Reflexiones en un viaje a Israel

Norbert Lieth

Estamos en el Monte de los Olivos con vistas a Jerusalén. Por la mañana tuvimos un devocional sobre Romanos 5:5: “y la esperanza no avergüenza (…)”. Es en este lugar donde recordamos la esperanza que tenemos con vistas al futuro, ya que Jesús prometió volver. Un día, sus pies estarán en el monte de los Olivos, y la historia dará un gran giro —que será para salvación de Israel y de todas las naciones.

Visitamos el Muro de los Lamentos (el Muro Occidental del monte del Templo). Día y noche se llena la explanada de judíos religiosos que oran aquí. Están literalmente frente a un muro; y observándolos, pensaba: ¡cuánto más fácil sería el camino a través de Jesús! Él quitó el muro, en Él hay salvación, Su nombre es la garantía de ser escuchado. “Con mi Dios asaltaré muros” (Sal. 18:29). Yo también voy al muro y oro, pero lo hago en el nombre de Jesús.

Desde la destrucción por parte de los romanos, todavía hay muchas piedras alrededor del monte del Templo. Asombrados, nos situamos frente a estos testigos del tiempo, y el guía turístico nos explica con qué espantosa exactitud se cumplieron las palabras del Señor: “De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada” (Mt. 24:2). 

Ahora estamos en Getsemaní. Aquí estuvo Jesús en la noche anterior a su muerte en la cruz. Recordamos sus lágrimas, su angustia, pero sobre todo su entrega a la voluntad del Padre. Jesús estuvo dispuesto a beber la copa del sufrimiento para redimir a un mundo perdido. Fue vendido para rescatarnos. Se dejó llevar preso para liberarnos. Pero ¡el final no fue su sufrimiento, sino su resurrección! La Tumba del jardín nos recuerda esto, y nos llenamos de gozo: la resurrección de Jesús es el hecho mejor atestiguado de la Biblia. 

Tres hermanos de nuestro grupo son bautizados en el río Jordán. En esta ocasión hablamos del capítulo 8 del libro de Hechos. Felipe, el evangelista, es llamado a descender a Gaza por un camino en el desierto. Allí se encuentra con un funcionario etíope, que está volviendo de Jerusalén desilusionado porque no ha encontrado la salvación que esperaba hallar en ese lugar. Está leyendo el capítulo 53 del profeta Isaías, pero sin entenderlo. Felipe le explica cómo este capítulo tiene que ver con Jesús, a lo que el etíope responde convirtiéndose, y se deja bautizar. Y luego, como nos relata la Biblia, “siguió gozoso su camino”.

Llegamos a Nazaret, el lugar donde creció Jesús. Allí, en la sinagoga, leyó las conocidas palabras de Isaías 61: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor” (Lc. 4:18-19). Y luego declaró a los oyentes: “Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros”.

Nos dirigimos hacia el norte, a Cesarea de Filipo, a las fuentes de Banias, de las que brota el río Jordán. En el pasado, los paganos creían que allí reinaba el dios Pan, el dios griego de los pastores. También se pensaba que este lugar era la entrada al infierno. Fue en este sitio donde Jesús preguntó a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16:15-16). El Señor entonces alabó a Pedro y le dijo, entre otras cosas: “(…) tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (v. 18).

Dicho sea de paso, del nombre del dios griego Pan deriva la palabra “pánico”. Se cuenta en la mitología que, cuando aparecía Pan, los rebaños entraban en pánico. Jesús, al contrario, nos libra del pánico, y hace volver la paz y la calma a nuestras vidas.

El mar de Galilea se encuentra intacto como hace 2000 años. Aquí le gustaba quedarse a Jesús, y también es aquí donde tuvieron lugar la mayoría de sus milagros. Pero la región que no quiso escucharlo, a pesar de ver sus obras, fue alcanzada por el juicio. Nos quedamos asombrados ante las ruinas de Capernaum y reflexionamos sobre las palabras de Jesús en Mateo 11:21-24. 

Jope (Jaffa) está situada a orillas del mar Mediterráneo. Aquí Pedro fue preparado para el encuentro con el centurión romano Cornelio, que se convirtió con toda su familia. A partir de ahí, el Evangelio se extendió cada vez más hacia el Oeste, y finalmente, llegó a Europa. 

Estando en pleno viaje, me llega un mensaje citando al autor cristiano Peter Hahne: “Quien recorre la tierra de Israel con los ojos abiertos, se dará cuenta de que la Biblia tiene razón”.

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