Jesús en medio

Norbert Lieth

Cuando crucificaron al Señor Jesús, “crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda” (Mt 27:38). Podemos considerar a estos dos hombres como un símbolo de toda la humanidad, que también está dividida en dos. 

Ambos fueron concebidos por su padre, y su madre los dio a luz. Ambos crecieron como niños felices y se convirtieron en adultos. Ambos, en algún momento de su vida, eligieron estar en mala compañía. Ambos tomaron entonces decisiones equivocadas y comenzaron a transitar un camino equivocado. A ambos se les advirtió, y se les dijo una y otra vez, que no siguieran por ese camino. Ambos se convirtieron en criminales, gobernados y marcados por el pecado. Ambos perderían la vida. 

Mirando hacia atrás, todo fue en vano. Habían vivido sin esperanza y habían acabado con las manos vacías. Ambos fueron una tragedia para sus familias. Ambos se desengañaron de la vida y ahora encima iban a morir sin esperanza. Ambos estaban bajo la misma sentencia: la muerte. Ambos tuvieron que cargar con la culpa de sus vidas. Sus idea­les, por los que habían sentido entusiasmo y habían luchado, solo les habían traído vergüenza y condenación. 

Ambos habían llevado vidas desperdiciadas, apartados de Dios. Ninguno de los dos pudo pagar su deuda por sus propios esfuerzos. Ambos se encontraban cara a cara con la muerte. Ambos tenían la misma opinión de Jesús y se burlaban de él (Mt 27:44). Ambos morirían al mismo tiempo en la misma agonía. Ambos se encontraban a la misma distancia de Jesús. Tenían la misma cercanía a Jesús. Ambos podían mirarle. Podían ver a Cristo, observarle y oírle —y lo que otros decían de Él.

“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). –“Éste es el Rey de los judíos” (Lc 23:38). –“porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mt 27:43).

Ambos podían hablar con Él. Ambos estaban equidistantes de la puerta del Cielo y, al mismo tiempo, igualmente cerca de la puerta del infierno. 

Ambos fueron crucificados con Jesús y Jesús fue crucificado por ambos. 

Ambos tomaron la vida de otros. 

Pero Jesús es el que da la vida. 

Ambos tuvieron una última oportunidad para decidir.

“Allí le crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio” (Juan 19:18). 

Jesús en medio. Él vino en medio de nosotros. Él es el punto de inflexión, la encrucijada. Su cruz atraviesa nuestra vida y nuestros caminos y elimina nuestra deuda impagable. Su cruz anula la deuda que teníamos pendiente por los requisitos de la ley: “Consumado es”. –Griego: tetélestai, que significa “pagado por completo”. Jesús ofrece la vida, “anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2:14). 

Pero Jesús también divide a la sociedad, divide las mentes. Unos tropiezan sobre Él, otros son levantados por Él. 

Uno de los dos malhechores se mantuvo firme en su opinión y le dijo: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lc 23:39). Solo buscaba la salvación terrenal; buscaba librarse del tormento para poder continuar la vida sin arrepentirse. El otro recapacitó y cambió de opinión. “Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” (Lc 23:42). Ya no le preocupaba una salida terrenal, sino el perdón celestial. Renunció a su vida y se la entregó a Jesús. Quiso estar donde Jesús iría.

El uno maldecía y Jesús callaba. El otro imploró y Jesús respondió: “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23:43). Uno endureció su corazón y el Cielo se cerró para él. El otro abrió su corazón y el Cielo se abrió para él. Uno pasó del umbral del Cielo al infierno. El otro pasó del umbral del infierno al del Cielo.

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