¿La última generación “cristiana”?

René Malgo

En el mundo occidental, los cambios ahora suceden a una velocidad tan alta que muchos creyentes todavía ni siquiera se dan cuenta de lo que viene hacia ellos. No obstante, lo inevitable realmente se ha vuelto inevitable. Un recordatorio y llamado a despertar. 

Israel Folau es un jugador australiano de rugby que fue echado del equipo nacional y ya no puede jugar más al Rugby en la Liga, porque en Instagram compartió, que homosexuales practicantes no heredarán el reino de Dios. A continuación, se inscribió en GoFundMe para reunir donaciones para su litigio pendiente. Que un deportista acaudalado pida donaciones puede parecer extraño, pero mucho más inquietante es la reacción de la página web. En realidad, GoFundMe permite que la gente pida donaciones para cualquier idea que tenga sentido o que no lo tenga; ese es su modelo de negocio. Pero echó fuera el llamado a donaciones de Folau porque él estaría incitando al odio. 

En los últimos años, los tiempos han cambiado rápidamente. En 2008, cuando Barack Obama llevaba adelante su primera campaña electoral para presidente de EE. UU., él no se animó a abogar por el matrimonio entre cónyuges del mismo sexo. La idea todavía era considerada como “indecente”. Diez años más tarde, se ha vuelto “indecente” toda oposición –por moderada que sea– contra matrimonios y relaciones entre personas del mismo sexo. Quien en la sociedad occidental señale, por cuidadosamente que lo haga, que la homosexualidad es pecado o que la ideología de género no es científica, siempre tiene que contar con proscripción pública, y cada vez más con procesamiento judicial. 

Está sucediendo un cambio que, por muchos cristianos occidentales, todavía no es percibido verdaderamente en la vida diaria. Nos va bien en lo material. Estamos asegurados, vivimos en una democracia supuestamente tolerante y pluralista. La gente a nuestro alrededor es decente y nada hostil. También los homosexuales que conocemos personalmente muestran ser personas amables y sociables. Después de todo, somos libres de ir a nuestras iglesias cuándo, cómo y dónde querramos. Los demás nos dejan vivir, y nosotros a los demás. Así podría seguir siempre… 

Las señales del tiempo, sin embargo, muestran que eso cambiará. En el Washington Post, Nathaniel Frank escribió abiertamente que la herencia del movimiento gay no sería solamente dejar que gays, lesbianas, transexuales, etc., parezcan normales como todos los demás, sino hacer a todos los demás un poco más gay, lesbianas, transexuales (él utiliza la palabra queer que representa toda la paleta de este movimiento llamado LGBTIQ). En junio fue sobre todo EE. UU. el país que celebró el Gay Pride Month (mes del orgullo gay). Los medios de comunicación dominantes de este y el otro lado del Atlántico publicaron un informe positivo tras otro sobre la liberación de los homosexuales de la esclavitud de la mojigatería antigua. 

Por todas partes, también en Zúrich, ondeaban las banderas del arcíris y dominaban los colores del movimiento gay. La celebración occidental del “Mes del Orgullo” claramente tenía carácter religioso. Si antes la sociedad occidental ayunaba durante un mes para prepararse para la Pascua, o durante un mes encendía velas en anticipación de la fiesta de Navidad, ahora en la primera parte del verano por un mes se festejaba con dedicación religiosa las obras que hablan del por qué Cristo vino al mundo para destruirlas. Sí, así como los judíos celebran su liberación de la esclavitud de Egipto y nosotros los cristianos nuestra liberación de la esclavitud de muerte, pecado y diablo, así ahora el Movimiento LGBTIQ celebra su liberación de la “esclavitud” de los valores cristianos. 

Lo alarmante del mes del “orgullo” no era que incrédulos se hayan comportado como incrédulos, como escribe el teólogo bautista, Denny Burk, sino que incontables cristianos profesos expresaban en pleno público su aprobación total. Ellos se apuraban a izar banderas del arco iris, poner en su vestimenta prendedores con los colores del arco iris o exponer en las redes sociales su afinidad progresista a los colores del arco iris. Doblaron sus rodillas ante baal con gusto. 

Dos grandes temas se han convertido en nuestra sociedad en prueba de fuego para la ortodoxia secular: aborto y liberalidad sexual a cualquier costo. Quien desea funcionar en el mundo, tiene que unirse al mismo ante todo público y con dedicación religiosa. Muchos creyentes están dispuestos a esto para conservar su prosperidad y su vida apacible. 

