¿De qué trata la Navidad?

Nathanael Winkler

Al mirar a nuestro alrededor, podríamos creer que el personaje central de esta celebración es Santa Claus o Papá Noel, con su imponente barba blanca y su abrigo de terciopelo rojo, quien trae los regalos en su trineo tirado por renos voladores.

En Europa, muchos sueñan con una “Navidad blanca”: para ellos, una víspera de Navidad sin nieve no es completa. Otros disfrutan de los mercados navideños, el ambiente especial que se vive, los aromas, las luces de colores, las ricas comidas y la preparación de galletas tradicionales.

En las casas y sitios públicos se instalan y decoran árboles de Navidad, superándose entre ellos en tamaño, colorido y brillo. Durante esta jornada las familias se juntan, esforzándose por tener un trato armonioso, dándose regalos y afecto. La Navidad une a todas las generaciones.

Todo esto es positivo. Sin embargo, muchas veces se pierde lo esencial, la razón por la que celebramos la Navidad: ¡Jesucristo!

La siguiente historia de la Alemania de la posguerra nos ilustra este hecho. El autor, un pastor evangélico, cuenta de una conversación que tuvo con una mujer en la víspera de Navidad:

– ¿Navidad? ¡No! No la celebraremos este año en nuestra casa –dijo la mujer con amargura.

– ¿Y por qué no? –pregunté.

– Este año recibí la noticia de que mi marido murió en el campo de prisioneros ruso. Ahora quedé sola, viviendo en una pieza con dos niños. No hay dinero para regalos. Ni siquiera alcanza para vivir –la mujer secó sus lágrimas con enojo–. No, este año la Navidad se cancela–.

– Entonces debo contarle una pequeña historia. ¿Tiene cinco minutos? –La mujer asintió con la cabeza y otra vez secó algunas lágrimas que corrían por su rostro contra su voluntad–. Usted sabe que viví toda la guerra aquí, en la región del Ruhr. En la Navidad de 1944 nuestra vivienda se veía muy fea. Las ventanas estaban cerradas de manera improvisada con cartón. El viento se colaba por todos los sitios. Pero bueno, a pesar de eso, quería festejar la Navidad con mi familia. 

Es obvio que no había árboles de Navidad en venta. Es por eso que temprano en la mañana fui en bicicleta al bosque con el propósito de encontrar uno. Lamentablemente, no se podía. Un guardabosque me lo comunicó mientras tomaba mis datos. 

Regresé triste a casa. Pero tuve suerte. Por la tarde, un polaco pasó por mi casa ofreciéndome un arbolito y no quise preguntarle dónde lo había conseguido. Entonces adornamos el árbol con algunos regalos. Era todo muy sencillo, pues no podíamos comprar nada. Sin embargo, conseguimos algunas chucherías. Además, prendimos dos o tres velas. Y sí, logramos crear cierto ambiente festivo. Pero precisamente cuando empezábamos a alegrarnos, sonaron las sirenas. Todo pasó muy rápido. Gritaban desesperados: “peligro aéreo agudo”. Mi familia se precipitó hacia el refugio. Apagué las velas, luego corrí para afuera, acelerando mis pasos en medio de la oscuridad. 

Sobre mi cabeza ya zumbaban los aviones enemigos. Corrí por mi vida. Pero de repente me detuve. Noté que el ataque se dirigía a la ciudad vecina. Y entonces vi caer los “árboles de Navidad”; así llamábamos a las bengalas que los pilotos utilizaban para marcar sus objetivos. Estaba solo, la calle había quedado desierta. La tierra rugía y temblaba por los impactos de las bombas. Y se alzaban en el cielo los temibles “árboles de Navidad”, símbolos de la muerte. Entonces toda la miseria de este pobre mundo cayó sobre mí. Me sentí desamparado y perdido por completo. Deseé gritar a causa del sufrimiento, pero fue en ese instante que vino de repente a mi mente la proclamación del ángel de Dios en los campos de Belén: “¡Os ha nacido hoy un Salvador!”. 

“Esto es verdad”, pensé. “¡Sí, también es cierto ahora!”. No me avergoncé por las lágrimas de gozo que corrieron por mis mejillas. Mi corazón clamó sin cesar: “¡El Salvador nació por mí! ¡Cristo el Salvador está aquí!”. Me cubrió un gozo y una alegría difíciles de expresar con palabras. 

Cuando el ataque cesó, mi familia salió del refugio. Volvimos a casa, nos sentamos en ronda y cantamos: “A este mundo herido, Cristo le ha nacido. ¡Alegría, alegría, cristiandad!”. Las paredes desconchadas temblaban con nuestro canto. 

Mire, para festejar la Navidad solo necesitamos al Salvador. Todo lo demás son accesorios. Si faltan, ¿qué importa? “Lo importante es que lo más importante permanezca siendo lo más importante”, decía un amigo mío. Por eso, a pesar de todo: ¡le deseo una bendecida Navidad!

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