“Todos deberíamos analizar nuestras vidas, en sentido general y también en detalle.”

Llamada

Conversamos con un predicador que exhorta a su congregación a apoyar a los pobres, huérfanos, viudas, desamparados y refugiados. Él mismo donó su herencia y construyó hospitales, hogares de ancianos y comedores sociales para los necesitados, “los que no tienen amigos”.

Nuestra sociedad está revuelta. Los refugiados llegan en cantidades a nuestros países, las personas rechazan el cristianismo, la política y los medios de comunicación dejan mucho que desear. ¿Qué opina usted de todo esto?

Bueno, ¿dónde se encuentra la causa de este desorden y confusión? ¿A dónde nos llevan los cambios recientes? ¡Investiguemos como seres racionales, reflexionemos como personas pensantes! ¿Ya no vive Aquel que gobierna todo? ¿Ha olvidado Dios Su obrar? ¿Estará Él privado de Su poder y fuerza? ¿O será que aún tiene Su poder y Su fuerza, pero se ha vuelto duro de corazón, y ha convertido Su gran bondad y preocupación por nosotros en aversión a la humanidad? Ninguna persona razonable querrá decir eso, ya que están muy claras las razones por las cuales ya no somos gobernados como antes. Recibimos, pero no compartimos con otros; elogiamos la beneficencia, pero retenemos nuestros bienes. Una vez siervos, ahora estamos libres, pero no nos compadecemos de los consiervos. Cuando tenemos hambre, dejamos que nos alimenten, pero ignoramos a los necesitados. En Dios tenemos un dador y administrador en abundancia; sin embargo, nos hemos vuelto mezquinos y no compartimos con los pobres.

¿Le entendí bien? ¿Usted responsabiliza a los cristianos por los tiempos difíciles que podrían avecinarse?

¡La voz de los que imploran clama inútilmente y se pierde en el aire porque no escuchamos a los que piden! ¿Y qué de nuestras peticiones y oraciones? Los hombres (con pocas excepciones) se ocupan del comercio, y las mujeres les ayudan a ganar dinero. Solo unos pocos oran conmigo, y muchos en la iglesia están con sus pensamientos en otra parte, bostezan, constantemente se mueven de un lado a otro, y apenas pueden esperar el momento para huir de la iglesia como si fuera un calabozo, y estar libres de la obligación de orar.

Por favor, ¿qué quiere decirnos con eso?

Todos deberíamos analizar nuestras vidas, en sentido general y también en detalle. Es necesario que hablemos de corazón sincero y como dijo Job, que la mano de Dios nos toque (Job 19:21). A veces, este tipo de situaciones vienen sobre las personas para probar sus almas, para que en la desgracia se reconozcan las almas buenas, sean ricas o pobres; porque tanto los unos como los otros demuestran lo que son sobre todo en el ejercicio de la paciencia. Ahí se ve si uno es generoso y lleno de amor fraternal, el otro desagradecido y más bien un blasfemador, que con un cambio en su situación de vida inmediatamente también cambia su convicción. Conozco a muchos (no solo de oídas sino por experiencia propia) que mientras tenían un buen vivir y todo les iba de cierto modo, le agradecían a su Bienhechor en el cielo. Pero cuando las cosas tomaban un giro inesperado, ellos mismos se mostraban de­sagradecidos, proferían blasfemias, dejaban de orar y murmuraban contra Dios como si Él fuera su deudor moroso.

¡Examínate, oh hombre, y sé sensato! La tormenta prueba y confirma al timonel, la arena al luchador, la batalla al general, la desgracia al valiente, la tentación al cristiano.

¿Qué propone que hagamos entonces, en vista de los cambios en nuestra sociedad?

Imitemos a la primera congregación de los cristianos que tenían todo en común: la vida, el alma, la unidad, la comunión en la mesa, inseparables en la hermandad, francos en el amor que unía a muchos cuerpos en uno y a muchas almas en una, y la misma convicción. Muchos ejemplos de amor fraternal pueden ser encontrados en el Antiguo y el Nuevo Testamento: si ves a un anciano hambriento, llámalo y aliméntalo tal como José hizo con Jacob (Gn. 47:12). Si encuentras a un enemigo en dificultad, no le agregues a la ira la venganza, sino aliméntalo como José lo hizo con sus hermanos que lo habían vendido (Gn. 37:28).

¡Que cuando un día tengas que presentarte delante de Cristo, el juez justo, no tengas para mostrar una vida especialmente rica aquí en la Tierra, en la figura de una novia desnuda y envuelta en harapos! No le presentes al novio celestial una novia fea, sin adornos. Decórala más bien con las joyas correspondientes, conserva su belleza hasta la boda, para que ella, juntamente con las vírgenes sabias, encienda la lámpara, el fuego imposible de apagar, y que no le falte el aceite de las buenas obras, para que por fin se confirme la profecía divina, y que también para tu alma se cumpla esta palabra: “Hijas de reyes están entre tus ilustres; está la reina a tu diestra con oro de Ofir. Oye, hija, y mira, e inclina tu oído… y deseará el rey tu hermosura” (Salmo 45:9-11).

