¿Qué debemos opinar de la “ocupación” de Israel?

Paul Wilkinson

Gran parte del mundo cree que Israel ha ocupado tierras que antes pertenecían a los palestinos y que la ocupación continúa, confiscando terrenos de cultivo de propiedad familiar y destruyendo los hogares de las familias. ¿Qué hechos demostrables hay que apoyen esta “ocupación” y las afirmaciones de opresión política y étnica moderna?

En la larga y oscura noche del Holocausto, el distinguido abogado judío de origen alemán Ernst Frankenstein, suplicó a la humanidad que “pusiera fin a la tragedia del pueblo judío”. Su libro de 1943 Justice for My People: The Jewish Case (Justicia para mi pueblo: el caso judío) fue “un grito del corazón de un hombre muy tranquilo”, un grito que despertó el anhelo secular de su pueblo por su patria:

“Para los judíos, Palestina no es solo un país. Es la único territorio en el mundo que realmente importa. Después de que les fuera dada según la promesa de Dios, después de que regresaran allí del cautiverio babilónico, después de que los grandes líderes macabeos trajeran la liberación, después de que la lloraran durante 18 siglos, y después de que fuera el destino de todos sus sueños y esperanzas, ya no puede separarse de la vida del pueblo judío. El pueblo puede existir en otras tierras —como lo hizo durante los muchos siglos de dispersión. Pero solo vivirá en Palestina”.

Jugando a un juego con Israel
En 2013, en el festival anual Greenbelt de Inglaterra, la organización humanitaria cristiana Embrace the Middle East lanzó un gigantesco juego interactivo de suelo Occupation – a Game of Life. “Tira los dados, pasa el puesto de control y date cuenta de lo que significa vivir bajo la ocupación israelí”, era la invitación para todas las edades. Greenbelt es conocida por su postura antiisraelí. Los creadores del juego opinan:

“No hay ninguna referencia al pueblo judío, ni siquiera al Estado judío de Israel, que es por supuesto la potencia ocupante. Nos limitamos a mostrar a los asistentes al festival de Greenbelt las injusticias e indignidades cotidianas de una ocupación. No hay nada remotamente antisemita en esta obra”.

El mismo tipo de lógica y negación caracteriza también al Consejo Mundial de Iglesias (CMI), la mayor organización ecuménica de la cristiandad. En 2002, lanzó su campaña “Poner fin a la ocupación ilegal de Palestina: apoyar una paz justa en Oriente Medio”. Esta campaña pretendía movilizar a sus miembros y coordinar una respuesta cristiana a la cuestión palestino-israelí. En su esfuerzo por trabajar para poner fin a la supuesta ocupación, el CMI ha respaldado desde entonces —junto con las principales denominaciones protestantes como la Iglesia Metodista Unida y la Iglesia Presbiteriana (EE. UU.) — el movimiento mundial BDS (Boicot, Desinversión, Sanciones) y ha alentado el boicot v e hizo un llamamiento al boicot de los bienes producidos “en los asentamientos ilegales israelíes de los territorios ocupados”. Los evangélicos, normalmente considerados amigos de Israel, lideran el frente espiritual, respaldando a los enemigos mortales de Israel y difundiendo sus propias acusaciones contra Israel a través de libros, blogs, sitios web, entrevistas, peticiones, conferencias, redes sociales, manifiestos, ONGs (organizaciones no gubernamentales) y resoluciones confesionales. Utilizando términos como ocupación, genocidio, limpieza étnica, robo de tierras, crímenes de guerra y segregación racial, han escogido a Israel para su condena, mientras guardan un extraño silencio sobre países como China, Corea del Norte, Rusia, Siria, Irán, Arabia Saudita y Pakistán.

Un ejemplo adecuado es el periodista británico Ben White, que a menudo se puede encontrar en conferencias que apuntan a Israel. En su libro de 2018, Cracks in the Wall: Beyond Apartheid in Palestine/Israel (Grietas en el muro: más allá del apartheid en Palestina/Israel), White se refiere a “Israel y el territorio palestino ocupado” y lo describe como “un área que se ha transformado gradual pero innegablemente en un único régimen de apartheid durante las últimas cinco décadas”. White es partidario del movimiento BDS y de otras campañas como la Semana del Apartheid Israelí. En enero de 2014, el entonces primer ministro canadiense, Stephen Harper, denunció públicamente el movimiento BDS y las reivindicaciones de apartheid como “espantosas”, “absolutamente maliciosas”, una “mutación de la vieja enfermedad del antisemitismo”, así como un intento de “hacer que la vieja intolerancia sea aceptable para una nueva generación”.

