Primavera: la manifestación de la vida nueva

Norbert Lieth

Aquí en Suiza estamos en medio de la hermosa estación de primavera. Por todos lados renace la vida, las flores nos alegran con sus colores vivos, los bosques y las praderas se visten de un verde fresco, y los terneros saltan de felicidad por los campos. El canto de las aves se escucha desde la madrugada: un concierto de la naturaleza que da gracias a Dios por la vida.

Este mes celebramos la fiesta de Pentecostés, la nueva vida espiritual: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros” (1 Pedro 1:3-4).

La Iglesia nació en Pentecostés como un cuerpo en desarrollo de hombres y mujeres de todas las naciones, que recibieron la salvación y la vida eterna: “…siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre” (1 Pedro 1:23).

No obstante, esta estación me hace pensar también en el resurgimiento de Israel. Cuando Ben-Gurión proclamó en Tel Aviv la independencia del Estado de Israel, dijo: “Durante dos mil años hemos esperado esta hora. Ahora ha llegado. Cuando se cumple el tiempo, nada puede resistirle a Dios”.

Tel Aviv significa ‘la colina de la primavera’. Tel designa muchas veces a los antiguos cerros arqueológicos, mientras que aviv señala la estación primaveral, aludiendo a algo nuevo, emergente o brotando. En resumidas cuentas, Tel Aviv significa “Tierra vieja y nueva”. Vieja, porque existía desde hace muchos siglos, aunque luego de la guerra de los judíos el pueblo se dispersó por todas las naciones; y nueva, porque después de casi diecinueve siglos los judíos volvieron a unirse para la formación de un nuevo Estado.

La higuera que se había secado ha vuelto a existir (Marcos 11:11 y ss.; 13:28 y ss.). Sin embargo, todavía sufre la sequía. Según entiendo, sus ramas se harán tiernas y le crecerán hojas en el tiempo final, cuando muchos israelitas depositen su fe en el Mesías, un evento simbolizado por el verano (Mateo 24:32). Ciento cuarenta y cuatro mil judíos serán sellados (Apocalipsis 7). Ellos serán las primicias y otros los seguirán (Apocalipsis 14:4). Dos testigos en Jerusalén proclamarán el mensaje de Dios (Apocalipsis 11). A través de acontecimientos asociados a estos, más personas creerán en el Hijo de Dios (Apocalipsis 11:13). Entonces estará por irrumpir el Reino mesiánico (Apocalipsis 11:15 y ss.). Muchos de los nuevos creyentes darán su vida por Yeshúa (Apocalipsis 12:11-12), mientras que parte de los creyentes de Israel encontrarán un refugio en el desierto para esconderse del dragón (Apocalipsis 12:13 y ss.). El Evangelio eterno será predicado a los moradores de la Tierra (Apocalipsis 14:6). La misma generación que será testigo de todas estas cosas, viendo cómo la higuera comienza a brotar, presenciará también el retorno de Jesucristo.

Un pasaje paralelo del Antiguo Testamento se refiere a esto: “Mas vosotros, oh montes de Israel, daréis vuestras ramas, y llevaréis vuestro fruto para mi pueblo Israel; porque cerca están para venir. Porque he aquí, yo estoy por vosotros, y a vosotros me volveré, y seréis labrados y sembrados. Y haré multiplicar sobre vosotros hombres, a toda la casa de Israel, toda ella; y las ciudades serán habitadas, y edificadas las ruinas […]. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ez. 36:8-10, 26).

- El gran objetivo es que Israel vuelva a ser fructífero (v. 8).

- Todo esto se relaciona con el regreso del Mesías (v. 9).

- Antes, las ciudades serán reconstruidas y habitadas (v. 10).

- Finalmente, el pueblo experimentará un nuevo nacimiento espiritual (v. 26).

La primavera es una hermosa estación, que no solo nos recuerda acontecimientos del pasado, sino también del futuro. Dios lo expresó de este modo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Ap. 21:5).

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