Otros –como ya se dijo– todavía ni siquiera comprenden lo que se les viene con mucha rapidez. Todavía creen que vivimos en un mundo “neutral”, donde uno sencillamente puede ser cristiano con toda tranquilidad. Pero eso ya no es así. El mundo acusa a los cristianos de estar constantemente insistiendo en contra de los temas aborto y homosexualidad. La verdad es diferente: lo primero que se le pregunta a un cristiano cuando sale tan solo un poco de las sombras, es su postura hacia estas dos preguntas, porque son las grandes características de la nueva religión del occidente. 

Así como en el principio los cristianos fueron obligados a hacerle sacrificios al emperador romano, así ellos hoy deben ofrecer su alianza a la ramera Babilonia en el altar del asesinato de niños y de la ideología de género. Muchos lo hacen sin titubear. Es tal como en los días del emperador Decio a mediados del siglo tercero. En aquel tiempo, el cristianismo era una minoría tolerada al borde de la sociedad. Los creyentes se encontraban relativamente bien en la multicultura romana. Muchos ocupaban puestos en cargos importantes. Pero repentinamente, estalló una persecución sorprendente, y los ciudadanos de Roma tuvieron que hacerle sacrificios al emperador como señal de su lealtad. De a miles los cristianos se apartaron de la fe, en parte más rápidamente que su sombra –así parecía. 

Hoy nos encontramos ante una situación similar. Si bien no se nos amenaza en seguida con la muerte física, pero seguramente con la social. Muchas profesiones ya no podrán ser ejercidas por cristianos que profesan consecuentemente su fe en Cristo. ¿Qué hará, por ejemplo, un policía creyente cuando –como en parte ha sucedido en Gran Bretaña– el empleador estatal exige que cada policía deba usar un prendedor de la bandera del arco iris como expresión de su aceptación del estilo de vida gay? ¿Qué de los médicos que deben realizar abortos o proceder al cambio de género en niños totalmente sanos físicamente? 

La mayoría de nosotros solamente queremos llevar una vida tranquila, segura y financieramente rentable. La fe es entendida terapéuticamente, como ayuda para la autoayuda. Dios es una adición a la vida: el seguro –Aquel a quien nos dirigimos cuando las cosas no salen tan bien. ¿Qué mal despertar será cuando este Dios todopoderoso ahora, en la realidad y la práctica, nos pida salir con nuestro Señor Jesucristo del campamento a la perversión mundial y cargar Su humillación (He. 13:13)? La apostasía, que ya está en plena marcha, aumentará aún más… y tampoco al frente a las supuestas iglesias conservadoras. Pronto, muy pronto –si el Señor no interviene– nuevamente costará algo, es decir todo, para ser cristiano. 

No escribo esto porque me guste crear pánico, o porque este sea mi tema preferido. Al contrario. Me gustaría mucho más si el desarrollo en la sociedad hablara un lenguaje diferente. Pero si escribiera algo tranquilizante, eso sería una mentira. En la iglesia de Llamada de Medianoche, en los primeros tiempos, de vez en cuando se daba el mensaje un predicador que en casi cada prédica hablaba de sufrimiento y persecución. Una persona me dijo abierta y honestamente que no le gustaba que él constantemente tuviera que hablar sobre esos temas. En algún momento, entonces él dejó de mencionar a las tribulaciones. Hoy está jubilado. Este mensaje no es nada popular, pero es verdad. Y cuanto más rápidamente abramos los ojos a la realidad, tanto mejor para nuestra vida espiritual. 

Un historiador señaló que la última generación pagana, después de que el imperio romano se volviera cristiano, no tenía idea de que realmente sería la última. Los gentiles predicaban tolerancia, se llevaban bastante bien con sus vecinos cristianos y todo a su alrededor todavía veían sus templos paganos con sus rituales. Ellos no podían imaginar que eso alguna vez cambiaría. Pero los cristianos pensaban diferente. Un pequeño grupo de jóvenes (hombres y mujeres) fervientes –especialmente Ambrosio de Milán– hizo todo lo posible para imponer la adoración al único Dios verdadero en todo el imperio romano. Su dedicación incondicional, para nosotros hoy en parte incomprensible, dio frutos. En el correr de una generación, se cerraron todos los templos y el paganismo se estaba erradicado, al menos en la vida pública. 