En este artículo examinaremos la acusación de ocupación. En Occidente, esta palabra se utiliza generalmente para referirse a la conquista por Israel de “Cisjordania” y la Franja de Gaza durante la Guerra de los Seis Días en junio de 1967. Sin embargo, el académico israelí Efraim Karsh señala que el mundo árabe siempre ha equiparado la ocupación con la propia existencia de Israel. Durante la infame Conferencia Mundial contra el Racismo celebrada en Durban en 2001 —en la que se demonizó a Israel—, el representante oficial de la OLP, Hanan Ashrawi, habló de la huida de cientos de miles de palestinos de sus hogares cuando se estableció el moderno Estado de Israel: “En 1948 fuimos sometidos a una grave injusticia histórica… Los que quedaron atrás fueron víctimas de la opresión sistemática y la crueldad de una ocupación inhumana que les privó de todos sus derechos y libertades”.

San Remo, el Mandato y el Derecho Internacional
En su importante obra sobre los derechos de los judíos en la tierra, el abogado Howard Grief (1940-2013) designó el 24 de abril de 1920 como el día en que el Consejo Supremo de las Potencias Aliadas (Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón) “transformó la Declaración Balfour en derecho internacional vinculante”. 

La ocasión fue su conferencia en el Castello Devachan de San Remo, Italia.

La Declaración Balfour fue una declaración política realizada por el Gobierno británico el 2 de noviembre de 1917 bajo David Lloyd George como Primer Ministro y Arthur Balfour como Ministro de Asuntos Exteriores. El Gobierno se comprometió a permitir que el pueblo judío estableciera un hogar nacional. La declaración recibió el apoyo público de los aliados británicos, especialmente Estados Unidos, Francia e Italia. Para los implacables enemigos de Israel, es un hecho histórico incómodo que también encontrara el apoyo del emir Faisal bin Hussein, hijo de Hussein bin Ali, el sharif de La Meca y rey del Hiyaz (parte de la actual Arabia Saudita). Durante la Conferencia de Paz de París de febrero de 1919, que estableció los términos de la paz tras la Primera Guerra Mundial, Faisal encabezó una delegación árabe que incluía al coronel británico Thomas E. Lawrence (“Lawrence de Arabia”). Sin embargo, ¡las reivindicaciones territoriales árabes de la delegación respecto al derrotado y fragmentado Imperio Otomano no incluían Palestina! Por el contrario, en una carta a Felix Frankfurter de la delegación sionista fechada el 3 de marzo de 1919, Faisal expresó su apoyo a un hogar nacional judío en Palestina:

“Nosotros los árabes, especialmente los educados entre nosotros, vemos el movimiento sionista con la mayor simpatía. Nuestra delegación aquí en París conoce perfectamente las propuestas que la Organización Sionista presentó ayer a la Conferencia de Paz, y las consideramos apropiadas y correctas. En la medida en que dependa de nosotros, haremos todo lo posible para llevarlas a cabo. Deseamos a los judíos una cordial  bienvenida a casa”.

Desgraciadamente, los árabes palestinos no se adhirieron. No obstante, el Consejo Supremo de las Potencias Aliadas completó el trabajo iniciado en París y otorgó a Gran Bretaña el mandato para administrar Palestina y Mesopotamia (Irak) y a Francia el mandato para Siria y Líbano.

La redacción del preámbulo del Mandato de Palestina dice que Gran Bretaña es “responsable de poner en práctica la declaración hecha originalmente el 2 de noviembre de 1917” para conceder derechos políticos a los judíos y garantizar al mismo tiempo los derechos civiles y religiosos de los demás habitantes de Palestina. Además, el Consejo declaró que “esto reconoce la conexión histórica del pueblo judío con Palestina y las razones para la restauración de su hogar nacional en esa tierra”. No se reconoció una conexión histórica de los árabes con Palestina; no se estableció ninguna disposición especial para los árabes como pueblo, aunque constituían la mayoría.

Además, los derechos políticos concedidos a los judíos no se limitaban a los que vivían en Palestina en aquel momento; a los judíos de todo el mundo se les concedía libertad de inmigración. Sin embargo, el aspecto más destacable del preámbulo era la frase “restauración de su hogar nacional”, una elección de palabras casi idéntica a la de un primer borrador de la Declaración Balfour. La intención del Consejo era clara: no contemplaban el surgimiento de algo nuevo, ¡sino la restauración de lo que una vez había sido! Chaim Weizmann, que encabezó la delegación sionista en París y también estuvo presente en San Remo, describió el acontecimiento como “el acontecimiento político de mayor alcance en toda la historia de nuestro movimiento y… en toda la historia de nuestro pueblo desde el exilio”.

