¡Míralo a Él!

Norbert Lieth

En Proverbios 6:6 leemos: “Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio”.

Sin duda alguna, el hombre tiene la posición más elevada de todas las criaturas, y la hormiga pertenece a los seres vivientes más pequeños. ¿Qué, pues, podremos aprender de ella?

En primer lugar, ciertamente nos llama la atención su dedicación. En el verano podemos observar cómo las hormigas trabajan incansablemente y de una manera bien organizada llevan y tiran sus cargas ayudándose mutuamente. En comparación con su tamaño, son muy fuertes, y en relación con su largo, muy rápidas. Los dos versículos siguientes en Proverbios 6 nos explican que las hormigas, a pesar de no tener ningún capitán, cooperan de manera perfecta juntando sus alimentos en las cosechas del verano. De la misma manera, la Iglesia de Jesús no tiene jefe encima de ella, sino que es guiada por el Espíritu Santo.

Ciertamente la mayoría de los cristianos son aplicados, fieles y confiables. Hacen su trabajo, cuidan a la familia y colaboran en su iglesia local. (Además, también son importantes los descansos. Las hormigas, por ejemplo, mantienen un tipo de hibernación). Sin embargo, la pereza nos acecha continuamente: pereza en la lectura bíblica, en la vida de oración o en la participación en las reuniones; pereza también en el compromiso espiritual. Corremos peligro de olvidar que todavía vivimos en el tiempo de la cosecha y que deberíamos participar en ella. Tendríamos que ayudar a edificar la Iglesia y a ganar almas para la Eternidad. La dejadez puede ser muy dañina si nos cansamos y desconcentramos en esto.

Como mostraron las investigaciones, la comunidad de hormigas funciona como un organismo. Ellas solo pueden sobrevivir en el grupo. Si uno de estos insectos por alguna razón pierde el contacto con su pueblo, está destinado a la muerte segura.

Los cristianos que se aíslan de los hermanos, abandonan la comunión de la congregación y siguen sus propios caminos, muchas veces se secan espiritualmente o caen en falsas doctrinas y sectas, se convierten en inadaptados y se marchitan.

Cada cristiano individual nace dentro de la Iglesia, como miembro del cuerpo de su Señor, y por lo tanto, necesita la comunión con otros creyentes. La confraternidad sirve para la edificación mutua y el fortalecimiento de la vida espiritual. 

Un antiguo guarda forestal me explicó cómo terminan las hormigas el período de hibernación. Cuando el sol primaveral calienta el hormiguero, los animales de las capas superiores se despiertan primero. Salen arrastrándose, se tumban encima del hormiguero y absorben el calor. Luego, ya calentadas por el sol, pasan a las capas inferiores, para que también las demás hormigas se calienten y despierten. 

Esta es también nuestra tarea como cristianos: calentarnos unos a otros, practicar el amor práctico y prestar ayuda. 

Proverbios 30:25 también dice que las hormigas no son un pueblo fuerte y, sin embargo, preparan su comida en verano —lo mismo ocurre con la Iglesia de Jesús. No es fuerte por sí misma, pero cuando se mantiene unida, con un mismo espíritu, puede mover montañas. Por tanto, debemos buscar la unidad y evitar la envidia, los celos y la discordia. No trabajemos unos contra otros, sino unos con otros y unos para otros, teniendo en mente el objetivo más elevado: Jesús.

Que los siguientes versículos de la carta a los filipenses nos desafíen a esto:

“Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Fil. 2:1-5).

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