
Se ha vuelto silencioso, muy silencioso
Todo se ha vuelto silencioso, muy silencioso… Hace no mucho tiempo, podía ajustar mi reloj con los grandes aviones comerciales que, en su maniobra de aterrizaje, sobrevolaban, durante un corto lapso de tiempo, nuestras oficinas.
Se ha vuelto silencioso, muy silencioso… Cada mañana los informes de tránsito reportaban múltiples embotellamientos –ahora no se nos informa de ninguno–. Los vehículos se trasladan sin problema por toda Suiza.
Se ha vuelto silencioso, muy silencioso… La estación central de Zúrich está vacía, pocas personas se apresuran por sus pasillos.
Salmos 76:8 dice: “Desde el cielo, diste a conocer tu veredicto; y la tierra, toda asustada, se quedó en silencio”. Al citar este versículo no pretendo interpretar la situación actual como un juicio divino aunque, sin duda, Dios nos está hablando. Él permite que casi todas las naciones del mundo sufran el mismo problema, sin importar si son ricas o pobres.
En esta “corona-crisis” pueden hallarse algunos aspectos interesantes. Mencionaré dos de ellos. En primer lugar, en la primera venida del Señor Jesús, cuando estaba por nacer en Belén, todas las personas viajaban hacia sus casas. En Lucas 2:3, leemos: “E iban todos para ser empadronados, cada uno a su ciudad”. Algo similar sucede hoy: cada uno debe estar en su hogar. Hasta fines de marzo, Suiza hizo inmensos esfuerzos por devolver a su país a unos 1 700 residentes. El diario Neue Zürcher Zeitung (Nuevo Periódico de Zúrich) informó acerca de las históricas políticas de repatriación que había generado la “corona-crisis”. El Gobierno suizo fletó aviones adicionales para traer a casa a los ciudadanos varados en el exterior, acción que llevan a cabo muchos países.
¿Cuándo nos llevará nuestro Señor a casa? No sabemos cuándo vendrá, pero sí que ocurrirá. Casi se oyen Sus pasos… Los acontecimientos que nos rodean y sus paralelismos con la Biblia deberían sacudirnos, despertarnos, agudizar nuestra sensibilidad en lo que respecta a la venida de Jesucristo.
Por otro lado, en mi país se está intentando mandar a los niños a las guarderías lo antes posible. Esto hace parte fundamental de nuestro sistema económico. Hace unos meses, tuve una conversación con un conocido (no creyente). Me contó emocionado cómo su hijito de seis meses crecía y lo lindo que era. Decía que lo mejor de todo era que tanto él como su esposa no tuvieron que modificar en nada su vida: salían, concurrían a fiestas, se iban de excursión, además de otro tipo de actividades. Le pregunté con asombro si siempre llevaban al bebé con ellos. “No, no”, respondió. “Él está en la guardería, con supervisión externa”. ¿No es triste?
Sin embargo, ¿qué sucedió en esta crisis epidemiológica? Es irónico que, en cierta medida, por orden del mismo Estado, tengan que estar todos los niños en casa al cuidado de sus padres. Dios nos muestra cuál es el justo orden de las cosas.
Dios nos está hablando por medio de esta crisis. ¿No es un llamado del Señor en el silencio, no es Su gracia que nos muestra la fragilidad de lo que nos parecía seguro? ¿Lo oímos, lo entendemos, lo reconocemos? Nuestra seguridad está en Él, en Su Palabra y en la promesa de que vendrá otra vez. Por eso, “[…] cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca” (Lc. 21:28).