
Extremos meteorológicos bajo el signo del cambio climático
¿Cómo debemos clasificar los extremos meteorológicos actuales?, ¿cuál es la verdad sobre el cambio climático? Algunas reflexiones con base bíblica.
En febrero, un violento huracán pasó por el norte de Alemania. En el río Elba y en su estuario, los barcos se hundieron o fueron empujados a tierra. El huracán, acompañado de fuertes lluvias y granizo, destruyó innumerables edificios y arrancó cientos de miles de árboles. Innumerables personas y animales perdieron la vida y grandes zonas quedaron completamente inundadas y devastadas durante varios meses.
En mayo se produjeron fuertes tormentas en amplias zonas de Turingia, que provocaron la crecida de varios metros de los ríos en pocas horas. Más de 2,200 personas perdieron la vida.
En julio, el valle del Ahr, incluidos algunos de sus valles laterales, se vio afectado por una tormenta e inundación extremadamente graves, como nunca habían experimentado los habitantes de la zona. Se destruyeron cientos de casas, se derribaron puentes, se destruyeron cultivos y se registró un número de tres dígitos de muertos.
En otoño, violentos huracanes asolaron el Atlántico con miles de muertos, barcos hundidos y personas desaparecidas. Por no hablar de los daños en el interior y en las islas. Tanto las islas del Caribe como el sur de Estados Unidos se vieron afectados, así como Centroamérica.
En diciembre, las Islas Británicas y el Canal de la Mancha se vieron afectados por una tormenta sin precedentes que provocó una marejada en toda la zona del Mar del Norte, causando la muerte de unas 10,000 personas. Como resultado, la armada británica perdió 13 barcos y más de 1,500 marineros.
Todo esto es una clara evidencia del cambio climático provocado por el hombre, y ¡cuánta razón tienen los activistas del clima cuando dicen que ya son las doce y cinco! Sin embargo, hay algo que me llama a la reflexión: El huracán en el norte de Alemania mencionado al principio ocurrió en febrero de 1648, las fuertes tormentas sobre Turingia el 29 de mayo de 1613 y la catástrofe en el valle del Ahr el 21 de julio de 1804. Y el valle del Ahr fue sacudido por catástrofes similares en 1601 y 1910. Los huracanes devastadores fueron acontecimientos del siglo xvii. Y las tormentas más severas que jamás azotaron las Islas Británicas y el Canal de la Mancha se produjeron en 1703. Además, sabemos de una sequía que le tocó sufrir a Europa Central en 1540. Durante casi todo un año, prácticamente no llovió en gran parte de Europa. Un informe publicado en 2016 parte de la base de que, en aquel verano, la temperatura media llegó muy por encima de los valores medios actuales. Un historiador suizo e investigador de la historia ambiental y la climatología histórica, describe los acontecimientos de 1540 de la siguiente manera:
“Prácticamente no llovió durante once meses, la temperatura estuvo entre cinco y siete grados por encima de los valores normales del siglo xx, subiendo probablemente por encima de los cuarenta grados en pleno verano. Innumerables zonas forestales ardieron en llamas, un humo acre nubló la luz del sol y no se registró ni una sola tormenta en todo el verano. Ya en mayo, el agua empezó a escasear, los pozos y manantiales se secaron, los molinos se paralizaron, la gente pasó hambre y el ganado fue sacrificado de urgencia. Se calcula que medio millón de personas murieron en Europa”.
Notamos que las catástrofes de proporciones devastadoras, e incluso los cambios climáticos, siempre han existido y existirán. El ser humano nunca podrá influir en el clima, ni para bien ni para mal. Sí podemos y debemos proteger el medio ambiente y cuidar a los animales, las personas, los edificios y la tierra, pero no podemos cambiar el clima. Cuando llueve, busco la forma de no mojarme, pero no puedo detener la lluvia. ¿No es ingenuo pensar que el ser humano pueda influenciar en el clima y salvar el mundo? Como dice la Biblia: “Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Ro. 1:22).
Creo, en efecto, que con toda la locura que hay en este mundo: el rescate climático –la ideología de género, la legalización del aborto, la teoría de la evolución y la propaganda arco iris, entre otras cosas– el hombre se ha desorientado y se ha vuelto ciego, un juguete del diablo. En definitiva, todos los problemas son la consecuencia del alejamiento de Dios y de Su Palabra. Es el resultado de la falta de temor al Señor y de haber perdido la convicción de pecado. Desde el principio, el diablo había cuestionado la Palabra de Dios: “¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?” (Gn. 3:1; ntv). Y con el mismo cuestionamiento de Dios, seduce al hombre hasta el día de hoy.