Mapas y fronteras bíblicas
En la conferencia de San Remo, David Lloyd George propuso que los límites de la nación judía se basaran en la frase bíblica “de Dan a Beerseba”. Presentó un mapa del Atlas de Geografía Histórica de Tierra Santa de George Adam Smith, que mostraba los límites de la tierra en tiempos de David y Salomón. El Consejo aceptó en principio la propuesta, que había sido aprobada por Francia en la Conferencia de Londres dos meses antes. En diciembre del mismo año, fue ratificada por la Convención franco-británica, que estableció oficialmente las fronteras entre los territorios del Mandato. El Mandato de Palestina entró finalmente en vigor el 29 de septiembre de 1923. El 3 de diciembre de 1924 se firmó en Londres la Convención Anglo-Americana, en la que Estados Unidos —no miembro del Consejo Supremo de las Potencias Aliadas— aceptaba oficialmente el Mandato.

Según el Mandato, los árabes recibieron “la mayor proporción” de los territorios otomanos liberados, “una superficie dos veces mayor que la de Estados Unidos”. Los judíos, en cambio, nunca recibieron lo que se les había prometido. Debido a los inestables acontecimientos en Siria en 1921, la Sociedad de Naciones concedió a Gran Bretaña en septiembre de 1922 excluir del Mandato de Palestina la zona al este del Jordán y crear en su lugar el nuevo Emirato Árabe de Transjordania bajo la administración de Abdullah bin Hussein, hermano de Faisal. Transjordania consistía en el 77% del territorio originalmente destinado al hogar nacional judío. El territorio destinado a los judíos se redujo aún más por la Resolución de Partición 181 (II), aprobada por la Asamblea General de la ONU el 29 de noviembre de 1947 —e incluso eso fue rechazado por los árabes, que posteriormente declararon la guerra a los judíos en Palestina.

Así pues, cualquier protesta del mundo árabe contra la Declaración Balfour y el Mandato de Palestina no solo es incoherente e ilógica, sino también “un acto de la mayor ingratitud hacia sus benefactores, que sufrieron tremendas pérdidas humanas y materiales [durante la guerra]”. Esta opinión también se reflejó en el informe independiente de la Comisión Real Británica sobre Palestina (Comisión Peel) de 1937, que declaró: “Del mismo modo que la Declaración Balfour contribuyó a la victoria aliada, también ayudó a la liberación de todos los países árabes del dominio de los turcos”. Según Victor Cavendish, sucesor de Winston Churchill como Secretario Colonial británico, “los árabes en su conjunto… consiguieron una libertad con la que no habían soñado antes de la guerra”.

Un acuerdo sagrado
Jacques Gauthier, abogado internacional especializado en derechos humanos y asesor jurídico de los Gobiernos de Canadá, Francia, España y México, sostiene firmemente que la cuestión de la soberanía sobre Palestina quedó resuelta de una vez por todas en San Remo. La resolución adoptada por los Aliados estaba en perfecta conformidad con el artículo 22 del Acuerdo de la Sociedad de Naciones firmado en la Conferencia de Paz de París en junio de 1919. Este artículo estipulaba que al otorgar un mandato, la Sociedad de Naciones se obligaba a un “acuerdo sagrado” que no se veía afectado por la disolución de la Sociedad de Naciones en 1946 ni por la renuncia británica al mandato en 1948. Cuando Egipto ocupó (y posteriormente se anexionó) Gaza y Jordania, Judea y Samaria, en la Guerra de Independencia de 1948, no recibió ni título legal sobre estos territorios ni reconocimiento de soberanía por parte de las Naciones Unidas.

Aquí entran en juego otros dos principios del Derecho internacional: los de “derechos adquiridos” y “estoppel”. El principio de los derechos adquiridos, recogido en la Convención de Viena sobre el Derecho de los Tratados (23 de mayo de 1969), garantiza que todos los derechos otorgados previamente por un tratado están asegurados en cualquier Estado. Posteriormente, el principio de preclusión preserva estos derechos de la derogación por parte de las naciones que originalmente fueron parte en dichos tratados. Como dejó claro Howard Grief en su importante obra:

“Una vez que el derecho internacional, en la forma de la Resolución de San Remo, ha reconocido que la soberanía legítima sobre todas las regiones de la Palestina histórica y la Tierra de Israel corresponde al pueblo judío, a partir de entonces ni el Consejo Supremo de las Principales Potencias Aliadas ni el Consejo de la Sociedad de Naciones ni su sucesor, las Naciones Unidas, pueden anular o modificar la soberanía judía mediante una nueva decisión. El legítimo título o propiedad de Palestina ha sido conferido permanentemente al pueblo judío… En lo que respecta a la Sociedad de Naciones, nunca tuvo derecho en su acuerdo a privar al pueblo judío de su soberanía sobre ninguna parte de Palestina… Tampoco las Naciones Unidas tienen este derecho en su Carta. Si una de estas organizaciones tuviera realmente tal derecho con respecto a Palestina y al territorio de Israel, la soberanía de cada Estado del mundo sobre su propio territorio estaría en peligro… No se puede considerar adecuadamente la importancia de la decisión de San Remo sobre Palestina… Es nada menos que el documento fundacional del Estado de Israel.”

Si aplicamos todo esto a la Guerra de los Seis Días de 1967, podemos concluir que Israel no ocupó ilegalmente ningún territorio. Más bien, territorios que ya pertenecían a los judíos en virtud de derechos adquiridos fueron reocupados o reclamados como parte de su patria nacional. Por lo tanto, desde el punto de vista del derecho internacional, la “Línea Verde” trazada en 1949, las resoluciones adoptadas por la ONU o lo que los políticos prediquen desde sus tribunas parlamentarias no cuentan: el asunto quedó zanjado en la Riviera italiana en abril de 1920. Pero desde un punto de vista bíblico, ¡esto ocurrió hace mucho tiempo!

El mandato divino
Antes de que los israelitas cruzaran el Jordán y entraran en la Tierra Prometida, Dios dijo a Moisés: “Envía tú hombres que reconozcan la tierra de Canaán, la cual yo doy a los hijos de Israel;” (Nm. 13:2). De este modo, la tierra les fue entregada antes de que la tomaran, y por la máxima autoridad que también tenía el derecho final de hacerlo. Cuando los exploradores regresaron de su patrulla de reconocimiento de 40 días, Caleb declaró: “Subamos luego, y tomemos posesión de ella; porque más podremos nosotros que ellos” (V. 30). La confianza de Caleb no se basaba en la fuerza de los ejércitos israelitas, sino en el poder y la promesa del Dios de Israel. Aunque ya había gente viviendo en la tierra de Canaán, la orden de Dios era clara: 

“Mirad, yo os he entregado la tierra; entrad y poseed la tierra que Jehová juró a vuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, que les daría a ellos y a su descendencia después de ellos” (Dt. 1:8; cf. 6:18; 8:1; 26:1).

La Escritura nos dice que Dios “…de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación” (Hch. 17:26). Como Dios declaró por medio del profeta Jeremías, yo “y la di [la tierra] a quien yo quise” (Jer. 27:5-6; cf. Sal. 24:1). En cuanto a la tierra de Canaán, el Señor declaró inequívocamente: “…porque la tierra mía es” (Lv. 25:23; cf. 2 Cr. 7:20; Jer. 2:7; Ez. 38:16; Jn. 4:2). En Génesis aprendemos que Dios hizo una alianza eterna con Abram y sus descendientes. Sobre la base de este pacto determinó dónde debían establecerse: “Y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua” (Gn. 17:8). Además, en Deuteronomio  se nos dice que Yahvé dio la tierra a los israelitas desposeyendo a los cananeos —esto vino de Dios, no de Israel:

“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones, …y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas derrotado, las destruirás del todo; …Jehová tu Dios, él pasa delante de ti; él destruirá a estas naciones delante de ti, y las heredarás” (Dt. 7:1-2; 31:3).

El salmista se alegró de que Dios expulsara a los cananeos de su territorio: “Tú con tu mano echaste las naciones, y los plantaste a ellos; Afligiste a los pueblos, y los arrojaste” (Sal. 44:2). En su comentario sobre este Salmo, Charles Spurgeon nos dio las siguientes ideas: “Canaán no fue conquistada sin los ejércitos de Israel, pero es igualmente cierto que la tierra no fue conquistada por ellos. El Señor fue el conquistador y el pueblo el instrumento en su mano”. Por su parte, cuando los israelitas fueron desposeídos por los babilonios, el Señor aseguró enfáticamente a su pueblo exiliado que algún día regresarían: “Y yo las sacaré de los pueblos, y las juntaré de las tierras [¡no solo de Babilonia!]; las traeré a su propia tierra… He hablado por cierto en el fuego de mi celo contra las demás naciones, y contra todo Edom, que se disputaron mi tierra. …Mas vosotros, oh montes de Israel, daréis vuestras ramas, y llevaréis vuestro fruto para mi pueblo Israel; porque cerca están para venir… Mi pueblo Israel; y tomarán posesión de ti, y les serás por heredad… Y yo os tomaré de las naciones, y os recogeré de todas las tierras, y os traeré a vuestro país… y os traeré a la tierra de Israel… os haré reposar sobre vuestra tierra… He aquí, yo tomo a los hijos de Israel de entre las naciones a las cuales fueron, y los recogeré de todas partes, y los traeré a su tierra. … Habitarán en la tierra que di a mi siervo Jacob, en la cual habitaron vuestros padres; en ella habitarán ellos, sus hijos y los hijos de sus hijos para siempre… cuando después de haberlos llevado al cautiverio entre las naciones [¡no solo a Babilonia!], los reúna sobre su tierra, sin dejar allí a ninguno de ellos” (Ez. 34:13; 36:5, 8, 12, 24; 37:12, 14, 21, 25; 39:28).

