
Lo que hace el coronavirus de nosotros… o lo que nosotros hacemos del coronavirus
Hice algunas observaciones entre nosotros los cristianos. Algunas de estas me hacen reflexionar, otras son razón de gozo. Ya ahora está claro: los meses pasados han hecho algo con nosotros y con nuestras iglesias, es más, lo siguen haciendo: El coronavirus ha dejado huellas profundas. Quiero presentar estas observaciones aquí a manera de bosquejo.
Observación 1: Se ve incertidumbre. Muchos hombre y mujeres en las congregaciones no saben qué pensar de las noticias constantes sobre peligros inminentes, números de casos, números de infecciones, restricciones, etc. ¿Qué es y qué no es cierto? La multitud de informaciones nos desborda rápidamente. Ellos siguen inseguros, prefieren quedarse en casa y seguir esperando. Así sucede semana tras semana.
Se ve miedo. Si bien el miedo no es un buen consejero, momentáneamente es aceptado por algunos como supuesta ancla segura. En algunas congregaciones eso ha hecho que se paralice la libertad y el gozo espirituales. El temor paraliza y finalmente lleva al entumecimiento. La libertad que tenemos en Cristo le da lugar a un tiempo de esclavitud por el miedo ante lo que podría venir.
Se ve repliegue. Una consecuencia del punto anterior. Varios hermanos se han retirado a su caparazón de caracol; Se quedan en casa todo el tiempo y se conforman con sus cuatro paredes, porque el contacto con otras personas de la congregación se ha cortado. ¡Con qué rapidez uno se acostumbra a esa condición! Un repliegue [retroceso, NdelT] es bastante rápido; por otro lado, un resurgimiento, un avance, de regreso es mucho más difícil. Existe el peligro real que el caparazón de caracol sea aceptado por un tiempo largo y se convierta en un hábito nuevo.
Se observa desánimo. El desaliento comienza con pensamientos negativos. Rumiar las circunstancias –las especificaciones de los ministerios de salud, etc.– rápidamente nos lleva a problemas. Muchas actividades o proyectos comenzados tuvieron que ser congelados. ¿Continuarán? Unos cuantos trabajos misioneros laboriosos se desintegraron en el correr de unas pocas semanas. Las personas ganadas con esfuerzo se alejan. Ellos no vienen más, aún cuando las restricciones fueron flexibilizadas, y luego, con muchas actividades, se debe comenzar de cero.
Se ve desacuerdo. Responsables de congregaciones y ancianos se encuentran ante desafíos enormes, por un lado para tomar en cuenta las especificaciones del Estado y, por el otro lado, para considerar las especificaciones de las Sagradas Escrituras y para acatarlas. Con diez personas en la mesa a menudo hay doce opiniones. Están los pareceres ofensivos y los defensivos. De repente lo principal (nuestra misión como iglesia local) es marginado y el virus se convierte en objeto principal de largas consideraciones. A menudo no hay consenso sobre cómo implementar qué asuntos en la vida de la congregación para satisfacción de todos.
Se nota el peligro de la división. Ni siquiera se necesita callar el hecho que este tiempo es un desafío y una carga extremos para las congregaciones. El peligro de discordias aumentó enormemente, en particular la tensión mental y los diversos enfoques acerca de todo este asunto nos acorralan. A eso se añade, que estos temas mayormente son «negociados» de manera emocional. Para el perturbador [el diablo] es un campo de acción ideal.
Conclusión intermedia: el coronavirus tiene el potencial de llevar cautivo nuestro pensar. Genera inseguridad en nosotros, nos atemoriza y desalienta, y pareciera que obliga a rendirnos. Nuestra manera de pensar en estos meses a menudo está influenciada, es unilateral y confusa, y quizás incluso estrechada. Sin duda alguna, este virus y los cambios que produjo han dejado huellas profundas en nuestras congregaciones.
Detengámonos un momento. Libremos nuestra cabeza y recordemos lo que nos dice la Sagrada Escritura: ¿No sigue siendo Dios el Señor, a pesar de esta crisis mundial (cp. Is. 46:9-10)? La mayoría de las observaciones arriba mencionadas toman lugar en el mundo de nuestros pensamientos. Los pensamientos siempre son las fases previas a nuestra actuación o a la falta de la misma (Prov 23:7).
¿Quién es más grande? ¿El Dios viviente o un virus? Romanos 8:38-39 nos da la respuesta. ¿Quién tiene mayor poder? ¿El Dios viviente o un virus? Mateo 28:18 nos da la respuesta. ¿A quién debemos temer más? ¿Al Dios viviente o a un virus? Lucas 12:5 nos da la respuesta. Recordemos la grandeza y la omnipotencia de nuestro Dios, quien en Jesucristo se hizo humano; recordemos la soberanía que solo Él posee.
