Elecciones en Israel

Fredi Winkler

Lo que muchos consideraban imposible, ocurrió: por segunda vez consecutiva, no se ha logrado formar una nueva coalición en Israel. En marzo se celebrarán las elecciones por tercera vez, y es casi seguro que tampoco allí se obtendrán resultados distintos. ¿Por qué sucede esto?

La población israelí ha creado diferentes frentes políticos e ideológicos que se mantienen estables. El factor que hace inclinar la balanza sigue siendo el partido Israel Beitenu (Nuestra Casa es Israel) de Avigdor Lieberman. Es un partido de centroderecha que lucha, entre otras cosas, contra los privilegios unilaterales de los judíos ultraortodoxos. A causa de que Netanyahu y su partido Likud hicieron caso omiso a sus demandas, por respeto a los aliados religiosos de la coalición, no fue posible formar un Gobierno.

Además, la fusión de estos dos grandes bandos no fue viable, puesto que era inaceptable para el partido Kajol-Laván (Azul y Blanco) que Netanyahu gobierne como primer ministro, luego de varias acusaciones judiciales en su contra.

Por lo tanto, no se espera mucho de la tercera votación. Los obstáculos para la formación de una coalición no han sido eliminados. Además, cada ronda electoral cuesta al Estado más de mil millones de séqueles, algo que frustra a los votantes, sobre todo al verse tan lejos de una solución que evite un nuevo sufragio.

En un discurso televisivo, Netanyahu enumeró todos sus logros como primer ministro de Israel. Como su última y mayor consecución nombró los hallazgos de gas en el Mediterráneo y su explotación por medio del nuevo gasoducto que ha sido dirigido hacia la costa. Contó con orgullo que Israel había ascendido al octavo lugar en la lista de las grandes potencias. Es posible que una de las causantes de la lucha por el poder sea precisamente las prometedoras riquezas que traerán las nuevas explotaciones de gas.

Un político israelí dijo hace muchos años que debíamos agradecer a Dios el hecho de no haber encontrado petróleo en nuestro país, pues de lo contrario descansaríamos en nuestra propia riqueza, dejando de lado nuestro espíritu inventor e innovador.

Cuando Israel entró a la tierra prometida bajo el liderazgo de Josué, Dios hizo que fuera a los montes Ebal y Gerizim para que eligiera allí entre la obediencia y la bendición, o entre la desobediencia y la maldición. Antes de su muerte, Josué volvió a juntar al pueblo para ponerlos otra vez entre la espada y la pared: “[…] escogeos hoy a quién sirváis”; luego hizo su famosa confesión: “[…] pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

El pueblo de Israel volvió a la tierra de sus antepasados de manera milagrosa, tal como predijeron los profetas, restableciendo así el Estado judío. Pero esta no es la meta final de Dios, sino que, como dice la Biblia, Él tiene un propósito más grande para Israel. Es comprensible que los israelíes miren a las potencias para ser como ellas, por otro lado, también les gusta referirse a la Biblia cuando se trata de los derechos sobre la tierra, pero en lo que respecta a la obediencia que Dios les exige, la cual garantiza Su bendición, optan por ser un pueblo como cualquier otro. En realidad, esta es la mayor decisión electoral que enfrenta Israel en la actualidad. Lo mismo es aplicable a los demás pueblos.

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