¡Pero lo que usted dice suena legalista! ¿Y quiere que incluso ayude a mis enemigos? ¿No sabe cuántos musulmanes llegan a nuestros países?

¿Y qué otra cosa quieres hacer con tus riquezas? ¿Quieres poner encima de ti ropa costosa? Si te alcanza con vestimenta normal y un abrigo… ¡Eso cubre todo lo que necesitas! ¿O será que la riqueza te debe poner una mesa abundante? Un solo pan es suficiente para llenar el estómago. ¿Por qué estarías triste entonces, como si fueras a experimentar la pérdida del prestigio que viene con la riqueza? Debes saber que si no buscas tu honor aquí en la Tierra, encontrarás aquel honor verdadero y glorioso que te acompañará al reino de los cielos.

¿No estará exagerando?

¿Por qué te duele escuchar “vende lo que tienes”? (Mt. 19:21). Si los bienes temporales pudieran seguirte a la otra vida, tampoco deberías estar preocupado por ellos, porque de todos modos allí serían oscurecidos por la gloria. Pero si la riqueza se queda aquí, ¿por qué no venderla y llevar el producto de la misma? Después de todo, tampoco haces duelo cuando das tu dinero a cambio de un artículo de lujo*. Pero si das lo pasajero y en su lugar recibes el reino de los cielos, ¿por qué lloras? Rechazas al que pide y te niegas a dar la dádiva, mientras buscas miles de oportunidades para gastar para ti mismo.

¡Pero con mis ofrendas no puedo comprar el reino de los cielos! Y después de todo, Dios me ofrece todo en abundancia para disfrutarlo (1 Ti. 6.17). ¿Por qué debería gastar mi dinero en gente que no conozco y que tampoco me hace ningún bien?

¿Qué le responderás al Juez (2 Co. 5:10) tú que vistes las paredes pero no vistes a una persona, tú que adornas a tus mascotas* pero no miras al hermano envuelto en harapos, tú que dejas que se descomponga tu reserva de alimentos y no alimentas al hambriento, tú que entierras tu oro pero no tienes consideración del que está en la miseria?

Primero debo proveer para mi familia. Después de todo, Pablo dice que si alguien no provee para los suyos niega la fe y es peor que un incrédulo (1 Ti. 5:8).

¡Ten un alma grande! ¡Muros pequeños actúan de la misma manera que muros grandes! Cuando entro en la casa de un hombre exitoso amante del lujo, y la veo adornada con todo tipo de objetos, sé que las cosas visibles son para él lo más importante, y que además adorna lo que no tiene alma pero deja el alma sin adornar. Entonces dime, ¿para qué las camas y mesas de plata, literas y sillones de marfil, a causa de los cuales los bienes no pueden beneficiar a los pobres que de a miles están a la puerta y dejan oír sus lamentos? Pero tú les niegas la dádiva con la excusa de que te es imposible corresponder a su petición. Aseguras bajo juramento con tu boca lo que tu mano desmiente con el anillo de diamante reluciente en el dedo. ¡A cuántos podría ese anillo librar de las deudas! ¡Cuántas casas ruinosas podría levantar! ¡Uno solo de tus roperos podría vestir a todo un pueblo que está pasando frío!

Tan adinerado no soy. Además, usted solamente está criticando mi anillo de bodas. Si me mido con otros, en realidad soy pobre, porque no puedo darme el lujo de muchas cosas que mis amigos de la iglesia tienen para sí mismos.

Te consideras pobre a ti mismo; y te doy la razón. Porque pobre es el que tiene muchas necesidades; la insaciabilidad de la apetencia hace que estemos siempre afanosos.

¡No es mi culpa que la vida actual se haya vuelto tan costosa!

Desearía que te alejaras un poco de las obras de injusticia y le dejaras algo de tiempo a tu sentido común, para considerar la meta que tiene el afán por esas cosas. ¿Qué te espera después de las posesiones? ¿No es que de todo eso al final te quedan solo unos pocos metros de tierra? ¿No alcanzará con un poco de tierra para enterrar tu mísero cuerpo? ¿Para qué te esfuerzas tanto? ¿Con qué fin eres injusto?

¿Está hablando de mi muerte y de mi sepulcro?

¿Qué persona vanidosa podría agregarle a su vida aunque sea un día? ¿A quién la muerte le ha dejado en paz por causa de su riqueza? ¿Quién se libra de alguna enfermedad porque tiene dinero?

¡Ay, deje de hablar de mi final; debo proveer para mis hijos!