Desde hace meses, nuestros pensamientos son dirigidos en una dirección –hacia un virus diminuto e invisible– y con eso son alejados de Cristo, del Dios infinitamente grande e invisible. Es por ello que queremos recordar 2 Corintios 10:3-5:
«Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas; derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.»
Hacia el final de la segunda carta a los Corintios, Pablo menciona un tema sumamente importante: Si nuestro pensar, quizás momentáneamente desorientado por las circunstancias actuales con el coronavirus, es alejado de esto y otra vez es orientado según lo que nos dice la Biblia, cautivamos esos pensamientos turbios y no les permitimos que nos determinen. Reemplazamos los pensamientos del temor, de la duda y del cavilar, del preocuparnos y del repliegue por pensamientos que Jesús nos muestra por medio del Espíritu Santo en forma de versículos bíblicos.
Orientar nuestra forma de pensar en Cristo cambiará nuestra visión de las circunstancias, y nos ayudará a no dejarnos dominar por las mismas.
Observación 2: en cristianos que se esfuerzan por cumplir esta exhortación de Pablo se puede ver las siguientes características, que también observé calladamente y que me hicieron sentir muy agradecido:
Uno ve hombres y mujeres de Dios de porte seguro; ellos no se dejan intimidar ni desconcertar. Son orientación y un tipo de sostén a otros en este tiempo confuso. No porque se presenten tan inteligentes y versados, sino porque ellos descansan firmemente en la seguridad de que Dios tiene todo bajo control. Ellos confían en Jesucristo, a pesar de los acontecimientos enormemente desafiantes.
Se observa sobriedad. La situación actual no es minimizada, pero tampoco exagerada. Estos hombres y mujeres sitúan los sucesos en su contexto y entienden, que solo nos encontramos en otra fase más de la historia de Dios. Ellos no se aferran a vanas esperanzas, sino que mantienen la serenidad confiando en lo que dice la Sagrada Escritura.
Uno ve hermanos que van al frente. Hombres y mujeres que, más bien, ven las posibilidades en una crisis de este tipo, las aprovechan y van abriendo brecha con valentía, y de este modo influyen positivamente a otros y los llevan consigo. Ellos han comprendido, que cada crisis contiene diversas posibilidades. No se lamentan por el tiempo difícil, sino con valentía miran hacia el frente y salen adelante.
Uno observa comprensión. No todos funcionan de la misma manera. Todos somos diferentes, y aún así pertenecemos juntos. En muchos lugares veo este trato comprensivo unos con otros. Consideración mutua y prestar atención a los sentimientos del otro, cómo este trata emocionalmente con esta crisis –eso es sumamente importante. Muchos hermanos son conscientes de esta sensibilidad y actúan de acuerdo a ella. ¡Maravilloso!
Se ve iniciativas. Nuevas posibilidades de propagar la Palabra de Dios son vistas e implementadas. Áreas de trabajo pausados comienzan a revivir. La mentalidad «Eso no sirve de nada» es dejada de lado. Más bien se reflexiona cómo poder cumplir las directricez de la Biblia a pesar de las restricciones, sin llegar a tener problemas legales. Muchos ahora muestran la creatividad que les fue dada por Dios… surgen nuevas áreas de trabajo.
Se ve apoyo. Cada vez más los hermanos toman el teléfono para informarse sobre el estado de salud de otros. Ellos animan o sencillamente escuchan. Se suben a su automóvil y visitan a cristianos mayores, y a personas que han quedado solitarias. Reuniones en las casas vuelven a formarse y la comunión es natural.
Uno ve valentía en lugar de temor. ¡Gente valiente son personas que le han entregado su miedo a Jesús! Ellos saben de los peligros del virus, pero aún así no se dejan atar por el mismo, sino igual se arriesgan por Jesús.
Se nota unidad entre hermanos que son conscientes del potencial negativo que se encuentra en cada uno de nosotros, y que esta crisis no es digna que se separen por ella, sino que deben quedarse juntos, porque hay un tiempo después del coronavirus.
Conclusión: Cristo nos ha llamado a libertad. No somos esclavos de nadie, fuera de Jesucristo. Podemos decidir, si el coronavirus nos marca, o si hacemos lo mejor de la situación, aprovechando las posibilidades y «haciendo algo del coronavirus». Quien está y se mantiene firme en una crisis, saldrá enormemente fortalecido de la misma. En todo eso tenemos que concientizarnos, que no vale la pena que nos dejemos consumir, aplastar y separar por el coronavirus.
Hay dos perspectivas. ¿Cuál escogemos? La decisión la debe tomar cada uno individualmente, también tú.
En definitiva, dejemos que nuestro Señor mismo nos anime: «Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas» (Prov 3:5-6).