Antes de que existiera la ley de las naciones, existía la ley de Dios; y antes de que existiera el mandato palestino de la Sociedad de Naciones, existía un mandato de Dios que nunca ha sido revocado y que no puede ser revocado. El apóstol Pablo lo resumió así: “Pues os digo, que Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión para mostrar la verdad de Dios, para confirmar las promesas hechas a los padres, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por su misericordia, como está escrito: Por tanto, yo te confesaré entre los gentiles, Y cantaré a tu nombre” (Ro. 15:8-9).

Retorno y no ocupación
Israel es acusado de muchos crímenes por los árabes, las Naciones Unidas y un creciente movimiento dentro de la Iglesia para imponer un sistema teológico sobre la Biblia que reinterpreta y redefine las promesas de tierras a Israel. Este artículo ha analizado la acusación de ocupación y ahora termina con un extracto de una notable entrevista que se emitió en la televisión kuwaití en noviembre de 2017, una que provocó una verdadera tormenta de protestas en todo el mundo árabe. Ante el asombro del presentador y otros invitados del estudio, el escritor kuwaití Abdullah Al-Hadlaq declaró que Israel es un Estado legítimo ¡y citó el Corán para apoyar su afirmación! El siguiente extracto procede de una transcripción facilitada por el Middle East Media Research Institute (Instituto de Investigación de los Medios de Comunicación en el Oriente Medio, MEMRI, por sus siglás en inglés.):

“Israel es un Estado independiente y soberano. Existe y tiene una sede en las Naciones Unidas, y la mayoría de los países amantes de la paz y democráticos lo reconocen… Israel es un Estado y no una organización terrorista… Ha recibido su legitimidad de las Naciones Unidas… Mi colega ha calificado a Israel de ‘entidad ladrona’, pero esto se puede refutar tanto desde el punto de vista religioso como político… Desde un punto de vista religioso, el Corán demuestra en el versículo 5:19-20 que los israelitas tienen derecho a la Tierra Santa. Alá dice: ‘Y cuando Moisés dijo a su pueblo… Oh pueblo mío, entrad en la Tierra Santa que Alá os ha destinado’. Así pues, Alá les dio la tierra; no la tomaron sin más. La entidad ladrona son los que estaban allí antes de la llegada de los israelitas… El hecho de que yo sea árabe no debería impedirme reconocer a Israel. Reconozco a Israel como Estado y como realidad sin negar mi identidad y afiliación árabes… No hay ocupación. Hay un pueblo que regresa a su Tierra Prometida… ¿Es usted consciente de que la historia de los israelitas es antigua y anterior al Islam? Por lo tanto, los musulmanes debemos reconocer que los israelitas tienen derecho a esta tierra y que no les fue robada… Cuando se fundó el Estado de Israel en 1948, no existía un Estado llamado “Palestina”. Simplemente no existía. Había diferentes comunidades en tierras árabes. Se les llamaba “cananeos”, “amalequitas” y con muchos otros nombres. El versículo 5:21 del Corán dice incluso: “Allí vive un pueblo tiránico”. Algunos los llamaban ‘Jabarin’. Por lo tanto, no existía un Estado llamado “Palestina”. Insisto en ello… El régimen persa [Irán] se jacta de haber ocupado cuatro capitales árabes y de que pronto ocupará la quinta. ¿Ha dicho Israel alguna vez algo parecido? ¿Se ha jactado de haber ocupado algo? No, porque nunca ha ocupado nada. Israel ha entrado en su propia tierra”.

La presencia de Israel en Tierra Santa es, pues, un retorno y no una ocupación. Esto es exactamente lo que nos dicen los hechos históricos y bíblicos. ¿Estamos dispuestos a escucharlos?

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