
Treinta y un años del fin de la Unión Soviética
Mateo 2:20 dice: “…porque han muerto los que procuraban la muerte del niño” (Mt. 2:20). ¿Qué podemos aprender hoy de la caída de la Unión Soviética?
Han pasado 31 años de la caída del comunismo soviético. Nombres como Marx, Engels, Lenin y Stalin estuvieron inequívocamente asociados a sus setenta años de política de terror. Todos ellos tenían en común que eran anticristianos de pies a cabeza, por lo que actuaban con desprecio hacia la humanidad. Esta es la razón por la cual el cristianismo era considerado uno de los mayores enemigos del régimen soviético. Karl Marx escribió que la religión era “el opio del pueblo”, pues, desde el punto de vista de los comunistas, la fe se interponía a la modernización. Por lo tanto, uno de los grandes objetivos del comunismo soviético era erradicar por completo el cristianismo, exterminar la fe en Dios y declarar que Dios había muerto. Su símbolo era un puño de piedra que se elevaba al cielo, oponiéndose brutalmente al Todopoderoso. No se escatimó en esfuerzos, engaños o dinero para difundir el ateísmo por todo el mundo. Un sinnúmero de personas, de todas las clases sociales, cayeron en la trampa.
Quien odia a Dios también odia a las personas. Quien no valora al Señor de la vida, no valora la vida del prójimo. El precio que pagaron los distintos estratos de la sociedad fue alto, muy alto. Millones de vidas fueron víctimas de este sistema. Los historiadores hablan incluso del “Holocausto Rojo”. El individuo pasó a un segundo plano, todo estaba dedicado y subordinado al materialismo. Todo lo que pudiera recordar a la Biblia era despreciado y eliminado. Sin embargo, el miedo y el terror no solo dominaban a la población rusa, sino a todo el mundo occidental. La Guerra Fría, las carreras armamentísticas, las culpas mutuas y las amenazas estaban a la orden del día. El Ejército Rojo, fundado en 1918 por León Trotski, y era uno de los más temidos en todo el mundo, con funciones no solo en el exterior, sino también en el interior, oprimiendo a su propio pueblo de la manera más inhumana; esta era la forma en que los gobernantes mantenían el control y sofocaban cualquier tipo de resistencia que pudiera surgir de sus ciudadanos.
Podríamos, sin miramientos, aplicar el pasaje de Salmos 14:1 al comunismo y a su devastadora historia: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hacen obras abominables; no hay quien haga el bien”. Este versículo resume perfectamente cómo el pensamiento impío causa daños inconmensurables.
Herodes el Grande ya había introducido en su época un estado policial y de espionaje. La gente era vigilada y controlada, pues su única preocupación era mantener el poder. Todo lo que se oponía a sus fines era pisoteado sin reparo. El menor peligro para su reinado era tratado como el mayor de sus enemigos, al punto de asesinar a los niños de Belén a causa del nacimiento de Jesús. ¡Cuán inimaginable habrá sido el dolor de esas familias!
Tanto el imperio de Herodes, el nacionalsocialismo del Tercer Reich, como el Gobierno de terror del comunismo soviético tuvieron su origen en el poder de las tinieblas. Se trata finalmente de la lucha del diablo contra el Dios vivo, de su odio contra el Señor de la vida. Es la batalla entre el reino de las tinieblas y el reino de Dios. El reino de satanás lucha para que el mensaje de Jesucristo y su perfecta obra de redención no sea difundido, combatiéndolo con todas sus fuerzas. Al diablo no le falta ingenio para obstruir el camino de la humanidad hacia el reino divino. La lucha contra el Hijo de Dios sigue caracterizando a la historia de la humanidad. La profecía divina: “…y tú le herirás en el talón” (Gn. 3:15), tiene miles de facetas. En cambio, cómo dice Salmos 2:4: “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos”.
Sin mucho dramatismo, la Biblia dice respecto a Herodes y sus crueles maquinaciones, las cuales intentaron matar a Jesucristo: “Los que buscaban la vida del niño, murieron”. Sin embargo, el plan que Dios tenía para redimir a la humanidad se mantuvo y finalmente se cumplió. Lo que comenzó en Belén, encontró su culminación en la cruz y en la resurrección de Cristo: “…te aplastará la cabeza” (Gn. 3:15).
El Gobierno nazi también llegó a su fin y, tres años después, nació el Estado de Israel. Sin mucha fanfarronería, en un momento en el que nadie se imaginaba un punto de inflexión, llegó el gran cambio. El comunismo, cuyo secretismo y malignidad era temida por el mundo entero, experimentó de repente la glásnost, iniciada por Mijaíl Gorbachov a principios de 1986. En muy poco tiempo, el debilitado sistema comunista experimentó un proceso de reestructuración y modernización con la perestroika, sin acudir a la fuerza armada. La desintegración de la Unión Soviética terminó con la independencia de quince repúblicas soviéticas, reconocidas el 25 de septiembre de 1991.
El comunismo soviético “pereció”, y por otro lado, el cristianismo sigue en pie: las puertas del infierno no pueden vencer a la Iglesia de Jesús (Mateo 16:18).
Mientras tanto, nos ha alcanzado otras crisis. La humanidad se enfrenta a nuevos obstáculos y desafíos, y la Iglesia sufre. La crisis ecológica y la política climática dominan el panorama mediático, la locura del género parece no tener límites, y la amenaza del radicalismo islámico crece notoriamente. Las pandemias están cambiando las estructuras mundiales. Todo esto, en conjunto, actúa como un catalizador para llevar al mundo a su objetivo final: el gran imperio anticristiano. ¡Pero espera! Una vez más, no podemos sacar a Dios de este enfoque. Jesús, cuya primera venida no pudo evitarse, vendrá de nuevo, por lo que todos los acontecimientos terminarán en este evento, el mayor de todos los sucesos. El plan de Dios se ha cumplido. Su redención se está realizando. La Iglesia no perecerá, sino que será conducida hacia su destino final para un llamamiento celestial. Colosenses 1:16 dice que, en última instancia, todo, realmente todo, incluso el mal, servirán a la causa de Dios en Jesucristo: “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él”.
¡Qué bien nos viene saber esto! Los gobernantes de este mundo se irán, pero Cristo viene.