
El ascenso de los “populistas de derecha” y el descenso de la iglesia
¿Por qué no se termina el éxito de los así llamados populistas de derecha o los islamistas? ¿Por qué no se imponen del todo el pluralismo ilimitado y la libertad desenfrenada? Un intento de interpretación en consideración de la iglesia de Cristo.
En Australia, las elecciones gubernamentales fueron ganadas sorpresivamente por los conservadores –contrario a todos los pronósticos. En Europa, los políticos y medios de comunicación advierten sin descanso y por unanimidad contra los así llamados populistas de derecha –pero a estos solo les parece fortalecer la condena pública, no debilitarlos. ¿A qué se debe esto? Lo mismo ocurre con el islam que con sus valores no combina de manera alguna con nuestras democracias pluralistas, pero sigue teniendo concurrencia.
La razón en todos estos casos es la misma. Es algo que ni nuestra sociedad variada ni muchos cristianos modernos comprenden: la mayoría de las personas normales no buscan cada vez más diversidad ni libertad sin límites, sino que desean seguridad, estabilidad y un sentido vinculante de vida.
Un diario alemán importante dio un ejemplo de esto, cuando retrató a un hombre joven en Lüchow, Alemania, que se había convertido al islam. Si bien así él no encajaba en su entorno, por fin se sentía feliz con su nueva identidad, ya que esta le daba límites comprensibles, y sentido a su vida que hasta entonces se había caracterizado por placeres vacíos.
El ascenso del islam y el éxito de los populistas de derecha (de los verdaderos y de aquellos que erróneamente son llamados así) están conectados con el descenso del cristianismo. La iglesia hoy a menudo ya no ofrece verdades absolutas, y predica solamente una comprensión aguada y superficial de gracia y discipulado. Y eso sencillamente no llena al ser humano.
El autor y periodista católico Leon J. Podles ve el origen de la desintegración del cristianismo en la edad media, cuando se “feminizó” la fe. Al decir esto, él piensa en primer lugar en la iglesia católico-romana, pero sus observaciones también pueden ser aplicadas al paisaje eclesiástico evangélico. En su libro The Church Impotent: The Feminization of Christianity (La Iglesia Impotente: La Feminización del Cristianismo), él señala que con figuras influyentes como Bernardo de Claraval y la multitud de místicos habría comenzado un movimiento que interpretaba la fe como un tipo de relación romántica con Jesús. Antes de eso, la vida cristiana era considerada como una lucha, siendo comparada con las metáforas de soldados o atletas (cp. 1 Co 9:23-27). Eso les gustaba a los hombres y los desafiaba a una vida para Dios. Pero un cristianismo que cada vez más insistía en sentimientos y romanticismo excluía cada vez más a los hombres. De este modo la fe fue “feminizada”.
¿Qué tiene que ver esto con el declive del cristianismo? En primer lugar, quizás poco. El hecho es que es legítimo describir la unión con el Señor también con símbolos femeninos o románticos (cp. 2 Co 11:2; Ef 5:22-33; Ap 19:7-8). Pero esto se desvió demasiado en una dirección unilateral. Cuanto más “suave” y emotivo se volvía el cristianismo, tanto menos sentido les ofrecía justamente a aquellos hombres a quienes les gusta luchar por algo y que no necesariamente quieren pensar en esferas altas y abstractas. Y, lastimosamente, el sentimentalismo hoy realmente lleva las de ganar en las reuniones del Señor.
Un golpe mortal para la influencia del cristianismo relacionado con eso es la malinterpretación de la gracia que entretanto se ha extendido bastante. Según esta, todo empeño por disciplina, toda búsqueda de lo mejor es descartado como “legalista” y “carnal”. Los cristianos son condenados a la pasividad “espiritual”. Pero gracia es justamente ir mejorando en la buena lucha de la fe (cp. 1 Ti 6:11-12).
El éxito de los “otros” muestra que lo que la iglesia ofrece es demasiado poco como para llenar a una persona. El islam promete lucha y victoria. Muchas iglesias, por lo contrario, se niegan a señalar la lucha fructífera que da a nuestra vida un sentido más allá de la muerte. Nosotros los cristianos a menudo ya no somos Calebs (comp. pág. 27). Más bien nos parecemos a un Demas quien llegó a amar a este mundo (2 Ti 4:10). Nuestro dios es el vientre y nuestro modo de pensar se ha vuelto terrenal (Fil 3:9).
Segunda Pedro 1:3-11 enfatiza que Dios nos ha obsequiado todo lo que necesitamos para una vida victoriosa en el Señor. Él mismo quiere darnos parte en Su naturaleza divina. Pero lo ordenó de tal manera que la gloria no nos caiga de arriba cuando solamente desarrollamos sentimientos románticos. Él quiere que nosotros, como Jacob, luchemos por esos (cp. Fil 3:10-15) –en una vida que se esfuerza por la virtud y el amor divinos, y por buscar a Cristo mismo (2 Ti 2:22). “No te dejaré, si no me bendices” (Gn 32:26). Así nos hizo el Señor (cp. Ef 2:10). Y es así como la iglesia temprana venció también al imperio romano. Ella no mitigó la lucha de la fe para el mundo, sino de lo contrario la enfatizó tanto más. De este modo, los cristianos en su forma diferente de ser se destacaban del resto de una sociedad pervertida (tal como en la actualidad lo hacen muchos musulmanes por lo menos hacia afuera, como tenemos que admitir con honestidad).
“¡Portáos varonilmente y esforzáos!” (1 Co 16:13), nos dice Pablo. Seamos nosotros los cristianos los que ofrezcan seguridad, y no aquellos que luchan y pelean por cosas pasajeras. Tomemos en consideración lo que Pablo le dijo a su hijo espiritual Timoteo:
“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. […] Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2 Ti 2:1,3-7).