No olvides ninguno de sus beneficios

Steve Keller

Los pasados meses ha habido cambios significativos en muchas áreas de nuestras vidas. Podemos decir con razón que la situación sanitaria ha tenido una enorme influencia, mayormente no deseada, en cada aspecto de nuestro diario vivir. Al principio, pensábamos y esperábamos que se terminara pronto, pero luego fuimos entendiendo que debíamos acostumbrarnos a una «nueva normalidad», una con muchas restricciones e incertidumbres.

También nuestro trabajo en la obra misionera se vio afectado por estas nuevas circunstancias. Aunque pudimos retomar muchas de las actividades, lo hicimos bajo condiciones que no son fáciles de cumplir. Además, no tenemos ninguna seguridad a la hora de planificar a corto o a largo plazo, lo que puede causar preocupación y estancamiento en el ministerio.

Hace un tiempo, alguien llevaba una frase en su playera que llamó mi atención. Decía: «Soy demasiado bendecida como para sufrir estrés». Me hizo sonreír, pero luego me quedé meditando en esta afirmación. Recordando el Salmo 103, me pregunté: ¿en qué nos enfocamos cuando nos agobian las circunstancias, tal como ocurre en este tiempo?

El versículo 2 de este salmo dice: «Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios». ¿Acaso en tiempos favorables no olvidamos muchas veces que la bendición viene del Señor y, en tiempos malos, que Él nos ha bendecido antes?

No sé bajo qué circunstancias escribió David este salmo, aunque sí sabemos que se tomó el tiempo para enumerar los beneficios del Señor. Sin embargo, no se detuvo solo en esto, sino que dirigió su mirada hacia el futuro y describió el bien que el Señor le haría. Este tipo de confianza nos libera y alivia, pues nuestro Señor es el mismo que en aquel entonces. Aunque todo parezca inseguro a nuestro alrededor, Él es nuestra seguridad.

En Hechos 16, encontramos un maravilloso ejemplo de la actitud descrita en Salmos 103. A partir del versículo 23, leemos que Pablo y Silas, estando en grandes apuros, no permitieron que su situación les impidiera alabar a Dios. Estaban en la oscuridad del calabozo, con los pies en el cepo, y llegada la medianoche no fueron capaces de conciliar el sueño. De seguro, esta situación no les provocaba gran felicidad. Hubiese sido comprensible si estos hombres de Dios se hubiesen quejado y lamentado. Sin embargo, resolvieron hacer lo contrario. Como las circunstancias externas y la angustia que sentían no les permitían dormir, aprovecharon las oscuras horas de la noche en un funesto calabozo para alabar a Dios. La alabanza no solo fue escuchada por otros prisioneros, sino también por Dios, quien respondió por medio de un terremoto que permitió la liberación de sus siervos. Los acontecimientos culminaron en la conversión y bautismo del carcelero y su familia.

Sí, a pesar de la situación apremiante en la cual nos encontramos, nos enfocamos en las bendiciones de Dios y le agradecemos por ellas, seremos, como Pablo y Silas, un testimonio de Su gracia y herramientas del Señor para bendecir a los que nos rodean.

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