
Jesús, el impagable
A fines del año pasado, causó gran revuelo en los medios el remate del cuadro “Salvador del mundo” de Leonardo da Vinci. Lo organizó la casa de subastas Christie y se entregó por la suma de 450 millones de dólares. Esto lo convierte en el cuadro más caro de todos los tiempos, tratándose de un retrato (ficticio) de Jesucristo. El poseedor del récord hasta entonces era un cuadro de Picasso, que valía la mitad de la suma mencionada.
El individuo promedio que camina firme por la vida solo puede menear la cabeza ante sumas tan altas. Es difícil imaginarse ese importe cuando hay tanta necesidad y sufrimiento en este mundo. Aunque se entiende que es una obra de uno de los genios más grandes de la historia del arte, es increíble que hayan personas capaces de gastar esta cantidad de dinero por un cuadro.
Cuando escuché la noticia enseguida me pregunté qué haría el nuevo dueño con esta obra de arte excepcionalmente valiosa. ¿La colgará en la pared de su sala de estar? Seguramente no sea una buena opción: cuando todos se enteren de que el cuadro está en su hogar, constantemente tendrá el peligro del robo.
Nuestro Señor Jesús dijo acertadamente: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
El comprador puede guardar el cuadro en una caja de seguridad en un banco, entregarlo a un museo como pieza de exposición o venderlo a otro. De todos modos, este negocio podría convertirse en una inversión sumamente provechosa para el futuro. Sin embargo, Jesús nos dijo: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:26).
No sabemos, si el comprador del cuadro realmente cree en Jesucristo, pero parece poco probable. El experto en arte Wolfgang Ullrich, en una entrevista con Zeit Online denomina esta compra de “gesto de poder”. Podríamos decirlo de esta manera: el comprador ha adquirido para sí a un “Cristo” que ahora posiblemente descanse en una caja de seguridad en un banco, donde nadie lo puede ver. La luz del mundo está encerrada en lugar de vivir en el corazón del poseedor.
Jesús, por el contrario, nos advierte: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:15). La misericordia de Dios, personificada en Cristo Jesús, ¡no puede ser comprada, ni por todo el dinero del mundo! Ya hubo aquellos (y también los hay hoy en día) que intentaron adquirir el Espíritu Santo de Dios con dinero. Pero eso no es posible, como lo vemos a través de un acontecimiento bíblico: “Cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo impusiere las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero. No tienes tú parte ni suerte en este asunto, porque tu corazón no es recto delante de Dios” (Hch. 8:18-21).
El pensamiento que me conmueve es que un hombre acaudalado adquirió para sí, por una suma gigantesca, un cuadro que representa a Jesús, pero él, si no se convierte a Jesucristo, sigue siendo una persona perdida. Esta verdad se muestra claramente en el caso bíblico del joven rico. El muchacho dijo que había cumplido con todos los mandamientos de Dios, y por lo tanto, vivía como verdadero humano, como Dios lo había ideado. Entonces, se encontró parado frente al Salvador, a un paso de la vida eterna, pero no pudo separarse de su fortuna. ¡Una historia amarga! Después de eso, Jesús les dijo a Sus discípulos: “Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mc. 10:25).
También Eclesiastés reflexiona sobre las riquezas y, en relación a Dios llegó a la siguiente conclusión: “Porque ¿quién comerá, y quién se cuidará, mejor que yo? Porque al hombre que le agrada, Dios le da sabiduría, ciencia y gozo; mas al pecador da el trabajo de recoger y amontonar, para darlo al que agrada a Dios. También esto es vanidad y aflicción de espíritu” (Ecl. 2:25-26).
¡Qué feliz puede ser aquel que tiene a Jesucristo en su corazón, que ha encontrado al Salvador! Tal persona no ha tenido que gastar nada porque Cristo se dio gratuitamente a Sí mismo por Su gracia preciosa e impagable: “Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo” (Ro. 5:15).
Este tesoro adquirido, el don de la vida eterna, nadie se lo puede quitar a aquel que cree en Jesucristo. Quien cree que puede comprar a “Cristo”, mientras que su corazón queda vacío, sin que el Cristo viviente more en él, en vano lo guarda a “Él” bajo seguro. Leemos sobre la vida eterna: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).
No sabemos cuál será el destino de este famoso cuadro. Puede que venga un nuevo comprador que lo adquiera por aún más dinero. Pero si miramos todo esto desde la perspectiva de la historia de la salvación, vemos que también esta riqueza pasará con nuestro mundo perecedero. Dios hace un nuevo cielo y una nueva tierra donde no habrá transitoriedad, ni sufrimiento, no habrá dinero ni riquezas materiales porque nuestra única riqueza será Jesucristo mismo y la vida eterna con Él: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:16-17).
El redentor del mundo y Su salvación no pueden ser adquiridos por ningún precio. Ni en el comercio, ni en galerías nobles ni se le puede subastar en ninguna de las casas de remate más renombradas. Se puede comprar el cuadro que consiste en marco, tela y pintura, y con la firma de Leonardo da Vinci; pero el verdadero Cristo vivo no está allí. Si usted lo busca, comience con la cruz del Gólgota. Cuando mire hacia arriba, hacia la cruz, descubrirá la inscripción INRI: “Jesús, el nazareno, el rey de los judíos”. Él es la garantía de nuestra fe y el precursor de nuestra salvación. Él pagó el precio más alto que jamás ha sido pagado en esta tierra. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11).
Quien le ha encontrado puede decir de sí mismo que es la persona más acaudalada del mundo. ¡Jesucristo es la mejor inversión para su futuro!