Henry Dunant y la idea del Estado de Israel moderno

Michael Kotsch

El Premio Nobel de la Paz Henry Dunant (1828-1910) es conocido hasta hoy sobre todo como fundador de la Cruz Roja en Ginebra (1863) y de la Federación Internacional YMCA en París (1855). Menos conocida es la propuesta del convencido cristiano para la reorganización de Oriente, incluida la inmigración de judíos europeos a Tierra Santa, a partir de 1867.

Dunant conocía las condiciones de la región gracias a sus propios viajes a Oriente. Anteriormente había participado, con mayor o menor éxito, en la financiación y organización de diversos proyectos similares de reorganización de las colonias francesas del norte de África.

Según los editores alemanes del concepto de Dunant, era imperativo dar a conocer su propuesta, porque había llegado “el tiempo predicado por los profetas de un nuevo y mejor orden mundial, que tendrá su comienzo en Jerusalén”. 

Incluso antes de la convocatoria de Dunant, había colonos europeos que se habían asentado en la zona del actual Israel, principalmente por motivos religiosos. Basándose en profecías bíblicas y a veces también en especulaciones escatológicas, esperaban el regreso inminente de Cristo y el Reino de Dios que entonces comenzaría en Israel. Para llegar a tiempo, algunos grupos cristianos ya habían emigrado a Tierra Santa en el siglo xix.

En su documento, Dunant expresaba su confianza en que, con el actual aumento de la justicia y el humanitarismo, la importancia de las conquistas bélicas sin duda disminuiría. Por tanto, confiaba en que los conflictos de Oriente también podrían ser superados pronto por la civilización y la ayuda europeas. 

En su concepto, Dunant proponía la fundación de una “gran sociedad” con un “carácter sobresaliente en derecho internacional”. Su mediación podría resolver simultáneamente los conflictos de las potencias europeas, propiciar una fase de crecimiento económico para Occidente y ayudar al Oriente en su necesaria “renovación moral”.

Esta sociedad oriental internacional debía promover el desarrollo y la modernización de la agricultura, el comercio y la artesanía en la región del actual Israel. Además, Dunant exigía que Turquía, que entonces gobernaba allí, concediera un estatuto especial al nuevo país que se iba a fundar y, a largo plazo, incluso su independencia. La sociedad que se fundaría, debía comprar extensos terrenos en lo que hoy es Israel, reclutar colonos adecuados y proporcionarles los terrenos que necesitaran.

Según Dunant, el Gobierno turco no tenía ni la voluntad ni los medios financieros y organizativos para desarrollar económica y culturalmente Tierra Santa. Europa, sin embargo, dispone tanto del dinero necesario como de la tecnología y los trabajadores cualificados apropiados para hacer de Israel una región próspera. Dunant pidió a los países europeos que negociaran con Turquía en este sentido. Ofreció a los inversores privados la perspectiva de un buen rendimiento de su inversión. 

Para mejorar las infraestructuras, la nueva empresa que se fundaría según las ideas de Dunant, debía ampliar el puerto de Jaffa (puesta en marcha desde finales de la década de 1860) y construir una conexión ferroviaria desde la costa hasta Jerusalén (puesta en marcha en 1892).

Sobre todo, Dunant motivó a cristianos y judíos para desarrollar y revitalizar Tierra Santa. Precisamente la buena educación, las habilidades manuales y otros talentos de los judíos europeos, serían el requisito ideal para el desarrollo de esta región. Sin duda, los árabes que ya vivían en el país, también se beneficiarían de ello. Dunant describió Israel como la “ancestral patria” de los judíos, a la que tenían derecho. Por tanto, el Estado turco debería vender tierras de buena gana a los judíos dispuestos a emigrar. Se debía reclutar y apoyar especialmente a los judíos de Polonia, Ucrania y Rumania para que se establecieran en Israel.

Los Estados europeos debían apoyar el surgimiento de un Estado judío en la región del Israel actual. No solo para los judíos de Europa del Este —a menudo pobres—, y para Tierra Santa, sino para todo el mundo, un asentamiento permanente de judíos en Israel sería una gran ganancia. En este contexto, muchos lugares bíblicos podrían ser mucho más accesibles arqueológicamente y para el público en general.

Jerusalén debería construirse como una ciudad moderna según el modelo europeo para que mucha gente pudiera vivir cómodamente en ella. Dunant también sugirió, que primero se fundaran pequeños asentamientos autónomos, para que a partir de ahí se pudiera renovar todo el país. A partir de 1910, esto se hizo realidad en los llamados Kibbutzim.

Turquía, que por ese momento seguiría teniendo el control político del país, también se beneficiaría del desarrollo de Israel a través de los inmigrantes judíos y cristianos. Más adelante, estos asentamientos judíos debían dar lugar a un Estado independiente y neutral, inspirado en Suiza, cuya seguridad e independencia tendrían que garantizar las grandes potencias europeas.

Como primer paso, Dunant esperaba reunir un comité internacional de personalidades públicas influyentes para promover y preparar la idea de fundar una Sociedad Oriental y un Estado judío. Aunque la organización que había planeado no llegó a realizarse, su idea perduró y contribuyó a la fundación del Estado de Israel muchas décadas después (1948). 

Dunant apoyó a los templarios de Wurtemberg, que se establecieron en Israel en la década de 1860 por motivos religiosos y construían colonias privadas. Sus edificios aún pueden verse hoy en Haifa, Tel Aviv y Jerusalén. 

Dunant no solo incluyó el proyecto de restablecer a Israel con colonos judíos procedentes de Europa en su memorando sobre la fundación de una Sociedad Oriental; como presidente del Comité International de la Palestine, que fundó en París en 1866/67, quería también devolver tierras a los judíos europeos en Palestina, y esto con la ayuda de la emperatriz francesa Eugenia, esposa de Napoleón III. En 1875, Dunant organizó en Londres la Sociedad para la Colonización de Palestina como un nuevo intento, que sin embargo resultó infructuoso.

Treinta años después de la propuesta de Dunant de colonizar la región del actual Israel con inmigrantes judíos, la idea fue retomada públicamente por el Primer Congreso Sionista Mundial de Basilea (1897). En su discurso programático sobre la fundación de un Estado judío, Theodor Herzl (1860-1904) se refirió, entre otros, a los planes de Henry Dunant. Incluso se refirió al suizo como un “sionista cristiano”. Finalmente surgió de estos esfuerzos el moderno Estado de Israel en 1948.

En una carta privada, Dunant expresó la impresión de que había sido llamado por Dios para restablecer el Estado judío de Israel. “He sufrido mucho, en todos los sentidos, pero en la prueba he mantenido toda mi confianza en este punto en particular, de que sería capaz de ser un instrumento en las manos de Dios, mantenido por Él para el retorno de Israel a Palestina, en compañía de colonias de verdaderos cristianos”.

Hoy resulta asombroso cuántas de las ideas de Dunant para Tierra Santa —entonces todavía utópicas en gran medida— se hicieron realidad en las siguientes décadas.

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