El fracaso de la naturaleza humana

Norbert Lieth

Se quiera admitir o no, “sin Dios solo quedan tinieblas”. El hombre demuestra en todos los ámbitos su incapacidad para proporcionar una ayuda duradera. Su interior está lleno de soberbia, mentira, intrigas y obstinación. El mal alcanza niveles cada vez más profundos. Mientras se excluya a Dios, no será posible librarse de las garras del pecado. Es ciertamente admirable que la humanidad intente hacer el bien, que quiera promover la libertad y los derechos humanos, empero, está limitada por sus propias fuerzas. Es como intentar sacar un automóvil del barro, contando tan solo con la fuerza de tus músculos. La humanidad sabe instintivamente lo que es destructivo e intenta luchar contra ello, pero debería centrarse más en los valores cristianos y ayudar en la proclamación del Evangelio, pues: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos” (Zac. 4:6). Es por esto que los cristianos tenemos la misión de alcanzar a los demás con el mensaje de salvación.

Jesús logró la salvación del individuo. Podemos experimentar una completa renovación en Él; la Biblia llama a esto “renacimiento”. La relación con Jesús lo cambia todo: convierte el odio en amor y la enemistad en amistad. Pone un nuevo fundamento: lo viejo pasa y lo nuevo llega. Donde entra el amor de Jesús, la luz disipa las tinieblas. El Evangelio en acción es más poderoso que todos los poderes humanos que excluyen a Dios. Podemos escuchar, una y otra vez, cómo personas con un pasado musulmán han experimentado el poder de las buenas nuevas.

Milton Vincent escribió lo siguiente acerca de este poder: 

Más allá del cielo, el poder de Dios encuentra su máxima expresión en el Evangelio. Esto debe ser así: la misma Biblia describe dos veces al Evangelio como “el poder de Dios”. Ninguna otra cosa en toda la Escritura es descrita de esta manera, excepto la persona de Jesucristo. Esta designación indica que el Evangelio no solo es poderoso, sino que reside en este el supremo poder divino, siendo en este poder que realiza su gran obra.4

Por supuesto, el poder de Dios puede verse también en las erupciones volcánicas, en la temperatura extrema de nuestro gran sol y en la velocidad de la luz de una estrella recientemente descubierta que atraviesa el espacio a 2.4 millones de kilómetros por hora. Sin embargo, las Escrituras nunca describen a otros milagros como “el poder de Dios”. ¡Qué poderoso debe ser el Evangelio para merecer ese título! ¡Cuán amplios serían los efectos de la salvación en mi vida si me aferrara con fe al Evangelio y dejara que este guíe mis pensamientos cada día!(4)

Cuando Jesús vino al mundo por primera vez y nació de una virgen, Dios superó con eso la limitación biológica a través del poder de su Palabra. El ángel dijo a la sorprendida María: “…porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37).

Este poder se manifestó entonces en el Evangelio de Jesús: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16), “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18), “Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Co. 1:24).

Al igual que los apóstoles, debemos desarrollar una pasión por difundir el Evangelio de Cristo. Además, Jesús prometió volver para que esta Tierra experimentara un nuevo nacimiento bajo su reinado (Mateo 19:28). Oremos para que el Señor vuelva pronto y para que este mundo castigado encuentre paz bajo su reinado.

(4) Milton Vincent: El evangelio en la vida cotidiana, ebtc, pp. 26-27.

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