Debemos actuar con “toda diligencia”

René Malgo

La meta de la salvación es que seamos transformados y lleguemos a ser semejantes al Señor Jesús (Romanos 8:29). Una de nuestras preocupaciones como Obra Misionera es que “Llamada de Medianoche” pueda ser, para todos nuestros amigos, una verdadera ayuda en su camino hacia esta meta. Los apóstoles nos muestran una y otra vez en sus cartas cómo debemos andar por este camino en la práctica. Es muy notable lo que nos dice al respecto 2 Pedro 1:3-8.

El apóstol explica que nosotros, los creyentes, hemos recibido todo lo que necesitamos para vivir una vida santa y agradable a Dios mediante Su poder (v. 3). Dios nos hace participantes de la “naturaleza divina” (v. 4). En otras palabras: llegamos a parecernos más a Cristo, y esto ocurre cuando huimos de la “corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (v. 4), es decir, cuando cada día tomamos la decisión de no edificar nuestra vida sobre las cosas terrenales, sino únicamente sobre Dios. Esto es lo que realmente nos hace felices.

Para vivir la vida de esta manera, debemos actuar con “toda diligencia” (v. 5). Ser cristiano implica esfuerzo y trabajo; no es cosa para perezosos ni cobardes. Cuando tenemos un examen, nos esforzamos estudiando lo más que podemos y, en nuestra profesión, trabajamos día y noche para ganar más dinero. De la misma manera, y aún más, deberíamos dar todo lo que tenemos para ganar a Cristo (comp. Romanos 12:1-2; Filipenses 3:8).

A través de la fe, debemos crecer en virtud (2 Pedro 1:5). Cuanto más se manifiestan las virtudes de Cristo en nuestra vida, tanto menos nos podrá atacar el enemigo (esta es la coraza de la justicia) y tanto más libres y más felices seremos. Según Pedro, esta vida virtuosa nos hace crecer en conocimiento. A los que aman a Dios y viven para Él, el Padre les revela Su voluntad. Cuanto más crecemos en Su conocimiento, tanto más entrañable, profunda y pura será nuestra relación con el Dios santo. El ferviente deseo del rey David sea también el nuestro: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Sal. 17:15).

El creciente conocimiento lleva al dominio propio (2 Pedro 1:6). Una persona espiritual llena de virtud y de conocimiento, que se deja transformar para ser cada vez más semejante a su Señor, será alguien que esté satisfecho con lo que tiene. El que vive con medida y modestamente muestra que no se deja cautivar por lo pasajero. Tal hombre puede decir con Pablo: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Fil. 1:21).

Todo esto lleva a la paciencia (2 Pedro 1:6). Los santos no son iracundos ni coléricos o duros; son, al contrario, pacientes, mansos y equilibrados. Y el versículo 6 dice también que viven en piedad; en otras palabras, tienen temor de Dios. El creyente maduro no teme la pérdida de comodidad en su vida, pero sí teme pecar contra Dios. Teme a Dios y a nadie más. Esto es piedad, y esto también es libertad. Cuando Dios realmente llena el corazón del creyente, este experimentará felicidad aun en el valle más oscuro.

La piedad produce afecto fraternal. La genuina búsqueda de santidad de Dios mismo, nos aporta más sentimiento fraternal. Las personas llenas de Dios quieren también vivir cada vez más para sus prójimos, especialmente para los de la iglesia. Este sentir fraternal no se deja separar del amor (v. 7). Sin amor, no funciona nada; todo nuestro celo es en vano, si no amamos (1 Corintios 13). Pero si activamente demostramos nuestro amor hacia los hermanos, el Señor Jesús se nos podrá revelar cada vez más. Pedro lo dice con las siguientes palabras: “Si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Pe. 1:8).

Nos fueron dadas “preciosas y grandísimas promesas” (v. 4): Dios quiere hacernos semejantes a Su Hijo, hacernos partícipes de la naturaleza divina y derramar sobre nosotros la vida en abundancia. Queridos amigos, si quieren experimentar esto, búsquenlo por la fe con toda diligencia. Sigan las virtudes que acabamos de mencionar, y gustarán y verán que el Señor es bueno y que es la “supereminente grandeza de su poder” la que obra en nosotros por Su Espíritu Santo y puede hacer mucho más de lo que pedimos, entendemos o nos imaginamos. A Él, nuestro Dios y Padre, sea la “gloria en la Iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef. 3:20-21).

 

ContáctenosQuienes somosPrivacidad y seguridad