
Un asceta y un teólogo
El “entrevistado” se llama Gregorio Nacianceno (siendo Nacianzo hoy una pequeña aldea en Turquía). Falleció en el año 390 y fue un buen amigo de Basilio de Cesarea y de su hermano menor, Gregorio de Nisa (vea anteriores ediciones de Llamada de Medianoche). Hoy en día, estos tres son denominados por algunos cristianos los “Padres de Capadocia” (Capadocia es la región en la que ellos vivieron y trabajaron).
Juntos se opusieron a la casa real romana, a la mayoría predominante en el ejército, a la elite política y a numerosos dignatarios eclesiásticos que rechazaban la doctrina de la total divinidad del Señor Jesucristo y de la Trinidad. A Basilio, a los dos Gregorios y a otros luchadores por la fe como lo son Atanasio de Alejandría († 373) o Hilario de Poitiers († 367), el cristianismo les debe (sin lugar a dudas, a través de la previsión del Dios vivo) que la doctrina bíblica no haya sucumbido y la iglesia no se haya vuelto totalmente anticristiana (con respecto al rechazo de la divinidad de Jesús; cp. 1 Jn. 2:22; 4:3; 5:20).
Más tarde, Gregorio Nacianceno recibió el apodo “el teólogo” por sus discursos teológicos convincentes en la iglesia oriental. Este era un título especialmente venerable y rara vez otorgado.
Al igual que su amigo Gregorio de Nisa, Gregorio Nacianceno posteriormente aparece como una figura contradictoria. Llegó a ser famoso, por un lado, por sus prédicas y escritos poderosos en palabra, e inigualables en cuanto a brillantez y profundidad. También tuvo éxito como rimador y poeta. Por el otro lado, sin embargo, se mostró desbordado por la vida pública y más de una vez huyó de su puesto como anciano de iglesia. Presidir una reunión le resultaba desagradable. Acerca de esto él mismo dijo: “Dios nos educa a través de aquello que nos es contrario”. Él prefería el ascetismo estricto, el estudio de la Biblia, la oración personal y la vida retirada, en la cual falleció.
Eso no significa necesariamente que Gregorio fuera un cobarde. Cuando sirvió por un tiempo corto como anciano de la iglesia en la ciudad imperial romana Constantinopla (desde Constantino el Grande, Roma ya no era la capital), se hizo impopular entre las autoridades a causa de su estilo de vida intransigente y sus prédicas que exhortaban al amor al prójimo. Por otro lado, el pueblo, que en realidad estaba encantado con él, reaccionaba con desilusión porque no usara más fuertemente su influencia como autoridad eclesiástica ante el emperador. Política e intrigas no eran lo suyo.
Las Sagradas Escrituras tenían un valor muy alto para Gregorio, y él enfatizaba que la Palabra (con la revelación progresiva del Antiguo al Nuevo Testamento) debía ser interpretada en su contexto total. La base de toda teología para él era la santa Palabra de Dios, y solo podría aprovecharla correctamente quien viviera espiritualmente maduro, disciplinado y abstinente.
También en toda su debilidad, el deseo de su corazón era: “Conserven por lo menos este buen legado, por el cual vivo y lucho, con el que quiero morir, y que me hace soportar todo mal y menospreciar toda diversión: la confesión de fe en el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo”.
Los tres “Padres de Capadocia”, Basilio y los dos Gregorios, ejercieron una influencia sobre el cristianismo que permanece hasta el día de hoy. Tenían estas tres cosas en común: 1) una fe intransigente en el Dios triuno, 2) una vida intransigente en la santificación y renuncia personal y 3) una entrega intransigente a la Palabra de Dios. Esto daba poder a su testimonio.