Las cuatro estaciones – una imagen de nuestra vida

Norbert Lieth

Aquí en Suiza estamos en medio de la primavera. En estas latitudes podemos disfrutar de las cuatro estaciones; y veo en cada una de ellas una hermosa ilustración de nuestra vida.

El hombre nace, crece, florece y se desarrolla, como lo vemos en la primavera. La primera infancia es comparable a una tierna plantita, que todavía necesita de cuidados especiales. Llegan los años escolares, luego viene la pubertad, la persona se forma y entra al mundo laboral. Esta es la primavera de la vida.

El verano simboliza al hombre en su plenitud. Es la época más fructífera de su vida. Se ha independizado y disfruta de la fuerza de estos años. Está lleno de energía y dinamismo, trabaja, tiene su familia y obtiene propiedades. El verano de la vida está lleno de posibilidades. Se disfruta del brillo del sol de la vida, y muchas veces, de cierta estabilidad. 

Pero entonces empieza el otoño. Llega la edad en la que la persona se retira de la vida laboral, el momento en que ya se ve mayor. Uno se vuelve más sensible y débil, aumentan las citas con el médico, las células del cuerpo ya no se regeneran. El cabello hace tiempo que se ha vuelto gris o se ha caído. El aspecto cambia notablemente. El comienzo del otoño puede seguir siendo muy bonito, soleado, colorido y dorado. Por eso se les dice “los años dorados” a los primeros años de la vejez. Pero las cosas pronto pueden cambiar.

Llega el invierno de la vida. Los días son grises y fríos, y oscurece muy temprano. Uno apenas se atreve a salir a la calle. El cuerpo se ha vuelto más rígido. Y al igual que los árboles entran en reposo vegetativo y muchas plantas mueren, así la vida llega a su fin. Finalmente, el cuerpo es enterrado. Los muertos en Cristo descansan de sus trabajos, como dice Apocalipsis 14:13. Sin embargo, su alma y espíritu están en el reino de Jesucristo (Colosenses 1:13).

¡Cuán acertadas son las palabras de Eclesiastés 12:1, cuando consideramos el desarrollo de nuestra vida! Allí dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento”.

¡De repente, sin embargo, sucede algo maravilloso! Al final del invierno, cuando todo parecía muerto, de pronto brota vida nueva. ¡Observamos el milagro de una resurrección! Con un sol que brilla más tiempo y con más fuerza se despierta la naturaleza. La plantas vuelven a asimilar la luz. Con renovado vigor, el agua es transportada desde las raíces de los árboles hasta las copas más altas, superando la fuerza de la gravedad. Surgen brotes y nuevas hojas, verdes y frescas. Un jardinero me explicó que existen siete mecanismos reguladores de este proceso de absorción del agua y, además, “infinitos mecanismos más, como la respiración, la fotosíntesis, la dinámica de los nutrientes en el suelo y los factores ambientales generales de crecimiento, que conforman el equilibrio global del agua en el mundo vegetal y están perfectamente coordinados entre sí”. El crecimiento, la floración y la fructificación no serían posibles sin agua. Aquí podemos vislumbrar un poquito lo maravilloso que es el plan de la creación de Dios.

Jesús es el Sol naciente. Su venida es segura y traerá vida nueva (Oseas 6:3).

Pero también es el agua viva. Cuando entra en la vida, revierte las leyes de la naturaleza. Él es la garantía de la resurrección: “mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna” (Jn. 4:14).

¡Demos gracias a Dios por la dádiva de su Hijo Jesucristo: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27)!

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