¡Sé un faro de bendición!

Govert Roos

Durante estos meses de crisis sanitaria, un querido hermano en Cristo me mandaba regularmente unos breves video­mensajes grabados por él. Cada uno de ellos era concluido con la siguiente invitación: «¡Sé un faro de bendición!». Me gustó mucho esta frase, pues corresponde al llamado del Señor Jesús en el sermón del Monte: «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (Mt. 5:14-16).

Viví hasta los dieciocho años en los Países Bajos, en Scheveningen. En esa época, se trataba de un pueblo de pescadores, pero hoy forma parte de La Haya. A unos ciento cincuenta metros de mi casa, se levantaba un faro en la costa del mar del Norte. En la noche, observábamos los haces de luz de su lámpara.

Un faro es algo especial y muy importante para la navegación. Aunque existen hoy medios digitales que ayudan en esta tarea, los que hacen menos esencial la función del faro, de todas formas no pueden sustituir por completo su luz y señales, captadas a simple vista. Si en algún momento falla el gps, los aparatos electrónicos o la corriente, el faro se vuelve imprescindible para la seguridad del tránsito marítimo.

El faro de Scheveningen es de una altura de 30 metros y un alcance luminoso de unos 53 kilómetros. Indica el camino a los buques en situación de peligro, con el fin de que encuentren un puerto seguro. Cuando la niebla impide ver la luz, el faro enciende la sirena de niebla, produciendo un sonido penetrante. Muchas personas han sido salvadas gracias a la luz del faro o el sonido de la sirena.

Seamos, al igual que el faro, una luz y una señal clara en este mundo oscuro. Dejémonos usar por nuestro Señor, permitamos que Él nos use para su causa, pues cuanto más lejos esté nuestra sociedad de Dios, tanto más necesarios son estos «faros de bendición» humanos. ¡El campo misionero comienza al salir de la puerta de casa!

Pablo lo expresó de esta manera en Filipenses 2:15: «[…] para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo». 

Jesús no nos invita a ser luces del mundo, sino que nos dice que ya lo somos. No necesitamos esforzarnos para brillar, sino tan solo cuidar que la luz que brilla en nosotros no sea cubierta, tapada ni escondida. El Señor nos dé su gracia para esto.

¡Sé un faro de bendición!

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