
La señal Israel
La señal más llamativa de la segunda venida de Jesucristo es Israel, que es como la mano en el reloj del mundo. Cristianos fieles a la Biblia simpre han sabido del regreso de Israel a su antigua tierra.
El prelado Albrecht Bengel (1687-1752), el pastor Johann Christoph Blumhardt (1805-1880) de Mottlingen, o Michael Hahn (1758-1819), compositor y padre de las comunidades de Hahn existentes hasta el día de hoy en Württemberg, son solo algunos de los conocidos entre los alemanes fieles a la Biblia, que partían de la base de la conversión y de un futuro maravilloso del pueblo de Israel. El médico y amigo de Goethe, Heinrich Jung, llamado Jung-Stilling (1740-1817), escribió:
“Por doquier el cristiano verdadero mira hacia la gran mano de oro del reloj en las almenas del templo; y quien tiene mala visión, pregunta al que ve mejor, qué hora es. Lo que me escribes de los judíos, en parte me es conocido. La conversión de este pueblo extraño y su regreso a la patria les abrirá los ojos a muchos. Eso una vez más legitimará la Biblia ante los ojos de todos, y entonces sabremos con seguridad, dónde nos encontramos.”
Cuando comparamos las profecías bíblicas en cuanto a Israel con los acontecimientos actuales, nos da la impresión que esa mano del reloj se encuentra poco antes de la medianoche. Dios nuevamente ha comenzado a dirigirse a Israel.
En 1882, se sucedió la primera gran inmigración de judíos provenientes de Rusia. El gran discurso de Jesús sobre las señales del fin del mundo (Mt. 24; Lc. 21) a menudo también recibe su nombre por el lugar en que fue dado, llamándolo Discurso del Monte de los Olivos. En el mismo, Jesús habla de que no pasará la generación que ve que en la higuera su “rama se pone tierna y brotan las hojas” y “que [el fin del mundo, nota] está a la puerta” (Mt. 24:32-34).
Sin lugar a dudas, al hablar de esta higuera la Biblia se refiere a Israel. Podemos ver eso en la parábola de Jesús de la higuera en la viña (Lc. 13:6-9). Aquí Israel es comparado con una higuera, a la que el hortelano ha cuidado de manera especial por tres años. El árbol, sin embargo, no da fruto. Jesús se ve a sí mismo como ese hortelano. Él trabajó tres años con “las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mt. 15:24). Pero Juan sostiene en el prólogo de su evangelio: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Jn. 1:11). Durante Su última estadía en Jerusalén, Jesús pasó al lado de una higuera. Buscó frutas en ella, pero no encontró nada. A causa de eso, Jesús maldijo la higuera y ésta se secó (Mt. 21:19-20). Esta acción es simbólica también para Israel.
Jesús buscó frutos, pero Israel no los produjo. A causa de eso se secó. Por 2 000 años se encontraba fuera de los eventos de salvación de Dios. Pero Dios cumple las promesas que Él dio un día. Y los patriarcas de Israel recibieron grandes promesas para ellos mismos, y para sus descendientes. Pablo escribe que Dios nunca se arrepiente de Sus promesas y que Él las cumple (Ro. 11:29). Dios también cumple Sus promesas con respecto a la Tierra Prometida (Gn. 15:18-21). Si los judíos, después de 2,000 años de dispersión en el mundo entero, ahora otra vez tienen un Estado en la región antigua, eso no solamente es un desarrollo político. Más bien es Dios quien cumple Su promesa dada a “Abraham y su descendencia”.
Las fronteras del país no han sido fijadas por guerras ni por súper poderes, no por resoluciones de la ONU ni el terrorismo de los así llamados palestinos. Aun el odio fanático de los fundamentalistas de Hamás no puede frustrar las promesas de Dios. Dios determinó que, en el fin de los tiempos, Su pueblo regresaría a su tierra. Menachem Begin, antes jefe de gobierno de Israel, dijo que Israel tiene los documentos más antiguos sobre sus reclamos de esta tierra. Esos documentos son las promesas escritas de Dios. No se puede excluir contratiempos temporales, pero eso no cambia nada en el camino de Dios con Israel.
