La conversión de Hagia Sophia en una mezquita

Fredi Winkler

Es evidente que para el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, la conversión de Hagia Sophia en una mezquita tiene un fuerte carácter simbólico. Antes de la conquista de Constantinopla por los otomanos en 1453, esta era la iglesia ortodoxa más grande y valorada. La importancia que tenía para los cristianos ortodoxos es comparable a la que tiene hasta hoy la Basílica de San Pedro en Roma para los católicos. La transformación de la bellísima iglesia en una mezquita fue un suceso traumático para la comunidad ortodoxa; contrario a esto, los otomanos la consideraban un símbolo de victoria sobre los cristianos.

Esta situación cambió en 1934. Después de que el imperio turco sufriera un vergonzoso final en la Primera Guerra Mundial, Turquía se transformó en un moderno Estado secular bajo el presidente Atatürk, quien reabrió la majestuosa basílica bizantina, pero esta vez como un museo.

¿Por qué Erdogan pretende revertir esta situación?

El mandatario declara en su sitio web: «La resurrección de Hagia Sophia [como mezquita] anuncia la liberación de la mezquita de Al-Aqsa [en Jerusalén]. […] es la huella de la voluntad de los musulmanes de todo el mundo de salir del interregno. […] es volver a encender el fuego de la esperanza no solo de los musulmanes, sino –junto con ellos– de todos los oprimidos, agraviados, pisoteados y explotados». Una declaración que llama poderosamente la atención.

Erdogan no solo habla acerca de liberar la mezquita Al-Aqsa en Jerusalén, sino también, en una posible interpretación, de un reavivamiento del islam desde Bujará en Uzbekistán hasta Andalucía en España.

La asociación que ha hecho el mandatario de Hagia Sophia con la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén evidencia que las ambiciones de Ankara van más allá de la basílica ortodoxa.

Israel observa, con preocupación, el de­sarrollo político en Turquía. Aunque tenía esperanzas de restablecer una buena relación con esta nación, es evidente que no habrá vuelta atrás. Hasta ahora, el gobierno israelí ha evitado la confrontación con Turquía, puesto que los intereses comerciales siguen siendo numerosos e importantes para ambos.

Los hallazgos de gas natural en el Mediterráneo por parte de Israel y el proyecto, en colaboración con Chipre y Grecia, de un gasoducto a Europa a través del mar, suscitó la envidia de Turquía. El Estado turco inició perforaciones en zonas disputadas del mar Mediterráneo, queriendo aumentar su territorio marítimo en la zona. Sumado a esto, la intromisión de Turquía en la guerra civil libia es otra tentativa de extender su influencia en el mar Mediterráneo.

Israel siempre ha considerado a Irán como la mayor de las amenazas, y con razón, puesto que esta nación propaga desde hace muchos años y de manera abierta la destrucción del Estado judío. Sin embargo, durante este tiempo, hemos descuidado la evolución política en Turquía. Aunque en el pasado había hostilidad entre Turquía e Irán, su meta e ideología en común los ha acercado. Esta constelación es, por supuesto, muy alarmante y preocupante para Israel.

Otra inquietud de Israel es el hecho de que Estados Unidos no ha querido abrir los ojos ante la amenaza turca. La política del presidente Trump es la de evitar entrometerse en conflictos que no conciernan de manera directa a Estados Unidos. Aunque comprensible, esta actitud podría costarle caro a Israel. 

La Biblia afirma que no se adormecerá ni dormirá el que guarda a Israel, lo que es un fortalecedor consuelo para nosotros en esta situación.

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