Hoy es al revés. Casi podríamos llamarlo la “venganza de los gentiles”. Nosotros somos la última generación cristiana (nominal), lo que también señala incansablemente el periodista Rod Dreher… y muchos de nosotros ni siquiera lo notamos. La mayoría de los jóvenes progresistas que luchan activamente para el movimiento gay y el aborto, son un grupo relativamente pequeño. Pero ellos ponen toda su fuerza y su vida entera para alcanzar sus “valores”. Es más, el esfuerzo de los progresistas es autodestructor, pero de la tierra quemada que ellos dejan atrás más bien no resucitará algo cristiano, sino algo anticristiano (vea: “El ascenso de los populistas y el declive de la Iglesia” Llamada de Medianoche 10/19, pág. 32ss). Contrario a los cristianos cómodos y “engordados”, los combatientes del LGBT están dispuestos a hacer sacrificios por su causa –y también a pelear “sucio” (eso, por supuesto, no lo deberíamos hacer nosotros). No se trata aquí del homosexual amable y dispuesto a ayudar de la vecindad –el que también solo quiere ser feliz– sino que se trata de los combatientes agresivos de la élite política y mediática de nuestra sociedad. Y ellos causan un cambio igualmente radical como aquella vez a fines del siglo IV y principios del V, cuando el cristianismo desplazó el paganismo tradicional de la vida pública. 

¿Qué podemos hacer  al respecto? Hablando figurativamente, no podemos evitar huir a las montañas (cp Mr. 13:14). La Iglesia nuevamente debería convertirse en un arca del temor de Dios. Somos llamados a salir (espiritualmente) de la ramera Babilonia para no tener parte en sus pecados (Ap. 18:4). A eso llamó Juan en su tiempo a los cristianos en el imperio romano (cp. Ap. 2-3). Este llamado también nos llega a nosotros: 

“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre. Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Jn. 2:15-18). 

Nuevamente tenemos que acostumbrarnos a que la Palabra de Dios es la verdad: “Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12). Tenemos que contar con vivir nuevamente en pobreza y humildad –verdaderamente como personas que aquí en la Tierra solamente son extranjeros y peregrinos. 

Tenemos que prepararnos a que nuestros hijos nos serán quitados. En Suiza, por ejemplo, se impone cada vez más regulaciones que facilitan a la Autoridad de Protección Infantil sacar niños de familias que no se doblegan al dictado de la sociedad (en público, siempre se habla de “familias socialmente débiles”, pero algunos cristianos ya tienen un presentimiento sombrío acerca de lo que se viene). Tenemos que prepararnos, sabiendo que líderes de iglesias que predican toda la voluntad de Dios sin temor pero en amor, terminarán en la cárcel. Tenemos que prepararnos a ser excluidos de los puestos de trabajo bien pagos y bien vistos. Tenemos que preparanos a tener que pagar una pena monetaria tras otra. 

En pocas palabras: nos veremos forzados a vivir otra vez como los primeros cristianos –sin embargo, y eso es aún peor, en una sociedad que en un tiempo conoció la fe salvadora, pero que la ha desechado consciente y voluntariamente. 

Todavía, así lo veo alrededor mío –y lo escribo con lágrimas– amamos más el pecado que al Señor, y por eso no queremos escuchar la verdad. Un adelanto de Netflix es más importante para nosotros que hacer sacrificios por la fe. Una ida al cine nos es más importante que luchar en oración con otros creyentes. Una buena relación con el mundo es más acorde a nuestro corazón que la relación con Dios. La comodidad es más importante para nosotros que la entrega al Señor. Lo primero lo disfrazamos de “gracia”, lo segundo de “legalismo”. Sin embargo “es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?” (1 P. 4:17). ¡Pedro les escribió esto a los cristianos perseguidos! 

Y la carta a los hebreos les dice a los creyentes en apuros: “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado; y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquellos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero este para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados” (He. 12:4-11). 

Tomemos la tormenta que se viene hacia nosotros con bastante seguridad, de la mano de nuestro Dios misericordioso, quien quizá justamente en eso quiere transformarnos a la imagen de Su Hijo hasta que nos arrebate, “para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:17-18). 

Pero mientras estamos aquí vale lo siguiente: “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar” (He. 12:1-3). 

¡Maranata, nuestro Señor, ven!

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