
El evangelista, la empresaria y el teléfono móvil perdido
Por medio de Cristo apareció el amor de Dios en la tierra. Sin Él no existe razón alguna para celebrar.
Viajaba yo en avión a Alemania, después de una misión en Australia. Estaba sentado al lado de una señora china. Me esforcé al máximo a establecer una conexión con ella, ya que estaríamos en esta máquina unas trece horas. Y un evangelista que no habla durante trece horas, enloquece. Lo intenté, hasta que llegó la comida, y le deseé: “Bon appetit.” A lo que ella respondió algo en chino, que probablemente significaba “Gracias”.
El tiempo entero ella estaba ocupada con su teléfono móvil. Ella tecleaba y tecleaba, y finalmente se durmió. Yo leía mi Biblia y tomaba notas. Repentinamente ella se incorporó y comenzó febrilmente a buscar su teléfono móvil. Pero no lo encontraba. Arriba, abajo, todo lo puso de cabeza, encendió la luz. Luego me dirigió una mirada acusadora. Perdí toda la confianza en mí mismo. ¿Habría yo quizás tomado el teléfono móvil? Parecía pensar eso. La señora llamó a la azafata y le dijo, que ella había perdido su celular. Y ese aparato sería su oficina entera, sin la cual su trabajo no tendría sentido.
Ella recibió una linterna. Luego resultó que el teléfono se encontraba entre la pared y su asiento. Respiré hondo, agradecía a Dios y dije de todo corazón: “Señor Jesús, utiliza esta situación, para que yo pueda transmitir el Evangelio.”
La señora me miró y dijo: “Sir, I’m sorry.” (Señor, lo siento).
Sus ojos estaban rojos y contesté en inglés: “No pasó nada.”
“Si, me disculpo.”
A lo que le dije: “Usted mencionó que el teléfono es su oficina.”
“Sí.”
“¿Y en qué trabaja usted?”
“Trabajo para una empresa en China. Producimos árboles de navidad artificiales.” “¿Árboles de navidad? ¿Usted trabaja para producir un árbol artificial?”, pregunté.
Ella llamaba el árbol de navidad “árbol de Cristo” (Christmas tree). Por eso pregunté, qué significaba árbol de Cristo. Ella explicó: “Los europeos y el mundo cristiano una vez al año celebran por alguien que nació en ese día.”
Yo dije: “¿Uno nació y el mundo entero se alegró de eso?” – “Sí.”
Ella agregó: “Cuando yo nací, nadie se alegró.” – “¡No, no, de verdad, es así!”
Luego quise saber, cuántas personas trabajaban en la empresa. Ella contestó, que serían 13,000 funcionarios y funcionarias.
“¿13.000 personas que viven porque nació un niño?”
“Sí”, dijo ella.
“¿Y sabe usted quién es ese niño?”
“No. Todavía no he escuchado tanto sobre esta persona.”
Y finalmente pregunté: “¿Desea usted saber más sobre esta persona que obviamente es la fuente de vida para su empresa?”
Ella quería. Confesé ser cristiano, y en pocas palabras le expliqué el evangelio de Jesucristo. Antes de que la máquina aterrizara en Frankfurt, tuve el privilegio de orar con la señora. Nos tomamos una foto juntos y prometimos, orar el uno por el otro. Desde entonces oro por ella cada vez que me acuerdo.
Hay personas que viven del amor en Belén, pero a menudo no saben que Jesucristo es la fuente del amor.