
Sobre donación de órganos
Un muchacho declarado clínicamente muerto despierta justo antes de la planificada extracción de sus órganos… y confirma con eso lo que las Sagradas Escrituras dicen sobre vida y muerte.
Y repentinamente, se desató de nuevo la discusión sobre la donación de órganos. Fue así porque en los EE.UU., el despertar repentino de una persona declarada clínicamente muerta causó sensación: un accidente le causó una grave fractura de cráneo a Trenton McKinlay, de 13 años de edad. Cuando él llegó al hospital, ya era considerado muerto desde hacía 15 minutos. Los médicos diagnosticaron muerte cerebral. Los padres decidieron donar los órganos del muchacho. Le pusieron máquinas de soporte vital para poder preparar el trasplante. No obstante, un día antes de extraerle los órganos, se activaron otra vez las ondas cerebrales, y en los días subsiguientes, Trenton poco a poco recobró la conciencia. De esto informó, entre otros, Welt Online el 7 de mayo de este año.
Cristo dice: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio” (Mt. 5:21).
La extracción de órganos, por ejemplo de riñón, médula ósea o donación de sangre, no presupone la muerte del donante; se trata de una donación en vida que, según nuestro parecer, pertenece al área de lo moralmente justificable. Pero, ¿cómo es en el caso de órganos que presuponen la “muerte” del donante, mientras que los órganos deben estar vivos? Para eso, la persona considerada clínicamente muerta es mantenida con vida artificialmente, para poder extraer sus órganos.
La muerte cerebral, sin embargo, no puede ser equiparada con la muerte del cuerpo entero. Si bien en la muerte cerebral ya no hay actividad cerebral que se pueda medir, si la persona está verdaderamente muerta y ya no tiene sensaciones psíquicas, es difícil decir. En algunos casos, ya ha sido posible que mujeres embarazadas con muerte cerebral produjeran hormonas y dieran a luz un hijo. El neurólogo D. Alan Shewmon de la Universidad de Los Ángeles, California, demostró que 175 pacientes, en los que se había diagnosticado muerte cerebral, habían sobrevivido este resultado.
Recién cuando el corazón haya dejado de funcionar totalmente y ya no fluya sangre, se puede hablar de muerte real –pero entonces los órganos ya no reciben sangre y por eso no pueden ser usados (cp. Lv. 17:11; 17:14; Dt. 12:23). Y por eso se mantiene al moribundo con vida hasta que se pueda extraer sus órganos; pero justamente a través de esta extracción la persona es muerta, y eso a pesar de que no esté realmente muerta todavía. Por eso la donación de órganos por un lado puede salvar vidas, pero por el otro lado se aniquila una vida.
Cuando una donación de órganos ha sido realizada con éxito, el beneficiario de por vida debe tomar medicamentos caros, porque la reacción natural del cuerpo es la de rechazar el órgano implantado; este mecanismo natural de defensa es vencido por medio de los medicamentos.
Hay países en los cuales, para una extracción de órganos se le da una anestesia al clínicamente muerto. ¿Por qué? ¿Porque la persona no está realmente muerta, y capaz que podría ser…?
No queremos juzgar de manera general, pero sí llamar a cada uno a examinar y a decidir con base en argumentos medicinales y morales, y sobre todo con base en las declaraciones de la Palabra de Dios, cuál debe ser su decisión en cuanto a una donación de órganos.