Cuando Dios dice que es el Creador que creó los cielos y la Tierra, el hombre contesta, engañado por satanás: No, fue el azar el que creó todo. Cuando el Señor dice que vela por Su creación y asegura que la siembra y la cosecha no cesarán mientras exista la Tierra, el hombre, seducido por el diablo, dice: No, son las doce y cinco, hay que salvar al planeta, cueste lo que cueste. Cuando Dios dice que toda la creación está sujeta a la fugacidad, el hombre responde: No, salvaremos nuestro planeta con la transición energética, la protección del clima y los certificados medioambientales. Cuando Dios dice que creó al hombre como hombre y mujer, el hombre dice: No, hay muchos más géneros y un hombre también puede ser mujer o ambas cosas o ninguna. Cuando Dios dice que es una vergüenza cuando un hombre se acuesta con un hombre o una mujer con una mujer, el hombre responde: No, eso es diversidad, es amor, es bueno y muy normal. Cuando Dios dice que el hombre no debe dejar a su esposa, el hombre responde: Quiero ser libre, no quiero estar atado, quiero decidir por mí mismo. Cuando Dios dice que los hijos son una gran bendición, el hombre responde: No, los hijos son una carga, los hijos dañan el clima, y mi vientre es mío.
Mientras que los padres de nuestra Ley Fundamental todavía estaban determinados y guiados por su responsabilidad ante Dios, hoy la Palabra de Dios es pisoteada y combatida con todos los medios. Si bien es verdad que no se queman Biblias y que tenemos todavía libertad de religión, la política, la economía y la sociedad están bajo presión para, no solo cuestionar la Palabra de Dios, sino para reinterpretarla y eliminarla. Pero ¿qué nos dice la Palabra de Dios, especialmente con respecto a los acontecimientos futuros? En el sermón del Señor Jesús sobre el tiempo final, dice: “…y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias [aquí también se puede hablar de pandemias]; y habrá terror y grandes señales del cielo” (Lc. 21:11).
“Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas […] porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc. 21:25-26). Los poderes del cielo, es decir, el sol y la luna, influyen directamente en el clima y en los fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, la intensidad del sol es decisiva para el co2 liberado en los océanos. En otras palabras, el calentamiento global causa niveles más altos de co2, pero los niveles más altos de este compuesto no causan el calentamiento global. Y la luna, a su vez, influye en las mareas. Según un informe de la nasa, el llamado “bamboleo en la órbita de la luna”, que se produce de vez en cuando, podría ser el responsable de las inundaciones de marea alta en las costas de nuestro planeta.
Lo que el Señor profetiza en Lucas 21:25-26 se refiere al futuro y no es todavía lo que estamos viviendo en este momento, pero es emocionante observar cómo los acontecimientos venideros están proyectando sus sombras hacia adelante. En la segunda Carta de Pedro, por ejemplo, se dice: “…en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 Pe. 3:10).
¿Quién, leyendo estas palabras, podría haberse imaginado algo así años atrás? Pero con el inicio de la era atómica, se hace más imaginable lo que Pedro ya escribió en el siglo I d.C. Y cuando pensamos en Apocalipsis, todavía sucederán cosas en la Tierra que harán enmudecer de espanto a todos los que tengan que presenciarlo. Dice, entre otras cosas: “…y el sol se puso negro […] y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra” (Ap. 6:12-13). O bien: “…hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la hierba verde” (Ap. 8:7). Lo que se describe aquí eclipsa todos los incendios anteriores y revela la impotencia de las personas que han olvidado dar gloria a Dios y que en su lugar adoran la creación.
Y más adelante en el texto leemos: “Y abrió el pozo del abismo, y subió humo del pozo como humo de un gran horno; y se oscureció el sol y el aire por el humo del pozo” (Ap. 9:2). Aquí parece que se refiriera a erupciones volcánicas sin parangón, que liberan tantas emisiones como las que un ser humano no puede ahorrar en toda su vida. Y así uno tiene la impresión de que Dios, cuando deja que un volcán vomite, esté dando una sonora bofetada a toda actividad humana para salvar el clima. Me parece que es como si un niño estuviera sentado en la playa tratando de secar un pozo de agua con su pequeño moldecito de arena, y la siguiente marea destruyera todo el trabajo.
En Apocalipsis, capítulo 16, dice: “…y al sol le fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres fueron quemados con el intenso calor” (Ap. 16:8-9). Eso eclipsa cualquier calentamiento global. Por eso pregunto: ¿realmente creemos que el hombre puede salvar el mundo y detener los juicios de Dios reduciendo los gases de efecto invernadero y procurando la neutralidad climática? Creo que no, por el simple hecho de que, lo que el hombre siembra, eso también cosechará. En consecuencia, mucho más que por el cambio climático deberíamos preocuparnos por el cambio en la sociedad, ligado a la desenfrenada y progresiva impiedad.
Lo que el hombre necesita es mucho más que un cambio climático: es un cambio espiritual, una conversión a Dios. Lo que el hombre necesita es el temor de Dios, no el miedo al clima; es confianza en Dios, no fe en sí mismo. Y así concluyo con la certeza de que la destrucción del mundo actual no será el fin, sino un nuevo comienzo de Dios con aquellos que se dejan salvar por Jesucristo, como dice 2 Pedro 3:13: “Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”.