Dios reúne a Su pueblo de todos los sitios de la Tierra. Para hacer que Israel se restablezca era necesario recoger al pueblo. Muchos profetas han anunciado esta recolección. Conocedores de la Biblia, como el ya mencionado Jung-Stilling, siempre supieron de eso.
“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor” (Is. 54:7-8).
“Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán” (Jer. 23:3).
Algunos teólogos dicen que estas promesas se habrían cumplido después del cautiverio babilónico, y que no habría otro cumplimiento. Pero eso está equivocado. La promesa no era válida para los que estuvieron dispersos en la tierra de Babel, sino para aquellos que están dispersos en “todas las tierras”. Ese es el judaísmo que después del 70 d.C. fue a la dispersión entre todas las naciones. La Biblia dice de esta repatriación, que Dios los traerá de vuelta a todos, y que no dejará a nadie en el extranjero (Ez. 39:28). Pero eso no se ha cumplido después del cautiverio babilónico, sino que ese será el caso recién con la repatriación actual.
Jeremías escribe, que el “pueblo que escapó de la espada halló gracia en el desierto, cuando Israel iba en busca de reposo” (Jer. 31:2). Cuando los judíos en los años de 1930 y 1940 inmigraron a Palestina, habían escapado de la “espada” en forma de una persecución de casi 2 000 años en todo el mundo, también a campos de concentración y cámaras de gas de los nazis. La gran oleada de inmigraciones de 1945-48 trajo a los sobrevivientes del holocausto a la Tierra Prometida.
Los primeros repatriados a fines del siglo XIX encontraron a la Tierra de Israel como un desierto, pero bajo sus manos se convirtió en un jardín floreciente. En el norte, el país consistía casi solamente de pantanos infestados por la malaria, y en el sur por el Desierto del Neguev. Los judíos secaron los pantanos. Ellos profundizaron el Jordán, lo que llevó a la desaparición del Lago de Jule (otro nombre: Lago Semachonitis). Con eso se suprimió la causa del empantanado de Galilea. Hoy esta es una región grande, aprovechada para la agricultura. Un conducto de agua de tres metros de diámetro suministra agua a los Kibbuzim en el Neguev. Allí actualmente crecen verduras, y las vacas del Kibbuz Yotvata, 40 km al norte de Eilat, dan cada una 11 500 litros de leche por año.
Cuando el judío adinerado Rothschild, alrededor del cambio del siglo XIX al XX, compró la tierra de los ricos jeques árabes en Damasco y El Cairo, para los judíos dispuestos a colonizar, esos jeques se rieron de él por aparentemente haber encontrado un comprador tonto para sus tierras inútiles.
Mark Twain, en su informe de viaje del 1867, escribió sobre la Jerusalén de aquel tiempo: “Miseria, pobreza y suciedad, estas señales y símbolos que demuestran más claramente la presencia de dominio musulmán que la bandera de la medialuna misma, están presentes en abundancia… Jerusalén es triste, sombría y sin vida. No quisiera vivir aquí.” Y sobre toda Palestina: “De todos los países con paisajes desolados, creo que Palestina debe ser la cumbre” (Mark Twain: “Guía para viajeros inocentes”).
Palestina estaba desolada y fea. Ni Mark Twain, ni los nobles árabes se imaginaban algo de la bendición que Dios daría a Su pueblo en esta tierra. Con el regreso de los judíos a Israel, la tierra despertó de un profundo sueño. Se cumplió lo que Dios había dicho a través de Jeremías:
“Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas. Aún plantarás viñas en los montes de Samaria; plantarán los que plantan, y disfrutarán de ellas” (Jer. 31:4-5).
El que hoy viaja en Israel, puede ver con sus propios ojos que Dios cumple todas Sus promesas.