrar, el misericordioso no dudará y no desdeñará cargarte en sus hombros, lleno de gozo por haber encontrado a su oveja perdida. El Padre está ahí y espera tu regreso del camino errado. Regresa, y si aún estás lejos, Él irá apurado a tu encuentro, te pondrá los brazos al cuello y te saludará con un abrazo tierno, porque a través del arrepentimiento ya has sido purificada. […] Porque Él dice: ‘Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente’. Y si alguien de los que creen estar firmes llega a criticar qué tan pronto fuiste recibida, entonces el Padre bondadoso mismo tomará la palabra por ti y dirá: ‘Debemos estar alegres y contentos; porque esta mi hija estuvo muerta y ha revivido; estuvo perdida y ha sido hallada’”.
Su postura crítica hacia el anciano de la iglesia de Roma (Damaso, probablemente el primero que realmente se presentó como “Papa” con pretensiones de universalidad) y su alta valoración de las Sagradas Escrituras, lo convierten también para los evangélicos en un testigo de la fe digno de respeto. Como toda persona redimida por gracia, tampoco Basilio era perfecto; pero aun así, en su corto tiempo aquí en la Tierra, logró mucho viviendo de acuerdo a lo que él mismo predicaba.