Ese solamente es un pretexto para disimular la codicia; a los hijos los pones como pretexto, y satisfaces el deseo de tu corazón. ¡No les eches la culpa a los inocentes! ¿Y quién puede responder por la voluntad de su hijo, que éste usará correctamente los bienes heredados? Porque ya a muchos la riqueza les ha abierto el camino al desenfreno. ¿No escuchas lo que dice el predicador en Eclesiastés? “Hay un mal doloroso que he visto debajo del sol: las riquezas guardadas por sus dueños para su mal” (Ecl. 5:13). Y otra vez: “El cual tendré que dejar a otro que vendrá después de mí. Y ¿quién sabe si será sabio o necio…?” (Ecl. 2:18-19). Ten cuidado, por lo tanto, que en las riquezas amontonadas con mil afanes no les des lugar a otros al pecado, por lo que entonces te verías doblemente castigado: por el mal que tú mismo cometiste, y por el mal que le ayudaste a hacer a otros.

¡Usted actúa como si fuera terrible que Dios me haya bendecido con bienes! Abraham y Filemón también fueron adinerados. Después de todo, creo que no puede ser pecado utilizar para uno mismo el dinero propio, ganado con esfuerzo.

“¿A quién le hago mal si junto lo mío?”, pregunta el avaro. Pero dime, ¿qué es tuyo después de todo? ¿De dónde lo has recibido y traído al mundo? ¿No has venido desnudo del vientre de la madre, y desnudo volverás a la tierra? ¿De dónde, entonces, tienes tus bienes? Si confiesas que vienen de Dios, entonces nómbrame el título de propiedad sobre el cual los has obtenido. Pero tú acumulas todo en la falda insaciable de tu codicia, y crees no hacerle mal a nadie al robarle a tantos. Y, ¿quién es un codicioso? El que no se contenta con lo que es suficiente. ¿Quién es un ladrón? El que le quita lo suyo a toda persona. Entonces tú ahora, ¿no eres un codicioso y un ladrón, si aquello que te fue dado para administrar lo consideras tu propiedad? Quien le saca la vestimenta a otro y la toma, es considerado ladrón; pero quien no viste a un desnudo a pesar de poder hacerlo, ¿se merecerá otro calificativo?

Bueno, quizás tenga un poco de razón en lo que dice, aún sonando como un comunista. Pero por el momento, verdaderamente no puedo hacer nada para otros. Algún día escribiré un testamento en el que legaré mi fortuna a buenas obras de caridad. ¿Le satisface esto ahora?

Por escrito prometes que te volverás caritativo. ¿Quién te anunciará entonces la hora de tu partida? ¿Quién garantizará tu tipo de muerte? ¡Muchos ya han caído víctima de accidentes repentinos, de modo que por el dolor ni siquiera pudieron pronunciar palabra alguna! ¡A cuántos la fiebre les ha robado el razonamiento! ¿Por qué esperas un momento en el cual quizás ya ni siquiera seas dueño de tus propios pensamientos? Sí, y aun si todo estuviera escrito con exactitud, cada palabra claramente expresada, alcanza con una sola letra introducida para cambiar toda la expresión de tu voluntad; un sello falso o dos o tres testigos falsos, podrían transferir toda la herencia a otros.

Está todo bien lo que usted dice. Pero en definitiva, fui salvo solo por gracia. Usted no me puede obligar a poner en peligro mi existencia a favor de otros.

“Lindas son tus palabras”, dice el avaro, “pero más lindo es el oro”. Lo mismo le sucede a uno si se habla de la castidad a los incastos. Si uno condena a la ramera, ya por medio del recordatorio se encienden en ansias sensuales. ¿Cómo darte a entender los sufrimientos de los pobres para que te quede claro de qué suspiros reúnes tus tesoros? Oh, cuán valiosa te parecerá en el día del juicio aquella palabra: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis” (Mt. 25:34-36). Pero que estremecimiento, sudor y tinieblas caerán sobre ti si escuchas el juicio de condenación: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis” (Mt. 25:41-43). De modo que ahí no se acusa al ladrón, sino que se juzga a aquel que no ha compartido de sus bienes.

Con esto, he dicho lo que me pareció adecuado decirte, cosas que, si tú obedeces, te encaminarán hacia los bienes que según las promesas han sido apartados para ti. Te pido: cambia tu convicción por la gracia de Aquel que a todos nos ha llamado a Su reino, y a Quien sean el honor y el poder de eternidad a eternidad. Amén.

Las preguntas fueron formuladas por René Malgo y son ficticias. Las respuestas proceden (ligeramente adaptadas lingüísticamente y resumidas) de tres prédicas de Basilio de Cesarea (+379): sobre la codicia, una hambruna y el joven rico. Biblioteca de los patriarcas, unifr.ch/bkv; puesto a disposición por el Dr. Gregor Emmenegger, Departamento para Patrística e Historia Eclesiástica.
• Aquí en realidad habla todas las veces de un caballo, en aquel tiempo, un símbolo de estatus similar al automóvil en la actualidad.

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